viernes, 24 de octubre de 2014

LA ORTODOXIA DE LA ORTODONCIA




Dalí y el "Rinoceronte vestido con puntillas" (Phillipe Halsman, 1956)






Que deliciosa aquella mañana
En la que me asomé a un ojo del culo que acariciaba una tormenta

Había tenido un despertar jaleado con un rostro de bollería suiza por lo que desayuné amaneceres de nitroglicerina. Era una madrugada cautiva de odio y espanto, un desaguisado de país desaliñado. Los tentáculos de la miseria siempre me han apretado, pero nunca he llenado los ojos de consuelo mirando la soga colgada del techo.   

La terrible necedad de ser uno mismo hecho capa y sayo y traqueotomía.  

Los reveses de la vida, un Waterloo de circunstancias. En el batallón de los sedientos di la orden de amamantar a los anfibios. La culpa era de los calores del frío invierno.

Los hijos del pueblo tienen los ojos constipados y no ven las garrapatas de azufre que se ciernen sobre ellos. Dirigiré la última constelación cósmica, la conspiración de silencios, la batalla de los afligidos, mientras tú lames la llaga de la decrepitud.  

Devolveremos golpe por golpe cada vómito de desesperanza. Planearemos una venganza carcomida de esfínteres robustos arrojados al mar. Terror en el supermercado, horror en el ultramarinos. 

La tragedia se dibuja con un pie en la arena de la playa de los locos.   

Era aquella la misma mañana en la que un ejército de estornudos se precipitaba a la tormenta de un ojo del culo. Ojo majestuoso, orificio de ventisca y letanía. Todo era una melopea arrabaliana susurrando que los Reyes Magos y los terroristas no existen. 

Los esqueletos bailan en la cola del paro mientras revenden entradas de primera fila para la orgía del cuarto oscuro, pero los hijos del pueblo tienen los ojos constipados. Y así no hay quien mire nada. 



viernes, 10 de octubre de 2014

LOS DÍAS DE LAS PRIMERAS LLUVIAS



"Faucet Cloud Over Man" (Tomek Olbinski)  




Los días de las primeras lluvias traen un aroma de metanfetamina podrida y  un vahído cósmico de enfermedades venéreas. 

Un desfile marchito de prensa amarillenta que saluda desde los quioscos y desde los atardeceres vanos de optimismo. La esperanza teñida de rabia y añoranza de Primavera. La infancia de la misericordia. Es Otoño en el Corte Inglés y en el corazón de las tinieblas. 

Desfiles militares y pobreza autóctona. Un rugido de estiércol y alquitrán en los oídos. En las chozas se aglutinan los vendedores ambulantes de espanto y en los retretes se rezan abracadabras del prodigio venidero. 

Descripción solipsista de un mundo que se retuerce. Universo de gargantas desencajadas. Soliloquio de terneras y oración de vírgenes sangrantes en el matadero. 

Gotas de majadería, chubasqueros de calaña asesina. Que oscuridad se cierne sobre los adentros del ojo del culo.

Y yo que creí ver a Dios, y resultó ser un submarinista en ala-delta.

Cabeza de chorlito en las tabaquerías enjutas de tuberculosis. Amén.  

miércoles, 1 de octubre de 2014

LA BICICLETA









Recuerdo una fotografía. Una instantánea capturada del pasado.

Era yo, o el niño que alguna vez fui, montado orgulloso sobre una bicicleta que me había regalado mi padre. Altivo y orgulloso, posiblemente la única vez en la vida en la que he posado así, antes de volverme todo yo una joroba de melancolía y males y sudores y dolor y pena. Era la bicicleta del orgullo. Orgullo del padre que creía en el hijo que aún no se había torcido, orgullo del hijo que creía en el padre que aún no había desfallecido.

El orgullo es una mierda y nuestra alma una cloaca.

Estos días de atrás cuando mi ciudad se llenó de bicicletas y yo lloraba el año sin el viejo del bar recordé la fotografía. La busqué. No la encontré. Era el sábado por la noche, I. se retiraba a dormir y yo torpemente me manejaba entre libros y albums de retratos, por donde veía pasar toda mi familia pasada, presente y futura, cuadros de realidad congelada, rostros de vida que un día se nos fueron... y no la encontré.

Hice una foto con el móvil sobre una de las fotografías. Mi madre y yo. Ella hermosísima, con poco más de 40 años. Yo, o el niño que alguna vez fui, un desconocido. Un rostro irreconocible para mí. Quizás debiera haberme escrito alguna de esas cartas que los niños escriben a su yo del futuro para darme cuenta de todos los jirones que ha ido soltando mi alma por el camino. Ya digo que pronto me iba a convertir en una una joroba de melancolía y males y sudores y dolor y pena.

No encontré la fotografía de la bicicleta. De ese niño altivo y orgulloso por única vez en su vida. Era una bic de cross, una BH California. Ligera como una pluma. Ideal para aquel guaje flaco y debilucho dispuesto a jugarse el romperse la crisma por las escombreras de Ponferrada. Volaba con la bicicleta... pero más volaba el tiempo y pronto no quedó nada ni del niño orgulloso ni del orgullo del padre.


Sólo una joroba de melancolía y males y sudores y dolor y pena.    

ILUMINACIONES BAJO EL VOLCÁN DEL RETRETE




"The Elephant Celebest" (Max Ernst, 1921)




Es la hora
de maldecir a los sapos a la cara.

He sido golpeado
con un ladrillo de alientos sordos
y cabalgo el acertijo de Dionisos
entra las risas sádicas
de la verdulería de la esquina.

Maldito vecindario donde se disparó el termómetro.

Perdida es la belleza que no se presenta en público.

Es la hora
de maldecir a los sapos a la cara,
clavar cuchillos en la piel de los leones,
escupir a las hienas
y eyacular bicarbonato.

El ritmo del sexo se ejecuta con tambores de piel destilada...

Maldita miopía donde se instaló mi ceguera.

Es la hora del buitre,
de la danza del ciervo
y del betún en los oídos.


Filantropía venenosa con pies de barro e iluminaciones de retrete constipado, y todo ello es la señal de que ha sido un día iracundo y facundo.