miércoles, 30 de septiembre de 2015

EL PATRIOTISMO ES EL ÚLTIMO REFUGIO DE LOS CANALLAS





La cita con la que abrimos la entrada quedó grabada a fuego en la memoria de los buenos cinéfilos desde que un Kirk Douglas en estado de gracia la pronunciase en 1957 en el alegato antibelicista de Stanley Kubrick “Senderos de Gloria”. Douglas, por aquel entonces en el mejor momento de su carrera, interpreta al Coronel Dax, un militar del ejército francés durante la I Guerra Mundial con un alto sentido del honor y un elevado concepto acerca de la dignidad humana. Un coronel humanista asqueado de ver como la humanidad se mata entre sí misma al servicio de los intereses de gerifaltes apoltronados, y de como esos viejos conceptos de Dios y patria siguen cegando a los hombres para seguir siendo instrumentos al servicio del poder. La frase la escupe Dax a la cara de uno de sus superiores, el General Mireau, quien había aludido al patriotismo como pretexto para mandar a los hombres de Dax a una muerte segura en la imposible tarea de alcanzar una colina tomada por el ejército alemán, y recuerda la autoría de la misma al Doctor Samuel Johnson, reconocido intelectual inglés del siglo XVIII. Para Dax, dentro de su ideario humanista e idealista, ningún hombre debería morir por una bandera, y mucho menos si eso supone seguir contribuyendo a lo que no deja de ser un negocio y una manera de manejar el poder.


Aunque el concepto de “patriotismo” suene hoy día rancio, trasnochado, y evocador de los malditos totalitarismos que tanto daño hicieron a la Europa del siglo XX, los ecos de la “menos perspicaz de las pasiones”, que decía Borges, siguen presentes en los discursos victimistas de los nacionalismos, grandes escaleras hacia el poder de esos miserables, esos canallas de los que hablaba Johnson, capaces con ello de envolver en celofán sus discursos maliciosos basados en derribar puentes entre los seres humanos en vez de construirlos.    



Coronel Dax: un idealista entre trincheras.



No puedo evitar pensar que el nacionalismo es una ideología que lastra al ser humano, aunque también, e igualmente por convicción, debo respetar todas las sensibilidades. España es un gran nacionalismo en sí, y a su vez una suma de nacionalismos, todos ellos, en mi opinión, igual de perjudiciales. Un país que se enorgullece, nos aseguran desde el rancio nacionalismo españolista, de su multipluralidad y tolerancia. Una tolerancia que desaparece en cuanto uno se sale del discurso único, porque por mucho que nos engañen sólo siguen aceptando una idea de España: la suya. 


El último ejemplo lo hemos visto con el sonado caso Fernando Trueba. En su discurso de recogida por su (merecido) Premio Nacional de Cinematografía, quien sabe si buscando epatar, ser original y superar aquello de Dios y Billy Wilder en la entrega de los oscars, o simplemente hacer reflexionar a sus compatriotas, aseguró no haberse sentido español ni cinco minutos de su vida. Una inocente reflexión (admito que lo de desear que hubiéramos perdido la guerra contra los franceses ya es pasarse de provocador, oiga, que aquí “Curro Jiménez” ha dejado mucha huella) la cual, no podía ser de otro modo, enseguida abrió la caja de los truenos de los españolistas de toda la vida, los que van sin careta, pero también evidenció que muchos presuntos aperturistas, convencidos de que defienden la libertad de pensamiento y comprenden este mundo moderno en el que habitamos, siguen viviendo poseídos por sus viejos tics de siempre. Y por encima de todo, claro, el topicazo del “progre” al que hay que sacudir como a una estera. Y es que si no existiera gente como Trueba, habría que inventarla. 


