jueves, 29 de septiembre de 2016

CADA SUSPIRO QUE VIVE ES UN SUSPIRO QUE MUERE




“CADA SUSPIRO QUE VIVE ES UN SUSPIRO QUE MUERE”








Arrastro en mí un paso caduco, casposo, carpetovetónico,
¡qué conjunción de palabras, que hermosura de sintaxis y que dolor de muelas...!

Cada paso mío arrastrado es una alfombra de gérmenes de la España a la que pertenezco, estos pasos míos, de borracho, confundido, bajo las luces de las farolas del amedrentamiento...

Yo soy la España roja y facha, católica y musulmana, yo soy la España integradora y desintegradora... soy la única España que pervive en el recuerdo, soy el 98 de Unamuno y Baroja y los Machado (¡siempre Manuel!), y las “hetairas y poetas hermanos somos” y esa decadencia hermosa de los pasos mancillados hasta el abismo... 

Yo quiero ser esa España abierta en pena por doquier... esa España de un suspiro dúctil y un jeroglífico de sorpresas y dromedarios...

...una España de barbas y poetas, de bohemia y cuchitrilles, de navajas y navajeros...

...una España que se inventaron los soñadores, por ende los españoles, no una España inventada por los estafadores...

...yo quiero ser la España que huele a cafeína y a fieles orines en el callejón del Gato...


...porque yo quiero ser la España construida después de estar construida... yo quiero ser la España que me parieron mis antepasados locos... los que arrastraban en la noche un paso caduco, casposo, carpetovetónico...






miércoles, 29 de junio de 2016

LA PINZA EN LA NARIZ





"The Syrian Elections" (Yasser Abu Hamed)








La vieja expresión de “votar con la pinza en la nariz”, referida habitualmente a ese votante que hace de tripas corazón, o mira para otro lado, a la hora de votar a su opción política, alcanza una nueva dimensión tras las pasadas elecciones en las que la pinza en la nariz no se la ha puesto el habitual votante del PP (el cual, desde luego, tiene mis respetos; es su opción, y punto), sino una nueva clase de votante que ha otorgado su voto a los populares simplemente por miedo, odio, y asco hacia otra opción política e ideológica, y eso es lo grave del asunto. Estos días verán ustedes por las calles de las grandes ciudades esos carteles que anuncian las rebajas en los comercios… yo personalmente estoy asistiendo al bochornoso espectáculo de las rebajas de los principios.     


No se trata del pataleo infantil ante los resultados electorales. Se trata del estupor. Tampoco queremos caer en maniqueísmos y prejuicios, ni reflexionar con el juicio nublado ni la venda en los ojos. Se trata de hablar de lo que hemos visto (aun admitiendo que muchas veces vemos lo que queremos y en lo que no interesa apartamos la vista, por lo que esta reflexión, al fin y al cabo, no deja de ser un análisis absolutamente subjetivo y personal sobre el particular estado de las cosas que nos ha tocado vivir)  


Cuando durante meses asistes al espectáculo de presenciar en la sociedad (en los diferentes estratos que podemos considerar ahora mismo “sociedad”, desde las barras de los bares a los muros de Facebook) el fenómeno “hater” hacía una opción política (Podemos), al más puro estilo futbolero (ya saben, ese madridista que lo único que le importa de verdad es que pierda el Barcelona, para ver la carita que se le queda a Piqué, o viceversa, para ver la carita que se le queda a Ramos), independientemente de cual sea la propia ideología del susodicho (el “hater” de Podemos incluye tanto partidarios de la derecha más recalcitrante como centristas convencidos aunque no moderados, liberales de nuevo y reciente cuño, o defensores de la izquierda “verdadera”), te das cuenta de que el viejo cainismo español está más presente que nunca en un espectro político estrangulado por sí mismo y gracias a esta misma sociedad que, no nos engañemos, prefiere la “comodidad” del bipartidismo. Un bipartidismo que lo único que nos ha traído es el monólogo de la desigualdad, la corrupción, los recortes sociales y la pérdida de derechos laborales.


Hay diversas corrientes filosóficas que mantienen que la libertad no provoca más que infelicidad en los seres humanos. El libre albedrío, la elección de tus propios actos, la capacidad de decidir entre distintas opciones produce la angustiosa inquietud de hacerte preguntas. ¡Cuánto más fácil resulta caminarse en la vida si ya te han señalado el camino por el que has de transitar! Condicionado y determinado desde la cuna. Si ya han decidido por ti que has de ser cristiano, heterosexual y madridista, por ejemplo, ¿para qué plantearte cuál debería ser tu propio camino? Igualmente en el terreno político encontrarnos de repente con distintas bifurcaciones que no sabes a donde pueden conducir provoca ese natural miedo a lo desconocido. Ese melón por abrir de la “nueva política” representado en su mayor medida por Podemos y Ciudadanos seguirá siendo una incógnita. Bien por miedo o bien por desprecio de sus propios simpatizantes (los partidarios de Ciudadanos que han dado la espalda a ese partido para ponerse la pinza en la nariz y votar al PP) no les vamos a dejar crecer. El bipartidismo, que no deja de ser un partido único, sale reforzado de este ejercicio de cinismo que ha supuesto el que el partido político que es noticia un día sí y otro también por escándalos de todo tipo haya subido nada menos que 14 escaños respecto a Diciembre del año pasado. Repito, esto no es pataleo, es estupor.
 

E insisto en que toda esta reflexión surge de la contemplación del retazo humanístico al que he tenido acceso durante este tiempo. El descarado sentimiento “anti” por delante de cualquier aspecto “pro”. Destruir en vez de construir. Y es que no ha bastado con la exhibición de odio hacia Podemos durante estos últimos tiempos, si no que la euforia de los resultados electorales lleva este fenómeno “hater” a niveles mucho más allá. Hablo de quienes han manifestado que han votado a un partido que desprecian (el Partido Popular) pero que buscaban frenar a toda costa (aún a costa de sus principios) el ascenso de Podemos. No han tenido reparos en mostrarse exultantes al grito de “¡Podemos jódete!”, un grito pueril e infantiloide al más puro estilo de “Puto Real Madrid” o “Puta Barça” con el que nos deleitan los mononeuronales hooligans futbolísticos, cada vez más emparentados con el actual “homo politicus” en la presente sociedad española.


