jueves, 29 de enero de 2015

EL FIN DEL ENERO








Yo te maldigo mes insoportable,
Eterno cometa de frío y destrucción anímica. 

Celebro tu marcha, tu vuelta al reino de los hielos, mes implacable de noches oscuras y almas raídas. Desconsuelo intempestivo. Tragedia atmosférica. Batallón de isobaras malditos.

Vete con tu rastro baboso de nieves,
Sátrapa meteorológico. 

Observa, ve, mira con rabia cómo celebramos la llegada de Febrero, cómo abrimos el alma y cantamos al Carnaval, cómo prolongamos los días y nos bañamos en la luz que nos niegas, Enero maldito. 

De qué modo reina el alborozo cuando te vemos partir en tu carroza de mármol, con tu gélida corona de hielo que antaño nos aplastaba. 

Los mendigos celebran tu marcha, una vez que has dejado un reguero de ángeles caídos y congelados. Los niños ríen y juegan en las calles. Los poetas afilan sus plumas rindiendo pleitesía a tu enemigo solar, y los pintores atusan los pinceles en desafío a tu presencia. 

Y es que no eres un mes, eres una maldición…

Y como todas las maldiciones, aparecerás de nuevo en nuestras vidas. Once meses sin tu aliento de estalactita y tus pedos de estalagmita, y volverás con fuerzas renovadas en tus puños de nieve y escarcha, agitando la niebla y blandiendo la miseria.     

Y es que nadie como tú, Enero odioso y odiado, sabe de la realidad del Invierno y de su engaño el día en que nació esa estación fatídica. Tú conoces su secreto más preciado… 


…ese que cuenta que nació, el Invierno se cambió una f por una v en su nombre.  

miércoles, 14 de enero de 2015

EL CONSUELO DEL ESPECTADOR





Sí, he llegado a casa un poco tocado, con las neuronas agitadas en el cocktail neurasténico del hombre del siglo XXI que cabalgó las olas del XX con aroma de frenillo agigantado. Prefiero reconocerlo antes de que os detengáis a navegar en mis pupilas dilatadas de óxido y ácido. Yo soy ese cartel de neón que anuncia el último desastre antes del amanecer.

He llegado a casa envuelto en efluvios y levitando gracias a los vapores etílicos, lo cual significa que la cabeza se pone a funcionar. El cerebro, ese monstruo magnífico, ese molusco de pensamientos y nervios rotos ruge con un aliento de miseria y pide alimento aún a costa de mi alma. Mi sufrimiento es su alimento. Que infernal maquinaria neuronal sujetamos sobre los hombros.

No era muy lejano, pienso, cuando cada martes bien podía ser una fiesta de Dionisos por acá y Baco por allá. No era joven ni era viejo, era simplemente ese animal de pezuñas dionisíacas que retraté una vez en mi poemario “Enfermera de noche”. ¡Qué poderosa imagen de desverguenza y nitroglicerina! Así se derrumbaron todos mis escritos, en la inopia de quien se sabe inédito. Un discurso blasfemo soterrado y enterrado que nunca verá la luz. Así, en efecto, se derrumbaron todos mis escritos.

Una noche de esas de golpearse el pecho y exclamar el mantra sagrado “MUJERES HERMOSAS Y HOMBRES FEOS”, no hay ecuación más silenciosamente conspiranoíca.

En que momento se torció mi vida y me convertí en un engranaje más de la maquinaria bastarda. En que momento los escenarios y diálogos rutilantes dejaron paso a las grises oficinas y las bases de cálculo de Bloomberg. Sólo me queda el consuelo del espectador... 

Yo no llegué a nada pero aprendí mucho, podría ser un buen resumen de mi vida hasta la fecha.

