viernes, 29 de mayo de 2015

CARTA ABIERTA A ESPERANZA AGUIRRE



Estimada señora Aguirre:


Como ciudadano residente y votante en Madrid y en la tesitura de mi indecisión ante a quien depositar mi voto en estas últimas elecciones municipales, he seguido con interés la campaña electoral de las distintas propuestas y candidatos, creyéndome en la obligación y responsabilidad de tal asunto, puesto que es tan poca la participación que los ciudadanos de a pie tenemos en esto que ustedes llaman “democracia” (literalmente “poder del pueblo”), que no cabe duda se debe ser riguroso y escrupuloso con el voto emitido.  


Por eso me llamó la atención cuando en pleno debate con la candidata a la alcaldía por Ahora Madrid, doña Manuela Carmena, usted sacó a coalición a la banda terrorista ETA, la cual con fortuna nos podemos congratular de que lleva seis años sin matar, y su alto el fuego parece (crucemos los dedos) definitivo. Para los de mi generación (soy nacido en 1973), el terrorismo etarra es el recuerdo sangriento de una época turbulenta y protagonista de un daño irreparable a nuestra sociedad. Como español he seguido todos los procesos de diálogo y los intentos de acabar con esta lacra por parte de los distintos gobiernos democráticos de nuestro país, desde Suárez hasta hoy, recordando por otro lado cómo fueron durante los gobiernos populares de José María Aznar cuando más presos etarras fueron liberados e incluso el por entonces presidente del gobierno tiznó la bellaquería del terrorismo con cierto romanticismo al referirse a ETA como el “ejército de liberación del pueblo vasco” (¿de qué había que liberar al pueblo vasco, señor Aznar? ¿de España?) Usted lo recordará bien, ya que era el año 2006 y presidía la comunidad de Madrid, siendo una de las personalidades más relevantes de su siempre querido Partido Popular. 


De modo que ante la posibilidad de que tuviéramos una candidata a la alcaldía que, en efecto, pudiese, por lo más mínimo, simpatizar con ETA, decidí investigar y profundizar en la figura de doña Manuela Carmena, la cual, he de admitir, hasta esta campaña electoral y sobre todo gracias a su particular empeño en desenmascararla apenas podría decir que conocía. Removí hemerotecas y buceé en las procelosas aguas de la red y no encontré nada que pudiese llevarme a pensar tal cosa. Sí es cierto que la señora Carmena había liberado, ejerciendo sus labores de juez, a una miembro del GRAPO en base al artículo 60 del Reglamento Penitenciario en vigor por aquel entonces, que establecía la libertad condicional para los presos que sufriesen enfermedad grave o incurable (esclerosis múltiple en el caso de la terrorista del GRAPO), y también había hecho lo propio con el etarra José Manuel Azcarate Ramos, aquejado de varices esofágicas crónicas que propiciaron su libertad condicional. De hecho en posteriores arrestos este terrorista ha sido puesto en libertad condicional nuevamente, imagino que por otros jueces distintos a la señora Carmena. Por lo tanto lo único que hizo la juez fue aplicar la ley, la cual puede ser discutible y objetable, y en el caso de la señora Carmena más aún habida cuenta de su pensamiento humanista que otorga un punto de vista muy interesante sobre estas cuestiones, ya que aunque a nadie con un mínimo de sensibilidad le puede gustar ver a un terrorista en las calles, en base a tal sensibilidad tampoco se le puede negar otro mínimo de dignidad a un enfermo, por muy asesino que sea (así al menos pensamos los humanistas) Hay que tener en cuenta, por otro lado, que Manuela Carmena ejerció la labor de juez durante unos 30 años, desde 1981 hasta 2010. 30 años en los que imaginamos encarceló y excarceló a delincuentes de todo tipo. Que en 30 años de carrera concediese libertad condicional a dos terroristas no creo que sea significativo de tendencia alguna. En mi modesta opinión dudo mucho que Manuela Carmena sea en ningún momento simpatizante de ETA, ni condescendiente, ni comprensiva, ni comparta postura alguna con la banda terrorista. Si pensase de tal manera tendría que creer que los señores José María Aznar, Jaime Mayor Oreja, Mariano Rajoy y Ángel Acebes como presidente y ministros del interior respectivamente de los gobiernos que durante dos legislaturas y en ocho años excarcelaron a 311 etarras, son afines a la banda terrorista que tanto daño ha hecho en nuestro país. Sinceramente, no lo creo, por tanto no lo creo igualmente de doña Manuela Carmena, quien por otro lado ya ha explicado como ella misma, igual que muchos de sus compañeros, fue amenazada por el propio grupo asesino.