Lo que estaba en juego para estos individuos no era el futuro del país. Era ver la carita que se les iba a quedar a Iglesias y Errejón. Y ya que la mezquindad encuentra recursos para justificarse a sí misma y el hombre es un trapecista que sortea el vértigo de sus propias incoherencias aún tendremos que asumir que gracias a su actitud, a su encomiable sacrificio, a su inmolación democrática y a su puñetera pinza en la nariz nos han salvado de un devastador totalitarismo comunista propio de la Unión Soviética de la primera mitad del siglo XX. Sí, amigos, en la España de 2016, ese es uno de los grandes argumentos que se ha vendido en esta espectacular campaña del miedo. La llegada de Podemos al poder sería capaz de transformar nuestro país en apenas unos meses en un país del Este de Europa de hace cien años. Apabullante argumento. Demuestran de este modo los de la pinza en la nariz no sólo una desconfianza total hacia sus conciudadanos, a los que ven como ignorantes borregos dispuestos a caer en las garras de ese sucesor de Hitler y Stalin llamado Pablo Iglesias, sino incluso un desmesurado recelo hacia nuestras instituciones y nuestra democracia. Un error, pues si de algo podemos presumir es precisamente de una democracia consolidada con los suficientes mecanismos de autodefensa para quien quiera echarla abajo. Este país sufrió una dictadura de varias décadas después de una ignominiosa guerra civil en la que muchos españoles que juraron la bandera roja, gualda y morada de la República Española fueron obligados a cambiarla por otra y defenderla con su vida si fuera preciso. Este país asumió una transición (nada modélica, por otro lado, pese a la propaganda existente al respecto, ya que hablamos de casi seis centenares de muertos entre 1971 y 1983 por violencia policial o por atentados y acciones de grupos tanto de extrema derecha como de extrema izquierda) en la que a la fuerza hubo que perdonar todo el daño causado por el franquismo y forzar las heridas a cicatrizarse. Y este país incluso sobrevivió al intento de golpe de estado de otro salvapatrias iluminado. ¿Se cree alguien que un joven profesor universitario iba a ser capaz de acabar con nuestra democracia, en el improbable caso de que ese fuera su deseo? Es tener muy poca fe en nuestro país, pero, sinceramente, no me extraña, cuando se vive poseído por un dogma y una verdad absoluta que afirma que todo lo que tenga que ver mínimamente con la izquierda conduce al totalitarismo y la pobreza.


El voto anti-Podemos de estas elecciones constituye un asombroso episodio jamás visto en la democracia española, ya que ha sido habitual ver en nuestras elecciones el llamado “voto de castigo” con el que muchos ciudadanos se ponían la pinza en la nariz para votar a otro partido corrupto y con siniestros episodios a lo largo de su historia, caso del PSOE, para echar de la Moncloa al gobierno popular del momento. Y de igual manera pero en sentido contrario, muchos electores desencantados con el Partido Popular, les daban su voto para que el PSOE finalizase su ciclo legislador. Pero por primera vez en la historia de nuestra democracia muchos españoles admiten haber votado no para castigar al gobierno vigente, ni siquiera para frenar el posible ascenso de la oposición que corresponda. Por primera vez se vota para atacar a un partido con apenas dos años de existencia y que no ha tenido tiempo aún de demostrar nada ni para lo bueno ni para lo malo. Un demencial voto “preventivo” basado en que Podemos es lo mismo que el estalinismo de la URSS, la Camboya de Pol Pot, el régimen talibán de Afganistán, el estado nuclear de Corea del Norte, y por supuesto y por encima de todo la Venezuela de Chavez y Maduro. Una cacería ideológica sin precedentes fomentada desde medios de comunicación con titulares lo más tendenciosos posibles (uno de los ejemplos más kafkianos, acusar al ayuntamiento de Ada Colau de organizar eventos infantiles en los que se enaltece el terrorismo… porque una banda musical en el tenderete de una plaza se puso a tocar el conocido “Sarri Sarri” de Kortatu), una persecución implacable a todo lo que tenga que ver con Podemos en un impúdico ejercicio de persecución durante las 24 horas del día para que el ciudadano se escandalice porque comen gambas o tienen un Iphone. No exageramos, periódicos como La Razón o el digital OK Diario se han convertido en el particular “timeline” de políticos como Manuela Carmena. Una vergonzosa agenda consistente en seguir a la alcaldesa de la capital de España a todas partes y a todas horas para pillarla en algún desliz. Una especia de Stasi periodística que aun así palidece ante nuestro actual Ministerio del Interior y su persecución ideológica ante todo lo que tenga que ver con el independentismo catalán, como han desvelado las gravísimas grabaciones que han salido a la luz estos días revelando las conversaciones entre el ministro Fernández Díaz y el máximo responsable de la Oficina Antifraude catalana. Y es que aquí no estamos para construir nada por el bien de España, aquí estamos para despellejar al “rival” hasta dejarlo en carne viva y reírnos, una vez más, con la carita que se les ha quedado a Iglesias y a Errejón.   


La demonización hacia Podemos no conoce parangón en la historia de nuestro estado español. No ha habido, ni por lo más remoto, este discurso del miedo ni esta alerta para nuestra democracia siquiera con los distintos partidos extremistas que ha conocido nuestro país , desde Fuerza Nueva hasta Democracia Nacional, y no lo hubo desde luego en su momento cuando la democracia comenzaba a andar tras la dictadura franquista con partidos como la Alianza Popular de Manuel Fraga, cuya herencia con el franquismo estaba fuera de toda duda, comenzando por la figura de su presidente y fundador, el citado Manuel Fraga, quien ocupase distintos cargos durante el franquismo, siendo el más relevante el de Ministro de Información y Turismo, en una época en la que en España se fusilaba en cuanto a las creencias políticas con casos tan sonados como el de Julián Grimau del que Fraga fue parte activa. Tampoco lo hubo con el Partido Comunista de Santiago Carrillo, joven secretario general de las Juventudes Socialistas Unificadas en 1936 y uno de los responsables del traslado de dos mil prisioneros contrarios a la República que acabarían siendo asesinados vilmente en las matanzas de Paracuellos del Jarama. Fraga y Carrillo, máximos exponentes de la fractura de las “dos Españas”, y ambos con las manos manchadas de sangre, no conocieron ni de lejos la demonización actual que sufre un joven profesor universitario sin ningún tipo de bagaje político hasta la fecha y al que lo único de lo que se le puede acusar es de lo que haya dicho en alguna tertulia televisiva. Es decir, la demonización del pensamiento.  Con Fraga y Carrillo se aludió a la madurez del pueblo español, capaz de saber distinguir el contexto que se abría ante España en aquel momento del de la España de la guerra civil. Una madurez que ahora no se nos reconoce. El voto a Podemos llevaba inevitablemente al país al desastre, sin posibilidad de retorno, sin posibilidad de que nuestros mecanismos encontrasen la solución si realmente hubiera llegado el caso de que Pablo Iglesias, una vez instalado en la Moncloa, se hubiera erigido en dictador y expropiase a los españoles, tanto de naturaleza física como jurídica, de todas sus (escasas a día de hoy) posesiones. La no asunción de esa madurez si reconocida en los tiempos en los que políticos totalitarios como Fraga o Iribarne comenzaban a manejarse con sus nuevas carreras dentro de la democracia parece llevar implícito el pensamiento de que los españoles, 30 o 40 años después, nos hemos vuelto tontos. Y en efecto, a tenor de los últimos resultados parece que nos hemos vuelto tontos.


