jueves, 12 de junio de 2014

LA VIDA ES ESO QUE TRANSCURRE ENTRE MUNDIAL Y MUNDIAL



El vuelo del Buitre



La frase la escuché alguna vez, o la leí, o quizás la soñé, pero existe, sé que existe, aunque no encuentro referencias a ella en el Oráculo del hombre moderno llamado Google. Quizás es que ella misma, la Vida, celosa de que no la valoren por cosas más trascendentes ha pedido que retiren la cita. 

De hecho una vez siendo niño, embrujado por el influjo del vuelo de un Buitre sobre Querétaro, intenté medir mi vida en mundiales, cavilando cuantos llegaría a disfrutar, cuantas noches mágicas como la que nos trajeron los televisores aquella velada en la que un Buitre daba cuatro picotazos inolvidables podrían presenciar mis miopes ojos. Como una suerte de versión infante de Rutger Hauer en “Blade Runner” me pregunté: “¿Cuánto tiempo me queda?”, sólo que cambie una palabra: “¿Cuántos mundiales me quedan?”  

Y por fin otro Mundial ya está aquí, y desconecto de todo, de rajoys y rubalcabas, de coletas y falanges, de monarquías y repúblicas. Y el mundo vuelve a ser un balón, lo que nunca debió dejar de ser, un inmenso campo de juego. Piensen bien en la palabra, juego, jugar. El placer de volver a ser niños, ya que ellos son los reyes del juego. Es ley natural que el niño juegue, a él se le permite, y bien hace en jugar todo lo que pueda porque ya la Vida, esa que ha retirado la cita con la que ilustramos esta entrada, le pondrá sobre la espalda otras tareas y le marcará un rumbo alejado de esos terrenos de juego de los que nunca debimos salir.  

Y por mucho que lo intenten embadurnar de barro los mercaderes del templo, los tratantes de hedonismo catódico, o los faraones aferrados a poltronas que les permiten hacer y deshacer a su antojo, nada nos amargará la fiesta. Nada nos impedirá bailar la descomunal samba que se avecina sobre todo el planeta desde el país que transformó el fútbol en arte y que nos dio a los jugadores con los pies más alados de la historia. Leonidas, diamante negro que jugaba montado en bicicleta para inaugurar la Historia Universal del Asombro; Didí, quien el destino quiso que no le amputaran una pierna de chico para convertirse en El Príncipe Etíope; Garrincha, Charlot patizambo de los campos; Jairzinho, su sucesor; Sócrates, doctor comunista de visión telepática y magia en el tacón; Zico, que nos demostraba que en Brasil los blancos también saben jugar;  Romario, futbolista de dibujos animados, como le definió el maestro Valdano; Ronaldo, eterno niño grande que nunca dejó de jugar con sonrisa, y por supuesto O Rey Pelé. 

Y ya vamos llenando el poemario de vocablos de fantasía y expresiones de ilusionismo. Rabonas, chilenas, escorpiones, bicicletas, caños, el tiki-taka, o xogo bonito, la cola de vaca, a folha seca… “Jueguen y diviértanse”, es lo primero que les dice cualquier entrenador que se precie de serlo a sus chicos cuando le encomiendan la tarea de educar a niños que un día serán hombres en los valores del deporte. Es la hora, pues, de divertirse. Y luego ya volveremos a trabajar la Vida, esa que sigue pasando tratando de que cada vez quede menos de aquel niño embrujado por el vuelo de un Buitre sobre Queretaro. Por eso amamos los mundiales de fútbol. Porque volvemos a ser niños.



martes, 10 de junio de 2014

CATÓDICO HUMOR GRUESO



El inevitable ciclo de la vida, amigos míos. “Yo no sabía, no pude imaginar, que todo lo que empieza tiene un final” cantaba un meloso Carlos Segarra en un tema de Los Rebeldes que hablaba de almibarados amores bajo la luz de la luna.  

