martes, 18 de marzo de 2014

LA BARRA DE PAN



Vinicius, el poder de los sábados.


Que curiosa es la vida cuando se padece de algún modo de este tipo de melancolías irreversibles. La existencia convertida en un "pathos" constante al cobijo del sol y sombra. La nostalgia suele sacudirnos para llevarnos a algún momento del pasado, la feliz infancia, la tumultuosa adolescencia, la rebelde juventud. Pero en otras ocasiones, cuando uno siente la vida tanto que le duele cada segundo que respira, es un reflejo inmediato de un pequeño y luminoso y momento que se fue para no volver pero ha quedado capturado en algún momento de tu memoria anímica para que la melancolia funcione, de nuevo, como certero transmisor de emociones que uno no puede explicar por muchas palabras que eyacule.  

Abrí la nevera y ahí estaba la barra de pan. Una barra de pan sin ninguna historia especial, pero si muy particular, la de mi propia particularidad, la de mi vida, la mi historia, la de mi sábado, la de mi cogorza, la de mi alma, la de mi amor.     

Había salido al mediodía con Ella, dimos un paseo por el parque y tomamos un vermouth que se prolongó en una sucesión de cañas, coños y coñas. Había que celebrar el final del Invierno y la amenaza certera de la Primavera abrazándonos con sus rayos de sol. Todo sábado de por sí es una filosofía de vida, pero un sábado soleado es ese lugar donde uno querría vivir por siempre con Ella. Habíamos bebido lo suficiente para que la vida en ese instante de sábado se hubiera convertido en una celebración, y paramos levemente, como libélulas que se posan en busca de un descanso, en un supermercado. Quería comprar una barra de pan.  

Cuando uno está borracho la vida funciona a otra velocidad. Te conviertes en un rey entre mendigos, un dios entre mortales. Compré una barra de pan y una botella de Aquarius para la resaca y una botella de bebida energética para recuperarme después de salir a correr. Los dos ejercicios vitales de mis 40 años, emborracharme y correr. Alcohol y sudor.  

Cuando uno está borracho el reloj corre a otra velocidad. O sea que paramos en otro bar. Coincidimos en que era un lugar horrible y que jamás volveríamos a entrar. Un local en efecto horrible y taurino coronado por dos gigantescas cabezas de miuras disecadas que nos miraban con una mezcla de tristeza y dignidad, como consecuentes con ese papel de dioses sacrificados que los humanos les han querido otorgar. Que estupidez la de los hombres que necesitan matar animales para tratar de darle alguna trascendencia a la vida. Y lo peor es que se lo creen, que esa estocada en la piel del noble bicho tiene un significado religioso y ancestral. Que esa sangre derramada dignifica ambas vidas, la de ejecutado y ejecutor. Hombres estupidos, religiosos, místicos, supersticiosos y taurinos. Hombres, posiblemente, sobrios.  

Cuando uno está borracho el sol brilla con otra intensidad. Por muy patético que resultase aquel templo de la barbarie medieval, yo era feliz. Estaba con Ella, era sábado, brillaba el sol, que entraba por la puerta abierta, y era sábado. Y que rápido pasa finalmente el sábado pero como se quedaría uno inmovil en ese instante de felicidad. Al fin y al cabo eran unas horas regaladas al margen del pánico de la vida laboral. La maravillosa rutina de los días sin rutina. La impagable sensación de perder el tiempo, de derrochar la vida.  

Y nos fuímos, volvimos a refugiarnos en El Zulo. La tarde metamorfoseaba en noche con esa impaciencia que sólo parece darse en los sábados. Ella dormió su bendita borrachera con esa beatitud de las niñas quebradizas. Yo tenía que preparar unos discos para la noche. Abrí otra cerveza, simplemente porque era sábado y había que seguir celebrando simplemente que era sábado. Vinicius de Moraes lo explicó en uno de sus poemas, "El día de la creación". Una serpiente surrealista conducida por un mantra que nos recuerda constantemente "porque hoy es sábado", confiriendo al sexto día de la semana omnipotencia nihilista. Como si el sábado tuviese la trascendencia de no tener trascendencia simplemente por ser sábado.  

Y llegó la noche, y la fiesta, y el ruído, y el rock'n'roll, y las brumas y nebulosas en nuestras mentes, pero el sábado ya había valido la pena por haber comprado la barra de pan con Ella.  

Y abrí la nevera, y ahí estaba la barra de pan. Pero ya era martes...  



PK, 18-03-2014.

viernes, 14 de marzo de 2014

EL NIÑO MOSCA EN EL JARDÍN DE LA CALÉNDULA


Los tiempos del "Hoo-ha!"