La recompensa que obtenemos gracias a los salvaguardas ideológicos tan atentos a la biografía intelectual de los podemitas  es la más que posible nueva legislatura del gobierno más salpicado por escándalos de corrupción que ha conocido nuestra historia. Insisto en que (no me queda más remedio) he de respetar al votante popular convencido de que el gobierno de Rajoy es lo mejor que le puede pasar a este país, pero mucho más difícil de respetar me resulta quien  con la pinza en la nariz ha dado poder e insuflado vida a un partido corrupto sólo por miedo a la ola que venía detrás. A ese ciudadano me veré obligado a recordarle, cada vez que haya un nuevo desahucio, un nuevo despido sin indemnización, cada vez que se firme un nuevo contrato basura, cada vez que se encarcele a alguien por sacar una pancarta en público, cada vez que estalle un nuevo caso de corrupción en el partido del gobierno, cada vez que Hacienda nos recuerde las decenas de miles de millones de euros que este país pierde en fraude fiscal, cada vez que haya un nuevo desfalco, cada vez que haya un nuevo recorte en nuestra sanidad o educación, cada vez que un joven con un inmaculado expediente académico haga las maletas para buscar un trabajo que no encuentra en casa fuera de nuestras fronteras, o cada vez que nuestro país haga tratos y negocios con estados que no respetan los derechos humanos, me veré a obligarle como digo su esperpéntico número de la pinza en la nariz y la irresponsabilidad en un acto tan trascendente para nuestro futuro como es el de votar en unas elecciones generales. 


Se ha hablado mucho, y con razón, de la falta de autocrítica de la izquierda tras estos resultados electorales. Cabe preguntarse una vez arrojada esa reflexión la autocrítica que pueda hacer un gobierno que se ve respaldado por un número mayor de ciudadanos que hace seis meses, muchos de los cuales no creen en ellos. ¿Qué autocrítica, que capacidad de mejoría podemos esperar de un gobierno avalado por un pueblo que antes que preferir apoyarle, se mueve por el impulso de odiar al conciudadano? 


Se ha hablado mucho, y también con razón, del populismo de la “nueva política” y del populismo de Podemos. Créanme si les digo que en todos los años de mi vida no he visto un mayor caso de populismo político que este infantiloide y trasnochado “¡qué vienen los rojos!” con el que muchos de nuestros ciudadanos se han arrojado a las urnas conscientes de que el hedor de su voto les obligaba a ponerse una pinza en la nariz… 



…pero todo por ver la carita que se les ha quedado a Iglesias y Errejón y echarnos unas risas… 



jueves, 28 de abril de 2016

HIPOCONDRÍA 43




“No pido de aquí en más buena fortuna, yo mismo soy la buena fortuna” (Walt Whitman, “Canto del camino abierto”) 





"The fools rule the world" Gyuri Lohmuller




Supongo que hoy es un buen día para reabrir este blog de mis cicatrices. Espejo laminado donde eyacular palabras y escupir tempestades. Y es que soy un año más viejo. 


El trueno no cesa. La tormenta, el vaivén. La joroba de calamidades, la hipocondría caminante, la obsesión compulsiva hecha carne y lamento. 


Ya todo lo que tengo es esto. Edad y recuerdos. Pasos hacia atrás e impulsos hacia delante. La memoria del hedonismo y de los tobillos alados.


El mejor regalo es la vida, los rayos de sol, la risa de I., “cuanto sé lo aprendí entre surcos de vinilo y vermouth”, y empaparme, bañarme en el simbolismo, Los Negativos, la Magia Negra, el modernismo, el futurismo, el dadaísmo, el surrealismo… el aliento de Fernando Arrabal. El sentimental nudismo anacoreta.  


Y es que me sigue emocionando como el primer día (toda la vida es en realidad el primer día) aquel verso enajenado de Rimbaud: “en efecto, los nervios están a punto de zarpar”. El poema se llamaba “Veinte años”, pero ya no hay número sino tránsito, y una hoja de hierba no es menos que el camino recorrido por las estrellas. O al menos eso me enseñó Walt Whitman en su cabaña de triunfos y celebraciones. 


Estamos llegando al punto de que se cierna un nuevo Pentecostés sobre nuestras cabezas, de tal modo que me canto, me celebro y me estremezco ante mí mismo. 



Quiero más.  



viernes, 19 de febrero de 2016

PECHOS











Observo como una parte de la población masculina de este país se sigue sintiendo intimidada ante el feminismo radical de la exposición de los pechos al aire. La revolución pectoral. La revolución no será televisada, pero será amamantada. 


No es la vulva lo que impone, por mi vulva, por mi vulva, por mi grandísima vulva. Se tolera el sexo vaginal, geometría púbica y poética. La dialéctica del coño, columpio literario rotundo y español, muy español, ¡coño! Mi querido y admirado cosmonauta de las letras, Juan Manuel de Prada, les dedicó todo un libro a los coños en aquellos tiempos juveniles que le saludaban como un nuevo Umbral traspasando un nuevo umbral. Como buen cristiano bendice el coño, flor de vida, luz vaginal, pero los pechos, ¡ay los pechos!, los pechos son otra cosa. Se nos va de los senos. 


Pechos pochos pinchados a pachas. Pinchos de pechos. Pechos panchos. Panchos pechos. Pechos somnolientos entre discos de Los Panchos y Los Pecos. 


El pecho asusta al hombre, con su rotundidad anárquica y voluptuosa. No es la florecilla delicada de la matriz entrepernil. Ese triángulo atrapado entre muslos que no ofrece resistencia. El coño no amenaza.
 

Pero el pecho dispara rabia y fuego. Es el pecho la raza, en todos sus colores, tamaños, extensiones y olores. El pecho leve o el pecho fuerte. El pecho plano o el pecho turgente. El pecho afortunado o el pecho sin suerte.


El pecho asfixia, cual estanquera de Fellini, estrangula los miedos del hombre, le recuerda su pequeñez ante la mujer y la naturaleza. Le retrotrae al nacimiento, al suyo propio y al de la humanidad entera. La venus paleolítica. La Venus de Willendorf, que es todo pechos. Pechos ancestrales. Pechos que se pierden en la noche de los tiempos. Pechos que son la espuma de los días. Pechos que son labios de amanecer. Pechoglicerina y tetalogía de las cosas.  


El pecho es libertad, anarquía, blasfemia y transgresión. El pecho es el tobogán por el que se deslizan los ideales. El pecho es metralleta y martillo. El pecho es la escoba que barre la caspa casposa de la España más rancia, la que se quedó en el coño y se asusta ante el pecho. La que sigue sin ir al cine por miedo a ver una película basada en pechos reales.  Si la Armada Invencible se hubiese formado de pechos, y no de barcos, el sol seguiría sin ponerse en nuestro imperio. 