Seguí investigando más y me congratuló comprobar que la señora Carmena es una firme defensora de los Derechos Humanos, tanto es así que en 1986 fue galardonada con el Premio Nacional Derechos Humanos por la APDH (Asociación Pro Derechos Humanos) Los méritos otorgados a Carmena fueron, cito literalmente al jurado “su trayectoria en la defensa de los valores democráticos, su concepción creativa y original de la forma de administrar justicia equitativa e igualitaria”  Igualmente el jurado destacaba que su nueva carrera como juez protagonizaba “una rica experiencia como juez civil, combatiendo la corrupción, tan arraigada en las oficinas judiciales, demostrando que es posible erradicar ese viejo fenómeno y desarticulando una de las coartadas de uso habitual: la inhibición generalizada y cómplice”


Todo esto podría no pasar de ser (hermosa) palabrería, por lo que decidí investigar a que se referían exactamente, por un lado en la citada trayectoria en defensa de valores democráticos y por otro en esa lucha contra la corrupción en las oficinas judiciales.  


Sobre el primer punto, bastó echar un vistazo a los primeros años de su biografía profesional para entenderlo. Abogada laboralista y luchadora anti-franquista, en 1975 fue detenida por celebrar una reunión no autorizada junto a otros 25 compañeros de profesión en su despacho de la calle Atocha número 49, a sólo 3 portales del tristemente célebre Atocha 55 donde habitualmente trabajaba y que la fortuna hizo que no se encontrara allí en Enero de 1977, cuando vio morir asesinados a cinco compañeros y heridos a otros cuatro a manos de un grupo terrorista de ultraderecha. Carmena conoció por tanto de primera mano el horror de dos de los más grandes males que han conocido las sociedades de la segunda mitad del siglo XX: el totalitarismo y el terrorismo. No cabe duda de que quien sería futura juez vivió una juventud convulsa en medio de una España absolutamente turbulenta (hay que recordar que en el periodo conocido como “transición española”, entre 1975 y 1983,  se estima que murieron nada menos que 591 personas en nuestro país por violencia política, a manos de grupos radicales y terroristas o de las fuerzas de seguridad del estado), pero precisamente el hecho de haber vivido tan de cerca el horror de los totalitarismos y la sinrazón del terrorismo creo que la capacita para, desde las instituciones, asegurar una mayor fortaleza democrática y libertaria ¿Cómo puede alguien creer que quién ha sufrido en sus carnes la monstruosidad de una dictadura y la violencia del terrorismo, pretenda instaurar los mismos horrores para las generaciones venideras? ¿Máxime cuando hablamos de una persona que ha encauzado su carrera profesional dentro del ámbito de las leyes?  


El segundo punto en consideración por el que le fue otorgado aquel premio también llamó mi atención: “combatiendo la corrupción, tan arraigada en las oficinas judiciales” ¿De qué corrupción hablaban? Nuevamente me dispuse a investigar, encontrando como en los 80 era frecuente la corrupción en los juzgados de Plaza de Castilla con funcionarios de diversa índole sobornados por medio de un procedimiento al que daban el nombre de “astillas”. “En Plaza de Castilla todo funciona a base de astillas”, se escucha decir a una acusada en una cinta que sirvió de prueba en un juicio contra aquella corrupción de mediados de los 80 en los juzgados madrileños. Era tan generalizado y conocido aquel indigno proceder que entre los del gremio se referían a aquella sede judicial como “Plaza de Astilla”. Y contra aquella corrupción luchó Manuela Carmena, de manera independiente pero también con la asociación Jueces para la Democracia, de la que fue miembro fundadora en 1983 junto a otros compañeros que como ella venían de la abogacía laboralista y de la lucha anti-franquista. Asociación que como bien sabrá sigue en activo y reivindicando aquello que creen de justicia, como denunciar las abusivas tasas judiciales implantadas por Ruiz Gallardón que no hacen sino impedir que muchos ciudadanos de a pie no puedan recurrir a la justicia llegado el caso debido a la falta de recursos económicos.   


