martes, 10 de octubre de 2017

CUANDO NADIE DUDA





Nos pirra Pirrón



Vuelvo a vestir la piel del Eyaculador conduciendo mis pensamientos a través de las Palabras. Busco mi papel en la obra, mi lugar en el mundo. Hasta ahora, durante este viaje,  he perseguido a toda costa mi libertad individual y la independencia de mi pensamiento. Para ello el primer requisito fue liberarme de todo aquello que pudiera lastrar mi caminar. Las verdades absolutas, los dogmas, las banderas por las que luchar o las religiones a las que profesar fe. Dudar de todo, suspender el juicio, reivindicar a Pirrón de Elis.  


Pero en vista de que peor visto que tener una opinión propia está el no tener ninguna, y ante la gravedad de los acontecimientos a los que nos han empujado a unos cuantos españoles sin voz ni voto para decidir nada, aquí voy a plasmar una serie de Eyaculaciones Verbales que sirvan de testimonio inequívoco para cuando vengan las purgas, detenciones, arrestos y encarcelaciones. Para cuando finalmente hayan triunfado los fanáticos, los de las verdades absolutas, los dogmas, las banderas por las que luchar y las religiones a las que profesar fe. Para que sepan entonces que hacer conmigo, que "estrella de David" colocar sobre mi pecho. 


No me gustan los nacionalismos ni los patriotismos. Ninguno. Ni el españolismo, ni el catalanismo, ni el galleguismo, ni el bercianismo, ni el leonesismo, etc, etc. En mi opinión es una ideología obsoleta para un siglo XXI que debería haber aprendido de los errores del siglo XX, errores manifestados a lo largo de toda la centuria, desde el "Levantamiento de los boxers" en China hasta los conflictos en la antigua Yugoslavia que finalizaron con la guerra de Kosovo en 1999. En todos los casos el sentimiento nacionalista y el odio al vecino y al extranjero dominaron a unos ciudadanos que se levantaron en armas para matarse defendiendo una bandera. Y no creo que sea necesario recordar que a lo largo de la historia el nacionalismo se ha caracterizado por una demonización al foráneo lindando con el racismo y la xenofobia, amparándose en peligrosas alusiones a conceptos como la “raza” y la “sangre”.


Esta es mi muy humilde y muy modesta opinión sobre los nacionalismos. Insisto e insistiré cada vez con mayor fuerza en la humildad de dicho planteamiento no buscando el favor de una falsa modestia si no porque precisamente, y de eso va todo este texto, el paso de los años me hace cada vez más conocedor de mi desconocimiento y poseedor de mi ignorancia. Es una simple opinión, muy lejos de la verdad absoluta y totalmente alejada de cualquier intento de posesión de eso que llaman “tener razón”. Desearía que esta opinión no me calificase ante los ojos de los demás como un fascista, un represor, o un totalitario, pero lógicamente es algo que no puedo controlar. 


Porque una cosa es mi opinión sobre los nacionalismos, que he dejado clara líneas más arriba, y otra es la necesidad de convivencia con aquellos que tienen otro punto de vista. No es sólo necesidad de convivencia lo que me mueve a respetarlos e incluso intentar comprenderlos, si no que más allá es una cuestión de principios. Tendría un gravísimo problema si no fuera capaz de comprender que existe un elevado número de vecinos, amigos, hermanos, paisanos, conocidos, conciudadanos y demás que tienen cosido en el alma ese sentimiento patriota o nacionalista para con sus respectivos pueblos, naciones, regiones, estados y banderas. Y eso he de respetarlo. No es tan difícil respetar las opiniones ajenas si uno se lo propone (pero claro, hay que proponérselo, y repito, despojarse de cualquier verdad absoluta) No estoy en la vida para repartir carnets de autenticidad. Lo que estamos viviendo estos días es precisamente un problema de absolutismo y de pensamiento totalitario sin margen de autocrítica por ninguna de las partes. De un puñado de españoles diciéndonos que sólo hay una manera de ser españoles, y de un puñado de catalanes diciéndoles a sus paisanos que sólo hay una manera de ser catalanes. Todo lo que se escape de ambos bandos es mirado con recelo, o directamente catalogado como “contrario” de uno y otro bando. Yo mismo tengo la sensación, precisamente por haber expresado mi “neutralidad” en esta ridícula guerra de banderas, de ser visto como un simpatizante del independentismo catalán por parte de quienes abogan por la unidad territorial de la España que conocemos desde los Reyes Católicos y por la infalibilidad e imbatibilidad de la Constitución como dogma de fe inamovible, y por otro lado ser visto como un españolazo rancio por parte de los catalanes que no desean permanecer un segundo más dentro del organigrama político del estado español.