Nuestro imperio, claro está, de pechos.  


jueves, 18 de febrero de 2016

EL INVIERNO EN PONFERRADA



"The Sleeping House III" (Alexander Jansson)




Echo de menos el invierno en Ponferrada y el veneno del frío en el tuétano descorazonador de mis recuerdos.


Echo de menos la noche del jueves de maletas y televisión, y el tren del viernes que me llevaba a la helada desolación de las calles bercianas. Construía mis costumbres ferroviarias envueltas en el papel de aluminio de un sandwich conjugado con la saliva del emigrante.


Echo de menos el apartamento de I. en aquella Calle del Reloj al que le pedíamos que no marcase las horas, y el aliento tabernario del vino tinto socorriendo mi alma.


¡Cómo sucedía el invierno aquel año en Ponferrada, devorando fines de semana salpicados de salsa brava y efluvios de gélida melancolía!


Nunca creí que echase de menos el invierno en Ponferrada, desde que me consagré como hijo del sol y heraldo de la luna, pero no sabía que la nitroglicerina sentimental se congelaba en las esquinas con olor a orines y sonetos quebrados de tartamudos karaokes.


Echo de menos luchar contra la meteorología bajo las sábanas al lado de la Calle del Reloj con los labios de I. sirviendo de termómetro.


Fenomenología de un espíritu abstracto. Al final de tanto luchar contra el invierno resultó que el invierno era yo. ¡Si es que me pierde la metafísica, che, ya me lo dijo Horacio Oliveira desde la ventana de su pieza bonaerense!



Bocón de salitre, hielo Biafra. Invierno en Ponferrada, consuelo de mis nubes donde copulan ferozmente los pájaros anarquistas.     



martes, 16 de febrero de 2016

NI LA LLUVIA ME PODRÁ DETENER



"Can you see the real me, can you...?" 
("The Real Me", The Who)





The Real Me






No concibo el hombre sin dudas. No logro admitir la existencia si no es presidida bajo un enorme interrogante. Una permanente angustia existencial que somete al niño, ahoga al joven y fortalece al hombre, y que se manifiesta con especial significación precisamente en esos entretiempos de nuestra vida que se dan entre la niñez y la madurez, en ese verano de todos los veranos, en la noche interminable y en la fiesta dionosíaca que supone la juventud. 


No me extraña por tanto que el existencialismo, bofetada anímica de realidad que acompaña al hombre desde su nacimiento, se ponga de moda (si es que tal cosa es posible cuando hablamos de la filosofía de la angustia) precisamente en la segunda mitad del siglo XX con Sartre y Camus, cuando irrumpe el rock’n’roll, cuando ser joven adquiere significado propio y se crea una cultura particular por y para los jóvenes, poseedores a partir de entonces de un lenguaje exclusivo, de una actitud diferencial y kamikaze. La vida como una llamarada que hay que mantener viva mientras el cuerpo, la cabeza y el bolsillo aguanten. 


Las tribus urbanas son un intento más de dar respuesta a preguntas cuya auténtica valía residen precisamente en no tener respuesta y ser repetidas una y otra vez generación tras generación. Las mismas preguntas, los mismos deseos. La búsqueda y exploración del yo dentro del todo, de la individualidad en el colectivo. Ningún movimiento logra expresar de una manera tan rotunda a través de distintas manifestaciones, especialmente la musical, esa individualidad abierta y salvaje, un “vivir a tumba abierta” sin pensar en que el partido pueda tener segunda parte, o incluso prórroga, como la escena modernista que surge en el Reino Unido a principios de los años 60. El baile es la nueva religión, pero se predica la palabra y se venera el verbo. Steve Marriott, Pete Townshend o Ray Davies son la voz áspera y cruda de las calles, los Sastre o Camus de las noches, las anfetas, las pistas de baile, el sexo y el sudor. Y Paul Weller una década después es el responsable de que la llama no sólo no se extinga, si no que viva un apogeo todavía mayor en países que en los 60 no podían, por circunstancias políticas y económicas, acceder a lo que significaba esa adrenalínica “vida total” que ensalzaban los trovadores electrificados. Uno de esos países fue España, donde una legión de chavales a finales de los 70 y principios de los 80 se envenenaban de pasión con los discos de los Jam y el visionado obsesivo y reincidente, cuales Alex de Large en pleno tratamiento ludóvico, de la magistral “Quadrophenia”, biblia en celuloide de esa angustia juvenil y existencial que era y es motor e instinto de un modo de vida que viaja despreciando el freno. 



En León uno de aquellos jóvenes acólitos de los rabiosos nuevos viejos sonidos crecía obsesionado por recoger la antorcha, el legado, avivar la llama. Tras el paso por su primera banda, Ópera Prima, encontraría el vehículo ideal para aquellas obsesiones adolescentes al lado de otros cuatro jóvenes (hay que recordar a José Berrot en la primera formación) de su ciudad influenciados en mayor o menor (claramente mayor en el caso de Elena, a la sazón pareja sentimental e intelectual del protagonista durante varios años) medida por aquella música y actitud arrogante, lindante con el punk y tradicionalista y respetuosa con las raíces negras y afroamericanas de la música anglosajona. Los Flechazos, orgullo mod patrio, reclutan miles de seguidores mientras aquel leonés de adopción llamado Alex escupe sin parar andanadas comprometidas de pura militancia modernista. Son buenos años con Dro y muchos medios de comunicación haciendo caso a las canciones de la banda, himnos sencillos y efectivos con una insultante capacidad tanto para animar pistas de baile como para pegarse al subconsciente del oyente como lapas. Los Flechazos se convierten para muchos aficionados al pop en una de las mejores bandas nacionales, pero para otros cuantos, secretos adoradores de la "vida total", no se trata de una banda más, se trata del grupo que está escribiendo la banda sonora de sus vidas.   


Las canciones hablan de bares, de chicas, de fiestas, de discos, de ropa... de ser joven, en definitiva. No hay banalidad en el asunto. Ser joven, ya lo hemos dicho, es vivir perennemente cuestionado, es la angustia existencial del niño que ya ha crecido y espera lo que le depara el ser hombre. Y Los Flechazos, haciendo un juego fácil, dan cada vez más en la diana, y llega "Luces Rojas", una canción que es, por encima de todo, una forma de vida. "Ni la lluvia me podrá detener...", nada hay más triste, gris y melancólico que la lluvia. "Cuando me canse pararé a pensar, y por fin sonreiré, cuando el sol brille más, y me despierten las olas del mar" Nunca en el pop español se consiguió reflejar de manera tan precisa, cruenta y atroz ese sentimiento quadrophenico de la angustia juvenil. Y las luces rojas se apagaron cuando Alex, como hiciera Paul Weller disolviendo The Jam en la cúspide de su carrera, buscó su propio camino, sólo ante el peligro como Cooper. El niño que de joven se hacía preguntas se transformaba en el hombre que afrontaba su destino.   