Los Imposibles cumplen 25 años. Un cuarto de siglo bañando el mundo de luminosos rayos de sol y melodías. Una carrera de fondo que les confirma ya como la más grande banda de ínfulas sixties que ha dado jamás este país (comenzando la cuenta a partir, claro esta, de esos propios años 60 de la “explosión”), una maratón de gigantes comandada por Paco Poza, francotirador pop de raza y talento que como un auténtico “outsider” sigue escribiendo canciones desde su trinchera sin mirar el calendario. Que menos que dedicar unas líneas a estos herederos de la mejor tradición del pop psicodélico, donde el simbolismo y el beat se funden en una música que va más allá para convertirse en un estado mental. 

Líneas escritas desde la ignominia de mi no comparecencia este sábado en la sala Sol en su concierto y fiesta de aniversario. Auténtica afrenta a mi condición de fan irredento de la banda, estigma convertido en compañero de viaje a partir de este momento y hasta el fin de mis días (que espero lejano), una lluvia de piedras sobre mi propio tejado que se ve así ultrajado por ninguna otra persona que este humilde eyaculador literario que os habla en negro sobre blanco. La decisión está tomada y es firme e irrevocable. Y por supuesto, tiene una explicación, la cual me veo en la obligación de exponer, aunque no era el tema hablar de mí mismo (ah, el ego del Eyaculador, más grande que todos los putanescos palacios de Silvio Berlusconi juntos) 

El disparate en que consiste mi vida siempre ha estado regido bajo los designios del caos, y no del cosmos. Una naturalaza enrevesadamente entrópica en la que eso que llaman “hiperactividad” tiene su cuota de culpa. El querer estar en todas partes, revestirte del poder de la ubicuidad y abarcarlo todo, noches sin fin, fiestas interminables, y eso que llaman la “vida total”. Desde hace un tiempo por tanto procuro luchar por mantener sano y saludable mi equilibrio mental, lo cual no es fácil. Uno de mis principios actuales es improvisar lo menos posible y cumplir los planes en el orden premeditado, tirar de rigurosa agenda, por mucho que sugestivas y tentadoras ideas sucesivas pudieran alumbrar mi camino. Es decir, si quedo para cenar con Soraya Saenz de Santamaría, aunque para esa misma noche me citase posteriormente Scarlett Johansson no cambiaría la cita inicial. 

Y alguien de una belleza, sapiencia, y calado intelectual a la altura de la citada Soraya es mi amigo Arcadio, quien cumple y celebra sus cuatro décadas de vida la misma noche de Los Idus de Marzo del 15 del presente mes. Arcadio es un personaje masculino singular y gran amigo, con quien me comprometí para acudir a su celebración hace ya meses, y además en la calidad de pinchadiscos, cosa que ya el sujeto intentó el pasado año pero no se llevó a cabo no recuerdo, la verdad, por cual razón. El caso es que habiendo dado mi palabra a mi buen y viejo amigo, al enterarme posteriormente de la fecha de la fiesta de una de mis bandas favoritas, lo único que pude hacer fue proteger mi rostro entre las piernas y llorar desconsoladamente. Pero no fallaré a mi decisión inicial ya que Arcadio bien lo merece (fíjense que es el único seguidor que tiene este blog. Sí, ese que se ha puesto como foto de perfil la jeta, ¡y qué jeta!, de un apuesto y varonil político de centroderechademocratacristianoliberal)  