Pude conocer también, y reitero que gracias a usted, señora Aguirre, que Manuela Carmena ha redactado varios informes sobre violaciones de los Derechos Humanos, y no sólo en nuestro país, ya que en su cargo como presidenta relatora del Grupo sobre Detención Arbitraria de la ONU ha tenido que visitar y elaborar informes sobre distintos abusos de poder establecidos en diferentes partes del mundo, siendo habitual su presencia sobre todo en América Latina. Tanto es así que incluso en 2009 se opuso a la detención del banquero Eligio Cedeño en Venezuela por considerarla una violación de los Derechos Humanos por parte del gobierno del presidente Hugo Chávez. Ciertamente la postura de Carmena oponiéndose a esta detención en Venezuela parece un acto de mucho más calado moral y mucho más coherente que el de gran parte de políticos y empresarios españoles a quienes les hemos escuchado despotricar contra el gobierno venezolano mientras por detrás estrechaban manos y firmaban contratos con Chávez. ¿Recuerda lo que le dije sobre que una persona que ha vivido en su propia experiencia el horror del totalitarismo y la dictadura no deseará tal cosa para sus semejantes, y más bien el contrario luchará en la medida de lo posible contra ello? No quiero decir con esto que en Venezuela vivan una dictadura, cuando el propio Jimmy Carter, como observador internacional y después de monitorear las elecciones de 92 países dijo que su sistema electoral era el mejor del mundo, pero creo que el episodio demuestra que la señora Carmena antepone los Derechos Humanos por encima de cualquier ideología y no consiente los abusos de poder, vengan desde la derecha o desde la izquierda. Vuelvo a decirle aquello de que así pensamos los humanistas. Así de raros somos, que nuestra ideología de verdad es el respeto a la vida humana, la justicia, y el bienestar social. Podría aburrirla aquí recordando todos los informes que ha redactado la señora Carmena desde su cargo internacional y toda su lucha a favor de los Derechos Humanos, pero posiblemente usted ya conozca todo eso. Eso sí, no me queda más remedio que darle nuevamente las gracias porque si no fuera por usted yo no me habría acercado a la figura de Carmena.  


No obstante sí hay un informe que creo no debemos pasar por alto, ya que intuyo se ha utilizado de manera, si se me permite, torticera, desde ciertos sectores, para intentar dar una visión de Manuela Carmena que no se corresponde en absoluto con la realidad, o en todo caso sí se corresponde si se accede a la auténtica libertad de pensamiento totalmente despojado de prejuicios y siendo capaz de respetar como piensan, como pensamos, quienes en base a ese humanismo del que le hablo consideramos que todos los seres humanos merecen ser tratados con dignidad y respeto, independientemente de su catadura moral. En 2013 Manuela Carmena junto al catedrático de Derecho Penal Jon Mirena Landa, el notario Ramón Múgica y el obispo emérito José María Uriarte redactaba, por encargo de la Secretaría General de Paz y Convivencia del gobierno vasco de Paxti López, un informe que bajo el título “Informe-base de vulneraciones de Derechos Humanos en el caso vasco (1960-2013)”, analizaba la violencia política sucedida en el contexto espacio-temporal del título para establecer, en las propias palabras del informe, una “referencia fiable para la definición de posteriores actuaciones de memoria y revisión crítica del pasado, así como de reconocimiento y reparación a las víctimas”. Se ha querido ver en este informe (polémico, como cualquier punto de vista sobre el conflicto vasco que no esté basado en el exterminio radical del pensamiento abertxale) una defensa del terrorismo etarra o al menos una equidistancia entre quien aprieta el gatillo y quien es asesinado. Yo, sinceramente, no lo veo así. Creo que la única equidistancia posible es la de la condena de todo tipo de violencia, y el respeto a toda vida humana. Imagino que usted habrá leído el informe,  y recordará que en su comienzo nos advierte de que:  