30 años de carrera obligan a mirar atrás, a echar un vistazo al camino recorrido, a reconocer como propias esas pisadas en la arena y a comprobar el efecto que ha producido en una generación de seguidores tantos jirones de alma dejados en las canciones.


Es Alejandro Díez Garín un músico extremadamente inteligente, calculador y seguro con cada uno de sus pasos. Nunca ha renegado de su pasado, y ahí han estado sus constantes guiños a Los Flechazos en sus conciertos con Cooper o sus íntimos bolos acústicos. Pero igualmente nunca ha dejado que ese pasado le atrapase, negando toda posibilidad de estancamiento. Recuperar aquella banda sonora de toda una generación, por tanto, para celebrar sus 30 años de carrera, no podía ser en ningún modo algo resuelto al azar. Era el momento de ponerse las mejores galas.     




Dressed right, for a beach fight (foto de Nacho B. Sola)



La fecha tampoco parecía producto de la casualidad. Una víspera, lluviosa, claro, de San Valentín. Madrid, ciudad que siempre ha reverenciado la explosividad modernista y donde Los Flechazos se han sentido habitualmente como en casa (escogieron la capital en su momento para grabar su único álbum en directo, en la desaparecida Sala Revolver, eran los tiempos en los que llenaban la Aqualung, cosa que no pudo decir ni el mismísimo Keith Richards… aquellos maravillosos 90 del picor de niqui y del frescor, de camas deshechas y posters en la pared) La Riviera y el vértigo de su aforo de dos millares de personas. Semanas antes el “sold out” servía el anticipo del éxito, al menos tangible y palpable de la empresa. Quedaba convencer sobre el escenario, resplandecer en el triunfo emocional, y demostrar que versos que traspasaron tuétanos y noches siguen siendo fuego.      


Si nada está dejado al azar, no puede extrañar que Elena Iglesias apareciese en escena precisamente con una canción como “En tu calle”, reivindicación de un pasado juvenil y romántico, de unas tardes en las que se veía la ciudad con ojos inocentes y ansiosos y el hambre de la vida que está por venir, de los juegos que los chicos piensan que son nuevos, como cantaba Mick Jagger en “As Tears Go By”, canción que emparentaría con “Me he subido a un árbol” (igual que “La vuelta a la manzana” del último LP de Airbag es descendiente directa de “En tu calle”) también de “Alta Fidelidad”, obra de madurez flechaza con la que saludaban los tiempos independientes de Elefant Records. Hubiera gustado ver a más miembros de Los Flechazos reforzar la celebración, pero bien valió la pena volver a disfrutar de Elena tiñendo de purpureo Hammond el escenario y a Héctor percutir el bajo mientras la chica de Mel Ramos volvía a subirse a lomos de un hipopótamo. Núcleo fundacional de la banda, el tributo también les pertenecía.      




"Y nos íbamos a ver la ciudad..." (foto de Nacho B. Sola)



Fuimos vaciando el bidón de gasolina, mito flechazo juvenil por excelencia. Quienes seguimos sus andanzas y asistimos a decenas de sus conciertos podemos dar fe de que en efecto fue uno de los primeros temas desterrados de su set list. Pero ya lo hemos dicho, nada está escogido al azar en la carrera de Alex, y si había un motivo para recobrar las ganas de prender fuego era éste. Si se mira al pasado es sólo para coger impulso. Por eso el movimiento, vaya perogrullada, no se puede detener. A toda velocidad.   


Ni la lluvia me podrá detener… los versos siguen blandiendo ferocidad. El bardo eléctrico que surgió del frío, voz de una generación. Lo consiguió. “Cuando era pequeño quería ser feliz y soñaba con lograr lo que ahora tengo ante mí”. No sé si lo que soñaba era tener a dos mil personas coreando sus canciones puño en alto, pero lo consiguió. Consiguió poner patas arriba su ciudad, encender una llama que aún perdura, reivindicar la individualidad dentro del colectivo, fortalecer la personalidad dentro de la tribu. Por eso el movimiento no se puede detener y por eso siempre hay camino por recorrer.  


Sujetos a las mismas coordenadas vitales que los primeros hombres que poblaron la tierra, presos de las mismas preguntas y cuestiones que a la vez son las que nos hacen libres (el ser humano es una enorme duda, pero también una gigantesca contradicción y paradoja), poco importan las diferencias cuando se han escrito canciones que ya son de todos y que no son canciones si no vida. Porque pocas palabras me han acompañado tantas veces cuando amaina la tormenta en que se convierte la noche con sus alcoholes, borracheras, excesos y quejumbres, pocos versos han golpeado mis sienes en sus suicidios neuronales, pocas ideas han abatido mi alma cuando se pliegan las alas para esconder las cicatrices, cuando la angustia sucede, y el niño sigue preguntándose qué es lo que hay detrás de cada puerta, como el mantra quadrophenico de “Luces Rojas”.   


Ni la lluvia me podrá detener…       





I Am The Sea







viernes, 12 de febrero de 2016

LA CACHIPORRA TERRORISTA


"El que quiere interesar a los demás tiene que provocarlos" (Salvador Dalí)







Mr. Punch, violencia contra las fuerzas del orden. Los niños le adoran.





Una bruja vive tranquila en su casa, viendo su tranquilidad interrumpida por la llegada del propietario del piso en el que vive, quien aprovechando su situación de poder sobre dicha bruja la viola. En venganza la bruja mata al propietario. Posteriormente la bruja descubre que ha quedado embrazada en la violación y da a luz un niño. Una monja aparece en escena para llevarse al niño, la bruja no quiere permitírselo y tras un forcejeo violento, la monja muere. Finalmente la policía se persona en el lugar para detener a la bruja y le colocan una pancarta que reza “Gora Alka-ETA” para incriminarla con actividades terroristas. Aparece un juez que en vista de las circunstancias la condena a muerte, pero la bruja es lista y en un ardid propio de las brujas logra convencer al juez para que sea él quien meta la cabeza en la soga, resultando ahorcado a manos de la propia bruja. Una bruja que tras enfrentarse a la Propiedad, la Religión,  el Estado, y la Ley, sale victoriosa.   