El delirio del momento actual es tal que abogar por el diálogo (es decir, lo que siempre parece el camino más sensato) te convierte en cómplice de “golpistas”, si nos atenemos a las barbaridades escuchadas y leídas estos días, entre ellas las de quien fuera vicepresidente de un gobierno bajo cuyo manto se amparó y financió a un grupo antiterrorista que directamente no fue otra cosa que otro grupo terrorista más, sólo que éste pagado con el dinero de todos los españoles, y que llevó a prisión entre otros altos cargos a un ministro del interior, a un secretario general del partido de aquel gobierno, o a un general de la Guardia Civil. 



Las cloacas del estado.



Yo no me considero ningún antisistema. Me interesan las utopías anarquistas, pero en la práctica no las veo viables. Me gusta el “sistema”, o al menos creo en él. Creo en el socialismo, en el “estado de bienestar”, y en que todos contribuyamos en la medida de lo posible al beneficio de todos. Creo, en general, en el estado, y creo en sus fuerzas de seguridad y en sus garantes, pero por eso mismo debo ser crítico con sus cloacas (y ahí arriba acabamos de hablar de una) Criticar la violencia policial o el uso desproporcionado de la fuerza no me convierte en ningún “progre podemita bolivariano”, quiero pensar en todo caso que me convierte en un ciudadano crítico y responsable con el país en el que vivo. Ver conciudadanos jalear la contundencia policial (y digo bien, jalear, como si en un partido de fútbol estuvieran) empleada sobre algunos de los votantes al referéndum convocado por la Generalitat el pasado 1 de Octubre remueve las entrañas. Si esos conciudadanos son felices con esas imágenes, las cuales han dado la vuelta al mundo, quizás yo debiera plantearme también si merece la pena vivir en el mismo país que ellos.


¿Es mucho pedir que quienes gobiernan nuestros designios, quienes se han ofrecido al servicio público (y qué obtienen pingues beneficios por ello, tanto en su activa vida política como en sus posteriores actividades privadas viendo devueltos los favores prestados anteriormente), tengan el cuajo suficiente para sentarse en una misma mesa y poner solución a este disparate dantesco? Parece que sí, que es mucho pedir. Y lo es porque cuando nadie duda no hay porque dar un paso atrás. Negociar, o dialogar, significar que todas las partes cedan en algo para que haya un todo que salga beneficiado. Pero es difícil llegar a plantearse eso cuando sabes que tienes detrás tuyo una legión de fanáticos enarbolando la bandera y amparando tu razón, tu verdad absoluta. Si realmente creemos en la política dejemos a los políticos hacer su trabajo, pero no alimentemos su sordera y su incapacidad para acercarse a otros planteamientos distintos a los de sus siglas, porque con ello lo único que hacemos es crear dirigentes tan ineptos y cerriles como Rajoy y Puigdemont, investidos ambos de un aura de santidad insoportable e instalados en una percepción paralela de la realidad. La psiquiatría lleva años abordando este problema. El trastorno mesiánico que envuelve a los líderes políticos, a los que la sombra de la duda ni les asoma. Los griegos lo llamaban Hibris, un castigo divino (“Aquel a quien los dioses quieren destruir primero lo vuelven loco” dice el proverbio) sobre quien se establece por encima de la ética y la moral. Rajoy y Puigdemont parecen modernos protagonistas de una tragedia griega, cegados por la vanidad de sus convicciones. El ser humano tiende a buscar la opinión acomodaticia. Escogemos nuestras fuentes de comunicación en base a nuestros prejuicios. Dicho de otro modo: escuchamos lo que queremos escuchar. Si esto sucede en cualquier hombre corriente, de la calle, ¿cuánto más no sucederá en quien se siente respaldado por millones de votos? Rajoy o Puigdemont escuchan complacientes a los millones de ciudadanos que les dan la razón… el problema es que no quieren escuchar a los millones que opinan lo contrario. El líder político actual ha perdido la capacidad de diálogo. No la necesita, es más, le estorba, le confiere debilidad ante los ojos de sus votantes y seguidores. 


A mi edad he visto y vivido toda clase de barbaridades y confrontaciones en este país. Nací durante los últimos años de un franquismo impuesto a sangre y fuego tras una guerra civil que nos marcó para siempre, una maldición, castigo divino sufrido precisamente por ese pensamiento totalitario de aquellos que elevan la bandera y se ofrecen, sin que nadie se lo haya pedido, para “salvar” a la patria. Crecí durante una transición que lejos de ser modélica nos mostraba las calles llenas de violencia y terrorismo. Un terrorismo de muchas caras, pero ninguna tan cruenta como la de ETA, la banda armada que destrozó centenares de familias, nos ilustró lo absurdo de los nacionalismos y nos hizo plantearnos tantas cosas (al igual que deberíamos plantearnos, hoy día, porque Euskadi vive un imparable descenso de sentimiento nacionalista, si nos atenemos a las últimas encuestas) He visto como el terrorismo yihadista, todavía más atroz por imposible que pareciera, nos ha golpeado con todo su odio en nombre de un dios que en caso de existir dudo mucho que exigiera tales sacrificios y baños de sangre para sentirse honrado. Y sin embargo no recuerdo una época de tanta crispación como la de estos días, y esto sólo puede ser explicado por el crecimiento de las redes sociales y una presunta “democratización” del pensamiento que hace que todo el mundo tenga su altavoz, tanto el hombre moderado que huye de radicalismos y no eleva la voz ante su vecino, como el furioso “hooligan” cuyo discurso se basa en el odio a quien no piensa como él… el problema, claro, es que siempre hace más ruido (y por tanto más daño) el “hooligan” vociferante que el ciudadano moderado.