“Ninguna idea, ningún proyecto político, ningún amor patrio, ninguna razón de Estado pueden anteponerse al núcleo intangible de los derechos humanos: la vida, la integridad física y psíquica, la dignidad moral de la persona humana. Asesinar, mutilar, torturar, secuestrar, envilecer, corromper a un ser humano no tiene justificación moral en ninguna circunstancia”  


Esta es la auténtica equidistancia. La de establecer que toda violencia es reprobable, tanto la de un grupo terrorista como la de las fuerzas de un estado. Fíjese que los términos “idea” o “amor patrio” encajan como un guante en la naturaleza del terrorismo nacionalista etarra… al igual que encajan en la definición que se tienen de sí mismos los patriotas españolistas que desgraciadamente también han conocido encarnaciones sangrientas. Sé que la voy a aburrir con tanto humanismo, pero es que creo firmemente que los defensores de los Derechos Humanos estamos en la obligación de condenar todo tipo de violencia, tanto la que se produce en los campos de batalla, como en las calles, como en las cárceles y comisarías de nuestro país, siendo incluso estas últimas aún más vergonzantes, ya que la violencia de los criminales y asesinos es implícita en su propia condición de asesinos, mientras que las fuerzas de seguridad de nuestro estado deberían existir para garantizar, como su nombre indica, la seguridad del ciudadano, y no exceder de esa tarea. ¿Qué seguridad puede ofrecernos un cuerpo policial que torture?, creo que afortunadamente son los menos esos casos, pero también es cierto que tales abusos no deberían quedar impunes y si queremos una verdadera salud democrática no podemos mirar para otro lado. Decía John Donne que la muerte de cualquier ser humano le disminuía, puesto que él estaba ligado a la humanidad. De igual modo la muerte entre rejas y privado de libertad de cualquier ser humano debería disminuirnos a todos como especie. En esto consiste el humanismo. En entender que nuestra especie puede producir tanto un individuo como Adolf Hitler como un Mahatma Gandhi. Ambos casos nacen del mismo tronco del árbol de la vida, forman parte del mismo cuerpo, un cuerpo con miembros enfermos pero que no deben ser amputados si no sanados. Por eso instrumentos como la educación, la cultura, y el libre pensamiento deben ser los que marquen el camino para que nuestra civilización, poco a poco, mejore y consigamos por fin ese respeto total a la vida y al ser humano.      