Este es el argumento de “La Bruja y Don Cristobal”, retablo de marionetas cuyo título reconoce la influencia del famoso “Don Cristobal” de García Lorca (no hace falta encarcelarlo, ya fue fusilado en su día) Don Cristobal era un personaje lorquiano bruto y malencarado que la emprendía a golpes con su mujer y los hijos de ésta (fruto de sus relaciones con otro hombres), llegando a asesinar a varios personajes de la obra. Don Cristobal al fin y al cabo, no deja de ser un arquetipo del teatro de títeres europeo de toda la vida, con ejemplos cruentos, sangrientos, irreverentes, transgresores  y satíricos por doquier.  Uno de los más célebres y varias veces representado en España ante niños es el inglés “Punch and Judy”, en el que el protagonista, Punch, un personaje de estrato humilde, lucha con desatada violencia contra todo tipo de poderes fácticos, legales y económicos, asesinando habitualmente representantes de la ley y el orden en cualquiera de sus distintas versiones, haciéndolos pasto de su máquina de hacer salchichas, donde incluso acaba su propio hijo. Los niños al verlo, ya ven que horror, lo jalean y lo pasan en grande. Mister Punch tiene una placa conmemorativa en Covent Garden, recordando su primera representación en dicho barrio londinense, y es considerado un símbolo de libertad absoluta.


Ahora relean el argumento de “La Bruja y Don Cristobal”, espectáculo creado por la compañía teatral granadina Títeres desde Abajo, y pellízquense ante el insólito hecho de que la representación de dicho espectáculo ha dado con los huesos de los dos miembros de la compañía encargados de representarla en la cárcel durante cinco días, bajo prisión preventiva y sin fianza, y su posterior retirada del pasaporte y obligación a personarse en el juzgado día tras día,  todo esto en la España de 2016, en un asombroso ridículo, uno más, que no está pasando desapercibido en el resto de Europa y globo terráqueo. Hay que reconocer, eso sí, que si lo que buscaba Títeres desde Abajo con esta obra era denunciar la facilidad con la que se puede incriminar a alguien con actividades terroristas en este país, sin duda lo han conseguido.


Un cachiporrazo rotundo a la libertad de expresión, a la catarsis que siempre nos ha procurado la ficción, escenario donde cabalga, o debiera cabalgar, libre la transgresión.


Es perfectamente comprensible la indignación de los padres que llevaron a sus niños a ver un espectáculo de títeres (y quienes posiblemente desconozcan la violenta tradición de este arte) y se encontraron frente a una subversiva pieza para adultos que reivindicaba el anarquismo más incendiario. No era precisamente su idea de una tarde de Carnaval con sus hijos la de embarrarse en un alborotador panfleto anti-sistema. No así de comprensible es la indignación de quienes en un asombroso (y peligroso) ejercicio de cortedad de miras acusaron a los títeres de enaltecimiento de terrorismo y jalearon la detención de los titiriteros. En ese caso sólo puedo compadecer a sus hijos, pobres criaturas, por tener unos padres tan retrógrados. Que tengan cuidado esos chavales con los discos o libros que vayan a elegir para su alimentación espiritual, no vaya a ser que acaben en la hoguera (los libros y discos, no ellos, aunque no pondría la mano en el fuego, nunca mejor dicho) como en aquel pasaje del Quijote en el que son condenados los libros de caballería, responsables de mudar el seso del hidalgo de cuerdo a loco. Y sin embargo es muy posible que esos mismos chicos sean alentados a leer una de las obras más crueles y sanguinarias de todos los tiempos. Una repleta de plagas, maldiciones, asesinatos, violaciones, traiciones, lapidaciones, crucifixiones, y todo un largo catálogo de monstruosidades que convierten cualquier película de Tarantino en “Sonrisas y Lágrimas”. Normal que Alex De Large, una vez recluido y puesto bajo vigilancia, hiciese de La Biblia su libro favorito. En el Quijote se advierte del peligro de no distinguir entre realidad y ficción, así como de censurar la ficción evasiva escudándose en lo pernicioso de su influencia. La delirante noticia sucedida con los titiriteros haría retrotraernos prácticamente a los tiempos en los que el Marqués de Sade era encarcelado por sus escritos libidinosos y transgresores,  es decir, a prácticamente 200 años atrás nada menos. 

  


Alex de Large, ensimismado leyendo La Biblia.
   

No deja de resultar infantil el tratamiento respecto a la (lo quieran o no ya afortunadamente bastante olvidada) cuestión terrorista etarra que sigue dándose en una parte de la sociedad española, atrapada y reprimida en un ridículo tabú.  Si han visto “La Vida de Brian” de esos grandes transgresores que han sido los Monty Python, recordarán la escena en la que un pobre diablo es condenado a lapidación por haber usado la palabra “Jehová” en vano.  En esa desternillante secuencia finalmente el implacable y estirado juez (interpretado por el gran John Cleese, a quien hace poco leíamos advertir sobre como el exceso de corrección política puede acabar con la comedia) es lapidado por el pueblo al usar la palabra “Jehová”. “ETA” parece haberse convertido en el particular “Jehová” de los españoles, no debe ser usado en vano, ni para hacer sátira política ni social, ni como atrezzo de una obra de ficción. La añoranza con el terrorismo etarra es tal que asistimos a un excesivo y preocupante celo por parte de la LEY, en un concepto mayúsculo, abstracto, y casi divino capaz de regir nuestros destinos y pensamientos en inventarse filoetarras. En ese sentido el auge de la fuerza política Podemos, las diversas mareas, versos libres e independientes como Manuela Carmena, o incluso el ya lejano 15M han sido puro alimento para quienes añoran a ETA, ya que como ETA no mata, al menos se pueden amparar en la obscena idea de que muchos españoles desearían que matase. En concreto todos los españoles que no piensan como ellos, y ahí puede entrar tanto un radical nacionalista abertzale como un libertario en contra de cualquier frontera, tanto un titiritero haciendo un montaje, como yo mismo sin ir más lejos. 



Dado el cariz que ha tomado todo este asunto, y consciente de que bien podría ser yo el próximo que tenga que dar explicaciones ante un juez sobre (espero que presunto) “enaltecimiento del terrorismo”, y sabedor de que por una parte de mis conciudadanos sólo voy a recibir insultos y amenazas, ya que no voy a recibir su solidaridad déjenme pedirles que, al menos, como cantaban Los Nikis, me manden una lima en una bocata.   





Yo sólo le dije a mi mujer: "¡qué rico bacalao, por Jehová!"



miércoles, 13 de enero de 2016

REIVINDICACIÓN Y VERGUENZA



Es posible que tal y como decía Lampedusa sea necesaria la mutabilidad de las cosas para que precisamente nada cambie, en ese pesimismo reflexivo al que nos confina un mundo viejo presa de sus propios vicios y errático en sus propias vanidades. No obstante, en nuestra urgencia de vivir conscientes de la “erección de la actualidad”, que decía Cándido, siempre encontramos alguna lucha o batalla por la que merece la pena descruzar los cansados brazos y limpiarles las telarañas a nuestras conciencias. Es entonces cuando recurrimos a los medios que encontramos a nuestro alcance, entre ellos el gesto reivindicativo. 