¡Qué vergüenza, qué bochorno, qué sofoco, qué indecencia! ¡Un artista español recogiendo un premio y una suma de 30000 euros (de los cuales parte irán a parar a las arcas públicas en forma de impuestos, digo yo, ya que qué yo sepa el señor Trueba no tiene cuentas en Suiza, cosa que no se puede decir de un buen número de voceros que han criticado su falta de “patriotismo”) renegando de la Madre Patria! ¡Herejía, excomunión, anatema! Parecen no darse cuenta de que ese premio se entrega por la calidad de la obra  (indiscutible en el caso de Trueba) desarrollada a lo largo de una carrera (en ese sentido, si podría ser criticable que Bayona, con sólo dos largometrajes a sus espaldas, lo recibiera hace un par de años, pero nunca un cineasta del largo recorrido de Trueba), no por una mayor o menor españolidad o patriotismo. Los méritos cinematográficos de Fernando Trueba están muy por encima del pensamiento ideológico o político que pudiera tener, que por cierto, tampoco es hombre de pronunciarse excesivamente en ese campo. No es Trueba, por otro lado, de esos cineastas cuyas películas hundan la industria. Sin ser un fabricante de “blockbusters” ni habitualmente reventar las taquillas, sus trabajos tienen buena acogida entre el público, aunque parece haber perdido fuelle en los últimos años. No queremos recurrir al manido “y tú más”, pero cuando se acusa alegremente a Trueba (como a tantos otros artistas españoles) de ser un parásito (les invito a quienes hacen tales afirmaciones a que prueben a involucrarse en la confección de una película, desde su principio hasta el último día de rodaje, y después me cuenten si les parece un trabajo de “parásitos”), hay que recordar que el record de una subvención de dinero público para una película lo sigue ostentando José Luís Garci, quien recibió 15 millones de euros (el coste total ascendió a 16,5 millones, con la campaña publicitaria) para realizar por encargo de Esperanza Aguirre, cuando era presidenta de la Comunidad de Madrid, la película, de, curiosamente inequívoco tinte patriota, “Sangre de Mayo”, en la que se ensalza la lucha de los españoles contra el invasor francés. Esos 15 millones de euros, lo han adivinado, salieron de los bolsillos públicos. Lo más dantesco del caso es que la película recaudó 700000 euros. La señora Aguirre, otra nacionalista patriotera disfrazada de liberal, sigue hoy día dando lecciones sobre cómo ser buenos españoles.


Este país reparte premios culturales y de todo tipo a personalidades de todo el mundo (piensen en el Príncipe, ahora Princesa, de Asturias, por ejemplo) Coppola ha recibido el de Las Artes de este mismo año, un premio igualmente cuantioso (50000 euros) y también pagado con nuestros impuestos. Quizás habría que pedirle al director de “El Padrino” que, para contentar a la turba enfurecida, intente sentirse español un poquito, aunque sea sólo cinco minutos de su vida, para compensar el desagravio de nuestro Trueba. A lo mejor incluso en Suecia se plantean que el próximo Nobel de Literatura, aunque sea ruandés, deba sentirse sueco por unos instantes, no se vayan a enfadar los patriotas de turno. Claro que otra cosa es ir provocando, y decir, qué sé yo, que Ikea es un invento del demonio. 



Un premio en rojigualda.



Y es que en ese sentido admito que puedo comprender el enfado del patriota de toda la vida. Del que va sin careta. El que no tolera un insulto a su patria. Pero resulta chirriante ver el rasgarse las vestiduras a quienes predican por un mundo en el que cada vez tengan menor razón de ser las naciones, los estados, las patrias, y las fronteras, pero les sale el tic casposo de “España sólo hay una” a la menor ocasión. Buscan malabarismos argumentales para defender su postura de que sí, que son muy liberales, modernos, y abiertos de mente, pero  lo de Trueba es una vergüenza nacional (por “progre”, rojo, intelectual y bizco) Se habla de que es un insulto al resto de los españoles (con que poco se sienten insultados algunos), que si no se siente español devuelva el premio (premio entregado, repetimos, por sus méritos como cineasta, no por lo que piense o deje de pensar), ese pensamiento de boina enroscada que quiere echar a Piqué de la selección española de fútbol, o que sufriría un pasmo si Guardiola relevase a Vicente del Bosque (¿qué hacemos entonces con todos los entrenadores que son seleccionadores en países dónde no han nacido?, si quieren aplicar el argumento de la “raza” a los futbolistas, ¿lo aplicamos también a médicos, fisioterapeutas, jefes de prensa, asesores jurídicos y un largo etcétera?), al final, con toda su modernidad, no reclaman más que un “España para los españoles”. Conozco hombres, o nacidos hombres, que se sienten mujeres, y viceversa, y no creo que supongan un insulto al resto de los hombres que si nos sentimos hombres, ni que sea un escándalo que se aprovechen de las ventajas o inconvenientes de serlo. 