Y allí se conjugaron de nuevo todos los truenos del rock and roll. Redobles del demonio y riffs centelleantes. Melodías divinas y bajo desbocado. The Who, The Byrds, Badfinger, Raspberries, Flamin’ Groovies… catarata de sonidos de nuestros héroes totémicos más cercanos que nunca por el milagro de Peralta, el regalo de los dioses que supone esta banda. Y aquella burrada que Arthur Lee escribió para los Hijos de Adán sonando como una caja de Pandora abierta sin posibilidad de retorno. Cayeron sobre nuestras cabezas no como Hijos de Adán si no como los Hijos de Ira de Dámaso Alonso, como los Cuatro Jinetes del Apocalípisis, como emisarios eléctricos de la música y la mística y embajadores de los cielos abiertos para gozoso gozo y contemplación excelsa de nuestros sentidos. 

Terminó el viaje y me despedí con parsimonia y dedicación, bramando de felicidad por el placer derramado en unos cuantos acordes plenos de dicha. Incapaz de poder manipular el tiempo y convertir el día siguiente en sábado o domingo, días santos del solaz recreo existencial, me retiré como un cobarde de las trincheras de la noche antes de que abriesen fuego los artistas del Matu Intenso que dejé detrás de mí. Presa de la urgencia consolidada y esclavo de las manecillas del reloj,  no miré atrás.

¡Ay, aquellos martes que bien podían ser una fiesta! Menos mal que nadie me quita el consuelo del espectador…   

miércoles, 7 de enero de 2015

MARAVILLAS DEL MUNDO MODERNO: LOS CLIENTES CANTORES DEL TIGER




Que canten los niños






Hola amigos, hoy voy a hablaros de un subgénero humano en el que sin lugar a dudas habréis reparado en alguna ocasión, ya que sois gente viajada y culta, de la que les quita la piel al chorizo antes de meterlo en el bocadillo. Me refiero a un grupúsculo de seres absolutamente fantástico, a la altura de los Paquidermos Saltimbanquis de Bormeo, los Equilibristas Cojos de Transilvania, o los Eunucos Taladradores de Kazajistan. Hablo, amigos míos, de los fascinantes Clientes Cantores del Tiger. 

En efecto, quien no ha reparado en ellos. Esos viejóvenes de edad indefinida entre 7 y 65 años que entran en las tiendas de la franquicia danesa destilando buen rollo y alegría, y que en cuanto el hilo musical comienza a entrar por sus oídos se desatan y aparcan todo tipo de pudores para obsequiarnos con sus silbidos, canturreos, nainonas y demás elementos sonoros que nos hacen pensar en no pocas carreras frustradas de músicos melódicos. Suelen ser del género masculino, y por supuesto, van siempre acompañados (raro es el Cliente Cantor del Tiger que acude a su cita en un lugar de la marcha en soledad) En ocasiones simplemente de su pareja, pero las más de las veces, y aquí es cuando se lanzan sin el menor decoro, de niños (hijos, sobrinos, mendigos rumanos de alquiler, vaya usted a saber…) La presencia de los niños parece estimular sobremanera sus cualidades cantoras, y es entonces cuando una sonrisa se dibuja en sus rostros mientras demuestran al resto de la clientela (la silenciosa) su conocimiento sobre melodía (y a veces incluso letra, o al menos en el estribillo) de figuras desconocidas del underground como los Beatles o Elvis Presley. Tesoros musicales y conocimientos ancestrales sólo al alcance de muy pocos, afortunados ellos, que cantan y cantan y vuelven a cantar delante de sus niños para demostrarles lo guay que es la música que ellos escuchaban y que son unos carrozas con mucha marcha. Se ha dado incluso el caso de Clientes Cantores con un conocimiento musical tan vasto y enciclopédico que hasta han reconocido canciones de oscuras bandas como la Creedence Clearwater Revival o los Rolling Stones. Es entonces cuando les hemos oído exclamar “¡HOSTIA LA CREEDENCE!” u “¡HOSTIA LOS ROLLING! ¡SUS SATÁNICAS MAJESTADES, TÚ!”, mientras le dan un cariñoso codazo de complicidad a sus sufridos sobrinos ante la mirada de la clientela silenciosa e ignorante. 