Una de mis luchas sociales favoritas, por lo que tuvo de impacto cultural en la historia del Siglo XX, es la de los negros en Estados Unidos. Una reivindicación justa y necesaria en contra del racismo y opresión a todo un pueblo que no significaba que se excluyera de aquella lucha a otros racismos existentes sobre otras razas o etnias (por ejemplo el manifiesto racismo estadounidense hacia los asiáticos, especialmente japoneses, durante parte del siglo XIX y gran parte de la mitad del XX), de igual modo que la lucha contra la violencia machista no implica, de ninguna manera, olvidar que puede haber violencia de género feminista. Es sólo que ésta última es ínfima en comparación con el gravísimo problema que supone la violencia ejercida por el hombre contra la mujer, y ahí están las cifras de asesinatos o agresiones en un sentido u otro. La lucha del pueblo negro durante aquellas convulsas décadas constituye un episodio fascinante en el que se entremezclan movimientos culturales, música soul, bandas callejeras, e incluso Juegos Olímpicos.  


La imagen de Tommie Smith y John Carlos en México 1968 puño en alto reivindicando el “black power” después de ganar oro y bronce respectivamente en la final de los 200 metros lisos sigue siendo una de las estampas más icónicas y poderosas de finales de los 60. Posiblemente El Gesto, con mayúsculas, del movimiento negro, en cuanto a notoriedad y capacidad para traspasar mediáticamente fronteras debido al escenario en el que tuvo lugar. Fueron abucheados en la misma pista, criticados por el propio Comité Olímpico de los Estados Unidos, y vilipendiados y amenazados de muerte tanto ellos como sus familias a su regreso a su país. No sólo ellos. Peter Norman, el atleta blanco australiano que les acompañó en el podio al hacer plata y quien se mostró solidario con la protesta de sus rivales, fue igualmente despreciado por las autoridades de su país, negándoles incluso su participación en los Juegos Olímpicos de Munich cuatro años después pese a ser el tercer mejor corredor de su país en su distancia en las pruebas clasificatorias. Al fallecer, en 2006, esta historia de honor deportivo y dignidad racial recobró protagonismo cuando los propios Smith y Carlos viajaron a su funeral y portaron el féretro de quien había sido su rival en aquella histórica carrera, en aquellos 200 metros de velocidad que pareciendo querer dar la razón a Quevedo en su soneto dedicado a Roma, demostraron que sólo lo fugitivo permanece y dura.      




Say it loud, I'm black and I'm proud!!



Aquel gesto definitivo y global de los dos atletas negros fue el televisivo espaldarazo a los que protagonizaran años antes Irene Morgan y Rosa Parks, mujeres anónimas que se convirtieron en símbolos para todo un pueblo al negarse a ceder sus asientos de autobús a los blancos. Como en toda lucha social que se precie, conviven por un lado los gestos anónimos de quienes padecen día a día las injusticias que pretenden derrocar con otros gestos más mediáticos e impactantes efectuados por quienes debido a su posición pueden erigirse como improvisados altavoces de una reivindicación que igualmente consideran justa y necesaria. Irene Morgan y Rosa Parks fueron las heroínas que saliendo de la nada prendieron la mecha de una revolución social que creció imparable hasta ver como en 1974 los ciudadanos de Atlanta escogían al primer alcalde negro de los Estados Unidos, Maynard Jackson, y que  ha logrado que 150 años después de ser abolida la esclavitud (a pesar de que el Estado de Mississippi no lo haya hecho oficialmente hasta el año 2013) la Casa Blanca sea ocupada por un inquilino de raza negra con total naturalidad, pero el gesto de Smith y Carlos hizo que aquella lucha se colase en los hogares de todo el mundo, dada la trascendencia de un evento como unos Juegos Olímpicos.  



Esta mañana hemos asistido en un escenario igualmente simbólico como es nuestro Congreso de Los Diputados a otro gesto reivindicativo protagonizado por una figura mediática que ejerce de altavoz de miles de mujeres (y hombres) anónimas que llevan tiempo denunciando la necesidad de una mejoría en las condiciones laborales para una mejor conciliación entre vida laboral y familiar. Carolina Bescansa, diputada de Podemos, se ha convertido en protagonista del día al acudir al comienzo de la nueva legislatura del Congreso con su bebe de seis meses bajo el brazo, en un intencionado acto reivindicativo que, como no podía ser de otro modo tratándose de una “podemita”, ha comenzado ya a ser criticado (y lo que te rondaré morena, Carlos Cuesta tiene para llenar tertulias de aquí a Semana Santa con el tema) En este país muchos hombres y mujeres (sobre todo mujeres) tienen que realizar auténticos ejercicios de equilibrismo horario para seguir atendiendo a sus puestos de trabajo sin perder su condición y naturaleza parental. La mayoría no tienen voz ni voto ni micrófono ni altavoz para reivindicar su lucha. Hoy Bescansa ha tratado de dárselo. 


Nunca una reivindicación por algo que se considera justo deber ser una vergüenza. La única vergüenza que hemos padecido esta mañana en el Congreso es la de ver a Pedro Gómez de La Serna, un diputado acusado de corrupción y expulsado por el propio partido político que representa y bajo cuyas siglas ha obtenido su escaño inaugurar su nueva legislatura en el cargo. Algo contra lo que todavía no tenemos herramientas y que, esto sí, debería hacernos enrojecer de vergüenza sobre nuestro sistema político. 



Dejen de mirar tanto al niño de Bescansa y miren más a las jóvenes y trabajadores madres que tenemos a nuestro alrededor. Ellas son a quienes ha representado este gesto.  





Y mientras tanto Pedro a lo suyo.


viernes, 8 de enero de 2016

EL APRENDIZ DE MANIPULADOR DEL TIEMPO

"Nem faço outra coisa senão entristecer-me nesta nossa pobre terra"  

(Euclides Da Cunha, 1909)  




"La perseverancia de la memoria" (Salvador Dalí, 1931)





El hombre, ese animal de pezuñas dionisiacas y paradoja andante, esclavo de su propia libertad, o libre dentro de su deseada esclavitud.    


Nos empeñamos en esclavizarnos, desde el principio de los tiempos. Religión, ciencia o tecnología, tanto da, no han sido si no orquestadores de tal esclavitud. El progreso que paradójicamente nos libera y nos hace más libres y, extraña asociación de ideas (como si no pudiera ser más feliz el pájaro cantor que alegra las mañanas del vecino desde su jaula que el buitre que sobrevuela los cielos husmeando la podredumbre), por ende más felices, no hace sino esclavizarnos más y más hasta el punto de que apenas podemos pasar un día sin esas redes sociales que nos dijeron “ven” y lo dejamos todo. Y es que hemos creído que “red” en ese caso se refería a organigrama confluente, cuando no son más que redes tales cuales eran las de los pescadores de antaño utilizadas para atrapar inocentes pececillos. Y allá vamos nosotros, pececillos humanos, enganchados y atrapados para siempre en esas redes donde gustosamente consumimos nuestro tiempo, y peor todavía, el que se supone nuestro tiempo de ocio, ese tiempo exclusivamente NUESTRO, que por obra y gracia de tales redes se convierte en un tiempo compartido con vaya a usted a saber que señor halitósico y mostachudo que pueda estar al otro lado de la pantalla mientras se frota su entrepierna ataviado con sus calzoncillos del Mundial 82. Y ya no hablemos del móvil, artilugio en el cual comprimimos toda nuestra vida, como si pudiera caber toda ella en unas pocas pulgadas. Nuestros contactos, nuestras fotos, nuestras citas… “¡la bolsa o el móvil!”, gritan ahora los apandadores del siglo XXI cuando nos asaltan bardeo en mano.    