Hay que reconocer una vez más y agradecer su particular empeño, señora Aguirre, en que Manuela Carmena se haya convertido en una voz política reconocida en nuestro país, ya no sólo en Madrid. No ha estado usted sola en tal empresa. Algunos medios de comunicación nos han ayudado a conocer más a Manuela rebuscando con desesperación en artículos de opinión, entrevistas o tertulias alguna declaración con la que poder alimentar la tesis de la afinidad de la juez con aberraciones tales como el terrorismo. Así es como he podido acceder a un interesante debate televisivo en la que la señora Carmena, con la experiencia de quien ha dedicado gran parte de su vida a trabajar en el ámbito de la justicia, expone su defensa del abolicionismo penal, exonerando de prisión a lo que se conoce como “delincuencia común”, que en realidad es la que más puebla las cárceles españolas. Entramos de nuevo en terrenos humanistas, en este caso si se quiere un humanismo radical, o quizás ingenuo, iluso y utópico, puede ser. Lo cierto es que el debate sobre el abolicionismo penal resulta harto interesante, pero también comprendo que el desconocimiento sobre el tema y sobre todo los prejuicios puedan hacer que muchos ciudadanos se echen las manos a las cabezas escuchando estas tesis (permítame sugerir que estoy convencido de que en un momento dado de la historia de la humanidad no poca gente se echaría las manos a la cabeza cuando alguien comenzó a plantear cuestiones como la abolición de la esclavitud, la defensa de los animales, o la posibilidad de votar para las mujeres… quien sabe si algún día lo que nos escandalice no sea realmente el hecho de que encerrásemos a nuestros semejantes tras unos barrotes, en vez de la existencia de un debate como éste) Por muy descabellada que pueda parecer esta teoría para quien nunca se haya planteado estos temas morales, ha encontrado apoyo en multitud de filósofos, antropólogos, sociólogos, y por encima de todo criminólogos. Siempre entendiendo que cuando hablamos de abolicionismo penal pueden establecerse distintos grados, desde un grado mínimo a un abolicionismo total (que evidentemente no es el caso de la señora Carmena) Le recomiendo, si le interesa el tema, la lectura de los textos del noruego Thomas Mathiesen, Doctor en Filosofía y profesor de Sociología del Derecho en el Instituto de Sociología del Derecho de la Universidad de Oslo desde 1972 hasta la actualidad. Mathiesen es posiblemente la figura más reconocida en abolicionismo penal. La teoría de Mathiesen se basa principalmente en la ineficacia de la cárcel como vehículo de reinserción (el cual debería ser el fin último de la condena) y como instrumento de disuasión (el delincuente delinque igual aunque sepa de la existencia de la prisión) y en el hecho de que tampoco restituye el daño causado. Además de, claro está, todas las cuestiones éticas y morales que pudiéramos plantear al respecto. Asuntos de una conciencia a menudo dormida, acomodada en el pensamiento fácil, el de verlo en todo en blanco o negro y no escudriñar la numerosa gama de grises que siempre impregnan cualquier debate. Los peligros, en definitiva, del pensamiento fanático. Coincidirá conmigo en que es mejor apostar por un pensamiento intelectual, al estilo por ejemplo de un Michel Foucault, quien en su libro “Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión”, inspira muchas de las teorías abolicionistas y se muestra crítico con el actual sistema penitenciario basado en “crimen y castigo”.


El abolicionismo penal como movimiento pacifista, humanista y de no violencia en su búsqueda progresiva de alternativas puede ser considerado, como ya le he dicho, una utopía. No me resisto a traer de nuevo a Mathiesen, cuando afirma que “no ha habido nunca una transformación social importante en la historia de la humanidad que no haya sido considerada poco realista, idiota, o utópica por la gran mayoría de los expertos”. En efecto, la utopía es el motor del progreso para cualquier sociedad dispuesta a mejorarse. Incluso me atrevería a afirmar que no ha existido un líder, fuese cual fuese su campo e incluyendo, claro está, la política, que no manejase en su pensamiento alguna utopía. Sobre este asunto, no obstante, me llama la atención como se usa la palabra utopía de manera normalmente despectiva cuando se trata de ideas referentes a la moral, la ética, o el compromiso social, pero se es más comprensivo si hablamos de cuestiones políticas o económicas. Déjeme que me explique con una comparación, para que me entienda. Lo que quiero decir es que tan utópico es pensar que una progresiva eliminación de las cárceles y excarcelación de delincuentes comunes buscando alternativas como el trabajo comunitario resulte beneficioso para nuestra sociedad e incluso finalmente reduzca el número de delitos habituales (ya que al vivir en una sociedad “mejor”, formada por individuos “mejores”, la naturaleza de los actos tendería a ser igualmente “mejor”), como el pensar que la desaparición de los impuestos con los que pagamos bienes sociales y públicos como educación y sanidad, traería inmediatamente una espectacular subida de sueldos gracias a la bondad de los grandes empresarios, pasando los mileuristas de repente a triplicar nuestro sueldo con lo cual no haría falta ningún servicio público ya que tendríamos dinero de sobra para pagarlo a una empresa privada. Igualmente es utópico pensar que la completa desregularización del mercado ofrecería una mejor calidad de vida gracias, igualmente, a la bondad de las grandes empresas, que por arte de magia dejarían de ser entidades con ánimo de lucro y lógico beneficio para convertirse en generosas sociedades comprensivas con sus usuarios y ofrecerían los precios más justos para el bolsillo del ciudadano (viendo, sin ir más lejos, como la liberación de la telefonía lo único que ha creado es que las compañías de telecomunicaciones sean las que acumulan más denuncias por parte del consumidor, debido a su tendencia a la estafa, y que seguimos padeciendo el segundo internet más caro de Europa), también es utópico creer que la total liberación laboral que permitiese a los patrones contratar y despedir a la carta trajese para el obrero condiciones más justas, debido a la bondad natural de dicho patrón que sabría dar lo que es justo a su asalariado sin pensar primero en el beneficio propio, cuando hemos visto que la ambición de los grandes capitales no conoce límites. Es utópico pensar, en definitiva, que de repente desapareciese el axioma de que “para que unos pocos vivan bien, unos muchos han de vivir mal”.  