Yo me siento español, y en ningún momento me han ofendido las palabras de Trueba. Más bien al contrario me han servido de reflexión para seguir comprendiendo a este país en el que algunos tipos de sinceridad salen caros. Un país anclado a la barra del bar y con la boina prieta. Les voy a confesar una cosa. Yo he nacido en Ponferrada, y sin embargo, y después de 42 años de vida, jamás me he sentido leonés. Nunca. ¿Por qué? Ni yo mismo lo sé explicar. Cierto que de joven me sentí atraído por ideas bercianistas, lindantes con el nacionalismo, por suerte ya superadas. Vendíamos, como no, victimismo: León era el culpable de todos nuestros males. Al igual que el leonesismo vende que Valladolid es el culpable de todos los suyos. Despojado, afortunadamente, de aquella distorsión de la realidad, no encuentro por otro lado ningún vínculo con la tierra leonesa. Todo ello amando profundamente la ciudad de León, una de las que más me ha hecho disfrutar a lo largo de mi vida, y en la que conservo grandes amigos. Sinceramente dudo que ninguno de ellos se sienta ofendido porque no me sienta leonés.


Vienen a mi mente ahora las palabras de ese abyecto personaje llamado Alfonso Ussía (otro que usa el disfraz de liberal para intentar disimular su nacionalismo españolista recalcitrante), afirmando con orgullo su francofobia y anglofilia, cual si hablase de equipos de fútbol, de ser antimadridista y barcelonista, o viceversa, y eso le hiciese mejor persona (créanme, hay gente que juzga a los demás seres humanos por ser de un determinado equipo de fútbol, esto es lo que pasa cuando te enroscas la boina en la cabeza bien a tope, no sea que te fluya la sangre en el cerebro y te dé por empezar a pensar por ti mismo, en vez de seguir los cuatro dogmas de fe que te llevan inculcando toda la vida) Qué triste manera de lastrarse uno mismo, de condicionarse, de limitarse. Cómo si no pudiera disfrutar por igual de Baudelaire que de Wilde, o no fuera capaz de comprender la carga icónica tanto de un Fantomas como de un Sherlock Holmes. Resulta especialmente sangrante el complejo francófobo de este país, que sale relucir de manera patética y patriotera en las competiciones deportivas, cuando sacamos al primate que llevamos dentro para enarbolar la banderita y celebrar que “nos hemos follao” a los franceses. 200 años después de la Guerra de La Independencia seguimos totalmente acomplejados por aquello. Anclados en un primitivismo ideológico a la altura de un Francisco, aquel meloso cantante que ahora, como no, también se ha subido al carro del (falso) liberalismo, para contribuir al despropósito de la España cainita asegurando que no comprará ningún producto catalán. Ya puestos pidamos un embargo y un bloqueo para Cataluña, eso sí que es de buenos liberales.   


Y es que este tipo de nacionalismo exacerbado, este viejo patriotismo, no difiere demasiado entre sus distintas caras. Sólo cambia el color de la bandera o la música del himno. El discurso es el mismo. Las grotescas y rabiosas actitudes españolistas y su odio hacia el catalanismo esconden la misma perversidad que las del catalanista que desprecia lo español.


Hagan conmigo este ejercicio mental de desarrollar una hipótesis. Pensemos por un momento que algún reconocido artista catalán recibe un premio otorgado por la Generalitat como reconocimiento a su carrera, y en el discurso de recogida del mismo, sorprendiese afirmando que nunca se ha sentido catalán. Bien podría ser un Albert Boadella, o incluso un Loquillo, que es un catalán más madrileño que el chotis. El sonido de los tambores de guerra retumbaría por toda España. Linchamiento y petición de deportación por parte de los nacionalistas catalanes… pero aplausos y vítores por parte de los que ahora crucifican a Trueba. Y esto es lo triste, los nacionalistas que ahora lapidan al director madrileño por su desafecto al país, celebrarían la valentía del artista catalán que públicamente airease su falta de sentimiento nacionalista para con esa tierra. Cambien a Trueba por Boadella, y la palabra “España” por “Cataluña”, y mantengan todo lo demás. Donde ahora tienen ataques aparecerían muestras de apoyo.   



Y es que los patriotas siempre encontrarán una bandera por la que luchar.      



Patriotas de distinto pelaje luchando por su bandera