Pero de todas las esclavitudes a las que decidimos someternos, sin duda la mayor, y viene de antaño, es la del tiempo.    


Someter el tiempo, pobres de nosotros, condensarlo en una esfera pensando que dejaría de batir sus alas bajo unas manecillas, encerrarlo en arena o confinarlo a los rayos del sol. ¡Qué vana ilusión! El tiempo es indomable. El tiempo hace batir un látigo de espanto sobre nuestras cabezas. El tiempo dirige la orquesta con mano de hierro y nosotros bailamos.  


Y así, con esa ingenuidad propia de nuestra especie, creímos que someter el tiempo, medirlo, interpretarlo, darle códigos y literatura, nos haría más libres, y por ende (como si no pudiera ser más feliz Luis Bárcenas en su jaula de oro que el indigente que orina en las esquinas sus borracheras de Don Simón de tetrabrick) más felices. Y ese engañoso dominio del tiempo nos ha constipado el alma, incapaces de saber vivir sin la certeza de que ese mismo tiempo al que tratamos de domesticar como aliado de improbable felicidad es el enemigo. Hemos despreciado la naturalidad de vivir en perpetuo estado contemplativo, hemos rechazado la sombra de los árboles, el latido de las olas del mar, y la vida salvaje que nace con el sol y muere con la luna. Nos hemos vendido al tiempo con la excusa de poder saber a qué hora son los partidos de la Champions League (que por otro lado, excepto si se juega en Rusia, son siempre a las 20,45, y aun así en las barras de los bares plagadas de carajillos uno sigue recibiendo un aliento de orujo hecho carne que le inquiere “¡PEPEEEE!, ¿A QUÉ HORA ES EL FURBOL?”) y con ello nos condenamos al número, al segundo, al minuto, a la hora, a la edad. Y nos vemos repentinamente plagados de otoños, con una edad con la que ya no podemos hacer esto o lo otro, y nuestras tibias y peronés se convierten en mausoleos de la cicatriz del paso del tiempo. Con lo bien que viviríamos sin tamañas mediciones de tragedia.


Y yo no escapo a esta condena autoimpuesta desde nuestra necedad de especie primate. Y así discurro que este blog de pensamientos, tan abandonado (porque ya toda mi vida se convierte en un pensamiento, una ráfaga beoda y mental, un discurso conmigo mismo sobre el devenir de la miseria), recibe ahora su primera entrada del año. ¡Otro año! Como si fuera cosa de consideración. Pues en efecto, mal que me pese, así es.   


Pero reflexiono una vez más (lo cual no significa hacer flexiones dos veces, ya que si fuera así tendría un cuerpo que sería la envidia de cualquier presidente de la FAES) y observo que vivo yo constantemente cambiando de año, en un perenne cambio climático buscando el consuelo y el optimismo aprendiendo, en definitiva, a manipular el tiempo a mi antojo para no ser derrotado por su espada damoclesiana de canas de nitroglicerina. 


Vivo el cambio de año del calendario gregoriano, lo cual hace que ya por los albores de Diciembre note ese quejido anímico de un ciclo que se acaba y otro que comienza. Son días duros para quien carga jorobas de melancolía, como es mi caso, pero como buen ciclotímico a partir del 1 de Enero resurjo henchido de moral y dispuesto a comerme el mundo, o al menos comerme un chocolate con churros a primera hora de la mañana.


Vivo el cambio de año de mi edad, marcado cada 28 de Abril, pero en una elipsis descerebrada desde varios meses antes ya me considero poseedor del nuevo registro, es decir, aunque cumplo 43 años ese citado 28 de Abril, en realidad siento que cargo con ellos desde el pasado 28 de Abril, de igual modo que nací con 0 años pero desde aquel 28 de Abril de 1973 comencé a vivir mi primer año de vida, por lo que llevo viviendo mi cuadragésimo tercer año de vida desde el 28 de Abril de 2015. Igualmente me sucede que a medida que me acerco a esa frontera que establece un nuevo número con el que voy entrando en más grupos de riesgo de cualquiera de esas enfermedades que acechan por ahí en una amenaza y convivencia para cualquier hipocondriaco, se incrementa la nostalgia y las alforjas se vuelven más bucólicas buscando el abrazo de la Primavera, y una vez superado ese 28 de Abril soy un hombre nuevo llamado a las más grandes empresas (o cuando menos llamado por mi empresa de telefonía móvil para que abone las facturas adeudadas) 


Y por último, y de una manera mucho más atroz, vivo el añorado cambio de temporada y curso escolar, ese Septiembre que marca el final del verano y que sepulta de golpe las tardes de sol cuando el amor a la vida refulge bañado en la espuma de la cerveza reflejado en el brillo de los ojos de las mujeres amadas. Y créanme que ese cambio de ciclo es el más cruel y atroz de todos ellos, pues siento la asfixia de la luz del día que se va y la bofetada gélida de otro Invierno que acecha en la sombra, maldito él con todos y cada uno de sus días. Pero sé cómo vencerlo, por eso he aprendido a manipular el tiempo. 


Y así cada fría mañana de invierno me levanto con el único pensamiento en la cabeza de que poco a poco los días son más largos, la noche menos ruin, y el Verano está más cerca.  


Es cierto que el hecho de que el Verano esté más cerca significa de una manera irremediable que el próximo Invierno también se aproxima cada día más, por esa maldición de cumplir ciclos en la que vivimos, pero cuando se acerque de verdad seguiré animándome deseando que llegue un nuevo solsticio de Invierno con su noche más larga y a partir de ahí, poco a poco, como una flor que crece regada con el esperma de la eterna adolescencia, los días, mis días, mis rayos de sol, irán creciendo de nuevo, y con ello mi ánimo furibundo para seguir en pie en este mundo podrido y sin ética, en el que a las personas sensibles sólo nos queda la estética, que diría Makinavaja desde aquellas páginas de tebeo inmortales donde el tiempo no puede llegar con sus brazos estranguladores.        


Y además, me consuelo pensando que queda un día menos para ver a Airbag…