martes, 6 de enero de 2015

AQUELLOS REYES MAGOS








Quizás ya todos conocen la historia, pero es necesario preservarla para las generaciones venideras, ya que es sabido que el olvido condena a los pueblos al fracaso de repetir sus errores y cuales Sísifo vivir eternamente cargando sobre sus espaldas los pecados comenzando una y otra vez la subida de la cuesta hacia ninguna parte. Así es que los poetas, esos locos embadurnados de firmamento, se convierten en testaferros del soliloquio de nuestra memoria. 

Presentáronse los tres reyes en aquel pesebre a la hora prevista. Era el día de autos locos, y los ojos les hacían chiribitas por el fulgor de aquella estrella fabulosa, aquel cometa radiante que alumbraba un mundo nuevo. Mesáronse las barbas, que era una cosa muy majestuosa, muy de la realeza de aquellos tiempos en que los reyes eran reyes por voluntad divina y no porque sus antepasados se lo montaron divinamente, y se acercaron a la criatura mesiánica elegida para transformar el lodo en pétalos y ambrosía. 

Acercose el primero, con paso adusto y porte regio, y grave la voz (que era una cosa también muy de las majestades pretéritas, que por algo ejercían de altavoz de sus súbditos) dijo estas palabras: 

-Aquí estoy porque he venido. Mi nombre es PUEBLO, y gracias a la estela de esa estrella inconmensurable y no la Guía Michelín que aquí estoy para entregaros lo que como Mesías es menester sea vuestro. Opiáceos para la mansedumbre, paraísos artificiales para conciliar el sueño y la paz interior. También os traigo un bazooka, un lanzallamas y un par de granadas de mano para iniciar la revolución. Asimismo os hago entrega de un animal exótico cazado en mi última incursión por Euskadi, una cacatúa de nombre Patxi. 

-Brrrr… Patxi… brrr… Mesías-graznó el ave sobre el hombro del monarca. 

PUEBLO se retiro dando unos pasos hacia atrás, dijérase que haciendo un “moonwalker”, que también era una cosa muy de reyes, o a ver si se van a creer que por ser reyes no iban a ser unos tipos marchosos y granujas del ritmo. 

Dio un pasito palante María (efectivamente, comenzaba a oler a maría) el segundo de los reyes, quien con voz aún más grave que su antecesor afirmó: 

-Aquí estoy porque he llegado. Mi nombre es ORGULLO y vengo a haceros entrega, guiado por esa estrella de cola resplandeciente y febril, de los obsequios que Mesías como vos ha de guardar para sí. Un cañón bañado en oro para despertar, atronando, nuestra conciencia. Un balón de fútbol y unos guantes de boxeo, y una colección en DVD de las mejores películas de Ken Loach para recordar lo que es la clase media. También os traigo un animal exótico comprado en un bazar chino que responde al nombre de Eduardo Inda al que le gusta que le hagan cosquillas debajo de la papada y que usen su cabeza como cerilla. 

Y dicho esto, el rey llamado ORGULLO volvió a su anterior posición dando unos elegantes pasos en zigzag.    

El tercero de aquellos monarcas, negro como el betún (como el betún negro, lógicamente) que había esperado pacientemente su turno haciendo pelotillas de pelusa con el ombligo, dio por fin un paso al frente, y con una voz tan grave que parecía recién salida de la UCI exclamó: 

-¡Ola ke ase! Mi nombre es INDIGNACIÓN y estoy aquí porque no me queda otro remedio. Os traigo dádivas para parar un tren. Dinamita, nitroglicerina, trilita, amonal, Goma-2 (Real Madrid 0), navajas, bates de baseball, un puño americano, nun-cha-kus, unos pantalones de campana que me daba pena tirarlos y no sabía que hacer con ellos, y unas castañuelas con el retrato de Isabel Pantoja. También os traigo un animal exótico nunca visto por estos lares, un elefante que recita a Garcilaso de La Vega capturado en mi última excursión por Lavapies que se llama Zopenco. Mesías, cabronazo, espero que con esto tengas suficiente porque yo estoy hasta los cojones. ¡No ves lo negro que estoy! 

Con lo cual se hubo retirado, y estando de nuevo los tres reyes juntos, esperando la palabra del Mesías mientras miraban de reojo a su madre quien se frotaba los muslos en una palangana, se oyeron estas palabras desde la fragilidad de la cuna: 

-Sois unos brasas de tres pares de cojones (esto lo digo porque sois tres, y tenéis tres pares de cojones, que aunque sea un recién nacido ya se sumar, restar, multiplicar y tirarme pedos en tres idiomas, gracias a la tablet que me regaló mi tío Poncio, el inventor del Pilates, que ese si que me regala cosas útiles no como vosotros y vuestra mierda de cacatúa que pienso desplumar y cocerme con patatas en cuanto salgáis de aquí), es la cuarta vez que pasáis por este portal y ya os he dicho que no soy ningún Mesías, anda que si fuera yo un Mesías iba a estar en una cuna de mierda aguantando vuestras gilipolleces… estaría chupando un biberón de JB enfarlopado hasta las trancas junto a una modelo ucraniana. Yo no soy el Mesías. ¡Yo soy Brian y mi mujer también! 

Se fueron los tres reyes avergonzados y acongojados con el rabo entre las piernas, sobre todo INDIGNACIÓN, que como era negro le llegaba hasta las piernas, diciéndose entre sí y hablando entre ellos:

-Este mundo no tiene remedio.

-Al menos nos echaremos unas risas.

-¿Y ahora que hago yo con Eduardo Inda? 


Y esta ha sido una vez más la verdadera historia de los tres Reyes Magos, tantas veces narrada en excursiones bajo la luz de la luna, en clases de papiroflexia, o en los ascensores atrapados entre dos pisos.  

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