Este pasado fin de semana echaba el cierre tras nada menos que diez temporadas y 237 episodios (todo un éxito en el cruento mundo televisivo regido por las audiencias) la teleserie “Aída”, spin-off de la célebre “Siete vidas” a la que acabó superando para convertirse en uno de los mayores fenómenos televisivos nacionales de los últimos tiempos. Criticada por muchos, admirada por otros cuantos, “Aída” ha sido el mejor exponente de eso que llaman “humor grueso” en nuestro país, sin que ello tenga que significar mediocridad o pobre nivel del producto, más bien al contrario, ya que la calidad de los guiones de la serie de Globomedia estaba por encima de la media en cuanto a comedias nacionales, y contaba además con un punto a favor imbatible gracias al triángulo actoral que formaban Pepe Viyuela, Paco León y Mariano Peña, colosales en su capacidad para lo grotesco, que era, en realidad, de lo que se trataba esta serie (y habría que añadir también en los últimos tiempos a Canco Rodríguez y su formidable trabajo como Barajas)

“Grotesco” significa ridículo, extravagante, irregular, grosero, exagerado o de mal gusto. Lo cual, insistimos, no tiene nada que ver con la calidad. Grotescos eran algunos cuadros de El Bosco, muchos dibujos de Goya, variopintos personajes trazados por la pluma de Valle-Inclán, y por supuesto, y por hablar de algo más contemporáneo, las películas de los primeros John Waters o Pedro Almodóvar, donde podíamos contemplar desde un banquete a base de cagada de perro hasta una lluvia dorada. Auténtico mal gusto. ¿Exento de calidad? No en mi opinión. 

“Aída” ha recibido muchísimas críticas por sus retratos descarnados de unos personajes extremos, de baja condición social, arrabaleros y marginales. Como si no se pudiera hacer humor con todo eso. Que diríamos entonces de Azcona y Berlanga. No se trata de hacer una defensa a ultranza de un producto que no buscaba mayor objetivo que el simple entretenimiento y levantar una sonrisa al espectador (como si fuera poca cosa), aunque si escarbamos bajo la sátira y el exabrupto de sus protagonistas podemos encontrar algo más (la convivencia entre las “dos españas” que simbolizan Pepe Viyuela y Mariano Peña, o la necesidad de la familia como sustento emocional, que tan bien se ha reflejado en telecomedias americanas como “The Simpsons” o “Matrimonio con hijos”, y éste posiblemente sea el mayor acierto de la serie, reflejar como unos personajes que hacen del despellejarse mutuamente su rutina diaria en realidad no pueden vivir los unos sin los otros, son su único apoyo, y es que quizás despellejarse sea la mejor manera que conocen para seguir manteniéndose unidos) “Aída” es historia de la ficción televisiva nacional, le pese a quien le pese, pero está muy lejos de ser considerada una obra maestra. El paso de los años y los capítulos ha acabado produciendo un hartazgo mutuo entre creadores y espectadores. No se puede ser brillante durante diez años seguidos (excepto si te llamas Rafa Nadal) La última temporada ha sido explicita en el cansancio acumulado y en una imaginación tocando fondo, con una forzadísima y patética Paz buscando recuperar a un Luisma al que ella misma había abandonado, y sobre todo con la incorporación del (pésimo) humorista e imitador Dani Martínez. Un tipo estomacante e intrusista sin nociones de interpretación que intentaba encarnar la figura del “doofus” (personaje habitual en toda telecomedia, y que puede encontrar su máxima expresión en el Michael Kelso de “Aquellos maravillosos 70”) canalla y bribón con mucha más pena que gloria. El incremento de minutos de este humorista que vive de imitar a Butragueño entre otras “hazañas” cómicas supuso a la vez un decrecimiento de los de un Paco León cada vez más enfocado hacia otros proyectos, como su curiosa carrera de director. Una pena que la última temporada de esta serie haya sido, con diferencia, la peor. Pero al menos han sabido no seguir arrastrándose por la parrilla televisiva. 

Nos dejan infinidad de momentos hilarantes, capítulos inolvidables, situaciones antológicas. Y hay que agradecerles cada risa, cada sonrisa, y cada carcajada. Cada resaca dominical mejor soportada con sus payasadas. Sólo por eso, nunca olvidaremos “Aída”. 