Yo he llegado hasta a ver a alguno de estos Clientes Cantores bailando por los pasillos de estas tiendas. Así es, bailando. ¿Qué les parece? Sin ir más lejos en la Calle Carretas asistí hace unos días al bochornoso espectáculo que me retrajo a los tiempos gloriosos del ballet de Giorgio Aresu en su época dorada de “Aplauso” de un calvo bailando, zigzagueando por el medio de un pasillo al lado de su compañera sin el menor reparo ni luces de emergencia. Aquel derviche pelado del consumismo navideño pareciera que tuviera detrás suyo un cartel imaginario con la leyenda: “VAYA MARCHA QUE TIENE EL CALVITO”. Gente sin complejos, amigos míos, gente sin complejos. 

Como escribió en una ocasión el Profesor Van Fofito, “el ser humano del siglo XXI no sólo tiene la imperiosa necesidad de ser feliz, si no de demostrarlo”, esto explicaría el porque de esas exultantes muestras de optimismo, de estas radiantes demostraciones de alegría, de esta vitalidad descontrolada dentro de estas “stores” que ya de por si ejemplifican el mundo moderno de sacacorchos de diseño y zapatillas con orejeras. Y así, mientras escuchamos a George Harrison decir que “ahí viene el sol” (transformado en algo así como “Jijandesan, nananana”, por obra y gracia de alguno de estos infatigables Cantores), nos preguntamos si hay alguien en estos momentos en el mundo blandiendo en su casa uno de esos gigantescos lapiceros que se nos ofertan (quizás algún lector de El País Semanal), o tratamos de recordar si alguna vez hemos visto en el metro a alguien con el famoso “paraguas-espada”. 


Y es que el mundo moderno, tal y como escribió en su célebre artículo “Prosopopeya de la manzana reineta en Las Vascongadas en el siglo XVIII” el no menos célebre filósofo Cartílago de Piedrahita, no cesa en dejarnos constancia de múltiples maravillas, siendo la de los Clientes Cantores del Tiger una más, si acaso la más entrañable y canora.  

martes, 6 de enero de 2015

AQUELLOS REYES MAGOS








Quizás ya todos conocen la historia, pero es necesario preservarla para las generaciones venideras, ya que es sabido que el olvido condena a los pueblos al fracaso de repetir sus errores y cuales Sísifo vivir eternamente cargando sobre sus espaldas los pecados comenzando una y otra vez la subida de la cuesta hacia ninguna parte. Así es que los poetas, esos locos embadurnados de firmamento, se convierten en testaferros del soliloquio de nuestra memoria. 

Presentáronse los tres reyes en aquel pesebre a la hora prevista. Era el día de autos locos, y los ojos les hacían chiribitas por el fulgor de aquella estrella fabulosa, aquel cometa radiante que alumbraba un mundo nuevo. Mesáronse las barbas, que era una cosa muy majestuosa, muy de la realeza de aquellos tiempos en que los reyes eran reyes por voluntad divina y no porque sus antepasados se lo montaron divinamente, y se acercaron a la criatura mesiánica elegida para transformar el lodo en pétalos y ambrosía. 

Acercose el primero, con paso adusto y porte regio, y grave la voz (que era una cosa también muy de las majestades pretéritas, que por algo ejercían de altavoz de sus súbditos) dijo estas palabras: 

-Aquí estoy porque he venido. Mi nombre es PUEBLO, y gracias a la estela de esa estrella inconmensurable y no la Guía Michelín que aquí estoy para entregaros lo que como Mesías es menester sea vuestro. Opiáceos para la mansedumbre, paraísos artificiales para conciliar el sueño y la paz interior. También os traigo un bazooka, un lanzallamas y un par de granadas de mano para iniciar la revolución. Asimismo os hago entrega de un animal exótico cazado en mi última incursión por Euskadi, una cacatúa de nombre Patxi. 