¿La policía nunca se equivoca?



Recuerdo, en los momentos más tensos del conflicto con ETA y el nacionalismo vasco, a totalitaristas españoles pidiendo la expulsión de la selección española de fútbol (el equipo de “todos”) a los jugadores nacidos en Euskadi. Nada comparable a lo que sucede hoy día con Gerard Piqué. El caso de Piqué es paradigmático sobre como las redes sociales han condicionado el pensamiento a día de hoy y han amplificado el prejuicio [todo ello alimentado por el propio futbolista, instalado él mismo en otro tipo de pensamiento simplón de “buenos” (los patriotas catalanes culés) y “malos” (los patriotas españoles madridistas)] Piqué tiene nada menos que 16.400.000 seguidores en Twitter ¿Creen ustedes que todos ellos son realmente “seguidores” del jugador, en el sentido de “fans”, de aficionados a los que Piqué les entusiasma con su juego, personalidad y manera de ser? No, un altísimo número de sus seguidores son “patriotas españoles madridistas” que viven actualizando el Twitter del barcelonista a la espera de una nueva bajada al fango del jugador para retwitearlo con el consiguiente exabrupto. Tan estúpidos e intransigentes y poseedores de la “verdad absoluta” como el propio Gerard Piqué. ¿Qué diferencia hay entre un “ultra sur” y un “boixo noi”?, el radical que trata de imponer su bandera siempre es un radical, olvídense del color de la bandera… fíjense en el radical. Ese es el peligro.


La “ciberopinión” elevada a dogma de fe. Una de las características que más me fascina de este fenómeno es el uso de la imagen para dar peso a tal “ciberopinión” que en realidad no es más que un prejuicio elevado a la máxima potencia.  De ese modo pueden ustedes buscar fotografías o vídeos (y vamos a dejar el tema de la manipulación, el cual daría para otra Eyaculación aparte) de nuestras fuerzas de seguridad del estado excediéndose en sus funciones o haciendo un uso desproporcionado de la fuerza frente a ciudadanos en muchos casos indefensos, de igual modo que pueden encontrar imágenes de miembros de tales cuerpos teniendo que sufrir vejaciones, insultos y agresiones por parte de ciudadanos radicales; igualmente pueden encontrar sin dificultad como en las manifestaciones por la unidad de España de estos días la extrema derecha ha campado a sus anchas y ver sus agresiones a independentistas o a partidarios al menos de referéndums, derechos a decidir, y reformas de la Constitución, de la misma manera que encontrarán documentos que ilustran la violencia del independentismo más radical sobre aquellos ciudadanos pacíficos cuyo único pecado puede haber sido portar una bandera de España. Lo que si es cierto es que en la mayoría de los casos, quienes busquen y cuelguen en las redes documentos de un “bando”, muy difícilmente lo harán con los del otro. Y digo en la mayoría porque también es cierto que afortunadamente existe una clase de ciudadanos analíticos quienes desprovistos de ciega pasión si están siendo capaces de ver los excesos (y recuerden lo que decían los griegos de los excesos) de un lado y del otro. Ciudadanos en este caso que cómo ya he explicado serán vistos como “contrarios” por un sector y otro, de igual modo que estoy convencido de que una gran parte de quienes lean este texto sólo se quedarán con una parte y tildarán sin ninguna vacilación este escrito de libelo simpatizante con el independentismo o por el contrario de panfleto españolista a favor de la unidad territorial de nuestro bendito país, en vez de ver lo que pretende ser: un ejercicio de duda frente a la verdad absoluta. Y paradójicamente (no se puede concebir el ser humano sin la paradoja), siendo un texto que reivindica la duda, esto que acabo de explicar es algo de lo que si estoy totalmente convencido.



Permítanme que vuelva a la Hibris griega y al “pecado” (en una civilización para la cual el término todavía no existía) de la vanidad. Si la Grecia clásica fue la cuna del humanismo y todo el pensamiento occidental, por muchos siglos transcurridos, sigue anclado a aquella primigenia raíz que elevó al hombre a mucho más allá que un homínido erecto y cazador, es desolador observar como la enseñanza más sencilla, la que refiere a la mesura y al equilibrio en emoción y pensamiento, es absolutamente despreciada en pleno siglo XXI. Rajoy y Puigdemont son Edipo haciéndonos pagar el asesinato de Layo.    


"¡Sonríe, la Historia nos contempla!"