Todo ello pese a que seguirán apedreando a este tipo de humor. Ya que estamos un poco gruesos, si se pican, que se rasquen.      


Culpables de hacernos reír.

martes, 3 de junio de 2014

REGIA ODA BORBÓNICA


Un monarca muy franco.



Y se marchó… pero a su barco no le llamó Libertad, si no Bribón. “Bribón, bribonassso, que te pego leche”, si es que siempre fue muy campechano. ¡Qué sentido del humor tan borbónico y sofisticado! 

La noticia corrió como un reguero de pólvora, y es que mira que le gusta la pólvora a este hombre, con todos los disgustos que le ha dado a su familia, con esa sombra negra de Estoril planeando sobre su regia y augusta cabeza. Formidable cabezón y busto pétreo que nos saludaba desde aquellas pesetas de nuestras entretelas. ¡Salud y pesetas!, brindaban los republicanos de antaño, los de los pantalones raídos e intelecto desbocado. 

Se hace un mutis por el foro, o mejor, por el forro, por el forro monárquico al que se le permite pasárselo todo al primero de los españoles, lo cual es decir el primero de los pichabravas.   

Escopeta nacional y matarife hispánico que te vas, nos dejas y nos abandonas. Tiñes de melancolía las nochebuenas familiares, esas en las que la abuela tenía su momento cuando soltaba “¡qué majo es el Rey!”, discurso para el que llevaba meses ensayando la buena señora. Monarca elefántico de nuestros desvelos, pituitaria salvaje, velero de las españas. Vigía de nuestros valores, del puterío embravecido, de la furia y la entrepierna.   

Y ya sale la turba a la calle a pedir más libertad, y democracia, y referendums, y cosas modernas, sin entender que la modernidad reside en la tradición de tu nepotista corona, en la caspa monárquica en blanco y negro que alumbra el camino de nuestro pueblo descarriado. Malditos republicanos, malditos rojos, malditas coletas. Pero hombre, ¡con el lustre que nos da tener un rey! Y es que sólo tú eres capaz de traernos la paz, elefante blanco, parapeto y parapente de tejeros y millanes que camparían a sus anchas si no fuera por lo imponente de tu figura, garante de las libertades del palo y la zanahoria. Demócrata convencido que abrazabas por igual a dictadores sanguinarios que lo mismo mandabas callar a los pérfidos bolivarianos. Espada de Damocles, Salomón de los juicios ibéricos. Rey olímpico de pelotas claveteadas en una pista de balonmano. Refugio inspirador para humoristas mediocres.  

De tan campechano que ni elegiste nombre real. Nada de godofredos, sanchos o guillermos, ni siquiera los tan nuestros felipes, fernandos o alfonsos. No, un Juan Carlos que recuerda al taller de la esquina, para que nunca olvidemos que caminas entre nosotros como uno más. Más guapo, más alto, más fuerte, más Borbón, pero uno más al fin y al cabo de tu regio rabo. ¡Y qué satélites de honradez ejemplar que se mueven alrededor de ti, astro de la piel de toro!  

Que huérfanos nos dejas de hombría y españolidad, trabuco dionisiaco que dispara real esperma por los campos de Castilla. Y que faltos de campechanía integradora, de talante bonachón, de bonhomía proletaria. Tú que siempre has estado al lado de los débiles y necesitados. Ejemplo de austeridad en tiempos de crisis.  

Que te sean leves los lunes al sol, ante el espectáculo de las obras públicas junto a tus jubilados compatriotas, comiendo un bocadillo de sardinas envuelto en papel Albal y leyendo algún periódico compartido entre varios.   

Bribón, ¡que navegue libre ese Bribón!, que surque los mares bajo el viento llevado por ti, pirata bronceado de Hollywood que robaste nuestros corazones. Velero que es metáfora de la España de las coletas que se nos va a pique. 

¡Qué figura perdemos, háganse cargo, qué figura perdemos! ¡Qué papelón ante el mundo! 

Y aún querrán un referéndum, espantados de la Monarquía, estos son capaces de cargarse hasta a King Africa.