Pero dejemos estos debates económicos sobre las bondades del liberalismo, ya que este no es el tema. Únicamente se trata de hacer ver como cualquier ideología llevada a su naturaleza real siempre es utópica.  Gracias a eso los comunistas dicen que nunca ha habido comunismo verdadero, los fascistas que tampoco se ha interpretado el fascismo como se debe, y actualmente los liberales se quejan de que en ningún lugar del mundo se aplican al 100% sus doctrinas… pese a que hemos asistido a una creciente desregularización del mercado y una globalización echando abajo las fronteras comerciales (pero levantando más las físicas) en los últimos tiempos… cosa de la que por otro lado se quejan amargamente los socialistas, que claman ante la imposibilidad de ver realizado su socialismo utópico.  Al final, señora Aguirre, lo único que nos queda es la libertad de pensamiento sin ceñirnos a ningún dogma de fe. Hablando de fe, uno de los testimonios que más me ha impactado sobre la figura de Manuela Carmena es el recogido en el blog del autor del libro “Dios preso. Teología y pastoral penitenciaria”, el teólogo Xabier Pikaza, antiguo miembro de la Orden de La Merced, quien recuerda el trabajo de Carmena como titular del Juzgado de Vigilancia Penitenciara número 1 de Madrid a finales de los años 80. Tras un primer encontronazo con los responsables de la Pastoral Penitenciaria, posteriormente la juez les pidió disculpas una vez informada de la labor realizada por dicha Pastoral y les dio todo tipo de facilidades. Literalmente afirman que “En los años de Carmena los agentes de pastoral cristiana en las cárceles tuvieron la máxima ayuda, respeto y solidaridad, mucho mayor que la ofrecida por “gobernantes posteriores” que se han querido llamar cristianos, incluso practicantes, pero que no lo han sido de hecho, pues no han mostrado sensibilidad humana y justicia real en el mundo de la cárcel” Ya sabe usted, los locos humanistas, anteponiendo la dignidad del ser humano por encima de ideologías o credos.


Ciertamente y con toda esta información obtenida gracias a la curiosidad que me despertó usted, señora Aguirre, creo que ya tenía bastante material para hacerme una idea bien formada de quien es Manuela Carmena. Aun así me faltaban algunas piezas por encajar en el puzzle de una vida larga y muy activa. La pregunta era, ¿a qué se había dedicado Carmena estos últimos años, siendo ya una feliz jubilada? ¿Habría dedicado su tiempo a buscar el sol de Benidorm asistiendo a los recitales de María Jesús y su acordeón?, ¿la encontraríamos retirada en algún recóndito pueblo de nuestra geografía entregada al cultivo de la tierra y la cría de aves ponedoras? Ni por asomo la protagonista de nuestro relato abandonó su compromiso por las causas que creía justas. Junto a un grupo de amigos sacó adelante un proyecto, una empresa llamada “Yayos Emprendedores S.L.” (emprendedor, esa palabra que nos han metido hasta en la sopa) con el objetivo, una vez más, de ayudar a los colectivos más desfavorecidos. Inspirada por las lecturas del banquero y economista Muhammad Yunus (otro utópico humanista), se lió la manta a la cabeza y se dirigió a esos sitios que conoce tan bien y que tan llenos están de gente que necesita ayuda: las cárceles. Allí organizó talleres de costura y confección donde lo que se produce es vendido en una pequeña tienda de Malasaña (ese barrio donde tiene usted su palacio y continuamente hace gala de pertenecer al mismo, orgullosa de residir en uno de los barrios más míticos de esta ciudad, a pesar de que después de más de diez años de ser habitual transeúnte y cliente de los locales de la zona, jamás la he visto pasear por sus calles) y los beneficios son, lógicamente, para ese colectivo de presas. Por si fuera poco la ex –juez sigue aportando su granito de arena para una sociedad mejor impartiendo otros talleres en centros de inserción social en Orcasitas o Leganés. Lo que se dice aprovechar el tiempo en beneficio de la sociedad, como bien explica en su último libro "Por qué las cosas pueden ser diferentes" (anteriormente había publicado otro, sobre su punto de vista sobre la justicia) toda una apología de la revolución que empieza por uno mismo, es decir, la más posible de todas ya que está en nuestra única mano. Por ejemplo, combatir la contaminación medio-ambiental que tan mala imagen ha dado a nuestra ciudad y que tantas advertencias por parte de la Comunidad Europea nos ha costado (una contaminación que no es sólo atmosférica, si no acústica, o incluso paisajística o estética, como seguro coincidiría conmigo el inolvidable Profesor Avenarius de "La inmortalidad" de Milan Kundera, quien aseguraba que "los coches han hecho que la antigua belleza de las ciudades se haya vuelto invisible"), recurriendo a la bicicleta como medio de transporte, o incluso al metro, donde incluso en plena campaña electoral se la ha podido ver como a una ciudadana más ante el asombro de muchos viajeros, nada acostumbrados a que nuestros políticos bajen de su torre de cristal y se mezclen entre nosotros. 