-Brrrr… Patxi… brrr… Mesías-graznó el ave sobre el hombro del monarca. 

PUEBLO se retiro dando unos pasos hacia atrás, dijérase que haciendo un “moonwalker”, que también era una cosa muy de reyes, o a ver si se van a creer que por ser reyes no iban a ser unos tipos marchosos y granujas del ritmo. 

Dio un pasito palante María (efectivamente, comenzaba a oler a maría) el segundo de los reyes, quien con voz aún más grave que su antecesor afirmó: 

-Aquí estoy porque he llegado. Mi nombre es ORGULLO y vengo a haceros entrega, guiado por esa estrella de cola resplandeciente y febril, de los obsequios que Mesías como vos ha de guardar para sí. Un cañón bañado en oro para despertar, atronando, nuestra conciencia. Un balón de fútbol y unos guantes de boxeo, y una colección en DVD de las mejores películas de Ken Loach para recordar lo que es la clase media. También os traigo un animal exótico comprado en un bazar chino que responde al nombre de Eduardo Inda al que le gusta que le hagan cosquillas debajo de la papada y que usen su cabeza como cerilla. 

Y dicho esto, el rey llamado ORGULLO volvió a su anterior posición dando unos elegantes pasos en zigzag.    

El tercero de aquellos monarcas, negro como el betún (como el betún negro, lógicamente) que había esperado pacientemente su turno haciendo pelotillas de pelusa con el ombligo, dio por fin un paso al frente, y con una voz tan grave que parecía recién salida de la UCI exclamó: 

-¡Ola ke ase! Mi nombre es INDIGNACIÓN y estoy aquí porque no me queda otro remedio. Os traigo dádivas para parar un tren. Dinamita, nitroglicerina, trilita, amonal, Goma-2 (Real Madrid 0), navajas, bates de baseball, un puño americano, nun-cha-kus, unos pantalones de campana que me daba pena tirarlos y no sabía que hacer con ellos, y unas castañuelas con el retrato de Isabel Pantoja. También os traigo un animal exótico nunca visto por estos lares, un elefante que recita a Garcilaso de La Vega capturado en mi última excursión por Lavapies que se llama Zopenco. Mesías, cabronazo, espero que con esto tengas suficiente porque yo estoy hasta los cojones. ¡No ves lo negro que estoy! 

Con lo cual se hubo retirado, y estando de nuevo los tres reyes juntos, esperando la palabra del Mesías mientras miraban de reojo a su madre quien se frotaba los muslos en una palangana, se oyeron estas palabras desde la fragilidad de la cuna: 

-Sois unos brasas de tres pares de cojones (esto lo digo porque sois tres, y tenéis tres pares de cojones, que aunque sea un recién nacido ya se sumar, restar, multiplicar y tirarme pedos en tres idiomas, gracias a la tablet que me regaló mi tío Poncio, el inventor del Pilates, que ese si que me regala cosas útiles no como vosotros y vuestra mierda de cacatúa que pienso desplumar y cocerme con patatas en cuanto salgáis de aquí), es la cuarta vez que pasáis por este portal y ya os he dicho que no soy ningún Mesías, anda que si fuera yo un Mesías iba a estar en una cuna de mierda aguantando vuestras gilipolleces… estaría chupando un biberón de JB enfarlopado hasta las trancas junto a una modelo ucraniana. Yo no soy el Mesías. ¡Yo soy Brian y mi mujer también! 

Se fueron los tres reyes avergonzados y acongojados con el rabo entre las piernas, sobre todo INDIGNACIÓN, que como era negro le llegaba hasta las piernas, diciéndose entre sí y hablando entre ellos:

-Este mundo no tiene remedio.

-Al menos nos echaremos unas risas.

-¿Y ahora que hago yo con Eduardo Inda? 


Y esta ha sido una vez más la verdadera historia de los tres Reyes Magos, tantas veces narrada en excursiones bajo la luz de la luna, en clases de papiroflexia, o en los ascensores atrapados entre dos pisos.