No puedo finalizar sin remarcar mi gratitud hacia usted, señora Esperanza Aguirre, que me ha dado a conocer la singular trayectoria y personalidad de Manuela Carmena, una persona que a lo largo de su vida ha dado muestras de compromiso con sus principios de justicia, solidaridad y dignidad para los seres humanos, vengan de donde vengan y fuese cual fuese su pensamiento. Afortunadamente no es un caso único. Cientos y cientos, y hasta miles de personas en nuestro país dedican su vida a luchar por estas causas, bien desde su trabajo, desde organizaciones no gubernamentales, o incluso desde la Iglesia, corrompida quizás en sus altas esferas pero en la que se siguen encontrando valores en su base. Son héroes anónimos y para la mayoría de nosotros pasarán desapercibidos. Por eso, una vez más, gracias por darnos a conocer a Manuela Carmena. 


No sabemos lo que pasará en el futuro, y en Manuela Carmena cabe la posibilidad de una enorme decepción, ya que sólo decepciona quien ilusiona y quien hace albergar esperanzas. Por ello únicamente lo que podemos valorar es el pasado. En ese aspecto la trayectoria vital de esta mujer creo que demuestra que merece claramente que le sea otorgado un voto (nunca mejor dicho) de confianza.   


Sirvan pues, estas líneas, señora Aguirre para agradecerle el hecho de abrirme los ojos a mí y a muchos ciudadanos sobre quien es Manuela Carmena. Es un agradecimiento sincero desde mi punto de vista sobre la sociedad y el mundo que nos rodea, que posiblemente difiera de una manera antagónica con el suyo. Pero qué duda cabe que el debate es bueno, y la tengo a usted por una firme defensora de la libertad de pensamiento. Como ya dije varias líneas atrás, debemos dejar de ver el mundo sólo como blanco o negro, como en una película de indios y vaqueros, o como un cuento de buenos y malos. Creo que la historia de la humanidad nos ha demostrado que no hay ideología ni sistema político superior a los demás ni que tenga en su mano la solución a los numerosos males del mundo. Creer eso sería tan peligroso como pensar que Yahvé es mejor que Alá, o viceversa, y que por tanto uno de ambos credos debe imponerse en el mundo. Yo tampoco tengo en mi mano solución alguna a los males y tragedias que nos asolan, pero echando un vistazo a nuestra historia diría que sí hay algo que debemos evitar a toda costa por todo el daño que ha producido a generaciones pasadas: la intolerancia. Por eso es necesario respetar el pensamiento de los demás, aunque diverja del propio.  

Atentamente:  


EL EYACULADOR DE PALABRAS