Pero esa es desde luego otra historia. Estamos aquí para glosar los 25 años de carrera solipsista, enajenada, alocada y alumbrada por la estética de la banda de Paco Poza y compañía. Una hazaña inusual en la música nacional, máxime teniendo en cuenta que a pesar de que hablamos de instrumentistas y compositores magníficamente dotados (que cada cual lo interprete como quiera) no han podido dedicarse profesionalmente a ello. O quizás sea gracias a esa circunstancia, a la de poder dedicarse al pop como un hobby evasivo y evasor entre amigos que se reúnen al calor de unos amplis de válvulas en algún local de ensayo madrileño, y no como un oficio procurador de manutención, lo que ha provocado una larga y saludable vida como banda de rock'n'roll. El caso es que con un buen número de trabajos discográficos a sus espaldas, una colección de canciones mayestática, unos directos de quitar el hipo y una frenética actividad colaborando en múltiples grupos y proyectos paralelos, Los Imposibles nunca han gozado del favor de los medios, vergonzosamente sordos ante la propuesta de la banda y babeantes con la primera idiotez inflada e hinchada que llegaba a sus oídos. Y ya no hablo del “mainstream”, donde evidentemente serían tachados de personajes de otro mundo, hablo de las presuntas publicaciones “underground” patrias. Han pagado el precio de la fidelidad a una idea, de la rectitud de unos principios estéticos. Nunca han sido indies, ni grunges, ni shoegazers, ni le han dado a eso de la “americana”. En respuesta a esta actitud, la ignorancia más absoluta. Sólo ahora que el paso de los años les convierte en clásicos intentan algunos, a toda prisa, enmendar errores pasados y rendirles el culto que merecían desde aquella joya llamada “Hoo-ha!” que nos hacía tener que retrotraernos al “Contrabando” de Los Brincos para encontrar un catálogo de canciones donde el pop, el soul, el rythm&blues y el beat se manejasen con tanto descaro e ingenuidad sin complejo alguno en nuestra piel de toro. La conexión con la banda de Fernando Arbex siempre ha sido evidente y no demasiado bien vista en los, como dirían Burning, “recuerdos del pelo largo”. Cuando “Hoo-ha!” vio la luz se convirtió de inmediato en una de las piezas favoritas de mi adolescencia. Una explosión de inmediatez capaz de cautivarte como si las enseñanzas de Buddy Holly, Del Shannon o Los Brincos no hubiesen caído en saco roto. Pero curiosamente recuerdo la comparación con el grupo del que surgieron Juan y Junior como paradigmática de cómo tratamos a veces nuestra mejor música pop. Las conversaciones sobre la nueva banda madrileña en ocasiones se dirimían con un “sí, están bien, pero recuerdan demasiado a Los Brincos”, a lo cual yo, encolerizado, respondía: “¡Por supuesto que recuerdan a Los Brincos, por eso mismo son tan grandes!” Y es que sigue siendo asignatura pendiente para el rockerio estatal reconocer a nuestros pioneros, aunque es de admitir que con el tiempo hemos mejorado en ese capítulo.     



Let's go to marigold, the garden of your mind...


Los Imposibles se convirtieron en unos favoritos a la altura de Sex Museum y Doctor Explosión, bandas que cambiaron para siempre mi concepto de la música española. Cañonazos irreductibles que no entendían de modas ni tendencias. Acogidos en el caso de los autores del “Hoo-ha!” además en el seno de la familia Animal Records, sello indispensable para comprender la sesentofilia en nuestro país. Vinieron más aventuras, más discos, y muchos directos. Y el imborrable recuerdo de la primera vez que los pude ver en directo, ¡qué jornada!, en la fría pero siempre caliente noche leonesa. 1994, cuando uno se comía la vida a mordiscos, y allí aparecieron nuestros héroes. Todavía con Palomo al bajo, y Lagarto aporreando la batería. Aquello era flamígero, incendiario, colosal… al teclado un chalado llamado Gonzalo del Valle-Inclan (a la sazón bisnieto del genial escritor gallego) acababa sangrando sobre las teclas de su instrumento forrado en leopardo mientras atacaban el “One good reason” del segundo LP de los suecos garageros The Creeps. Era la época del jardín de la caléndula, y la inocencia beat casi afín al espíritu de un “American Graffiti” de “Hoo-ha!” había dado paso a una banda poderosa que reivindicaba como nadie el legado de los Who o los Small Faces. Se convirtieron en gigantes y hubiera sido difícil comprender la irrupción de Elephant Band, Magic Bus, o tantos otros, sin la demostración de fuerza de Los Imposibles. Ignorados por los medios, pero creando una legión de fans irreductibles. 

Eran hermosos y radiantes guerreros de la estética, paladines de la psicodelia, embajadores de la melodía. Buenos hijos de la noche y figuras del paisaje melenudo y colorista del mejor Malasaña. Hippies-mods-punks, o algo tan inclasificable como eso, y revestidos de la autoridad de sumos sacerdotes de la lisergia heredando las enseñanzas del viaje rápido y picnic genial al que nos habían llevado Los Negativos muchos años atrás.  

Se fueron sucediendo los cambios en la formación y llegando personajes igual de emblemáticos y dueños de universos tan particulares como los de a quienes reemplazaban. Los Imposibles se convertían en un estilo de vida. A way of life, a state of mind. Y siempre Paco Poza luchando contra todo, a base de pericia instrumental y una erudición musical que ya quisieran la mayoría de los plumillas de este país. Y así veíamos a la banda facturar power-pop de primerísima división o evocar a los mismísimos Prisoners, y todo esto sin salirnos de su época actual, segunda juventud, o como la quieran llamar, esa que les llevó a perderse y encontrarse y a seguir caminando en espiral, ahora de la mano de Sunny Day Records, uno de esos sellos de fans y para fans.   

Y entono el "mea culpa" por faltar a la cita pero brindaré por ellos igualmente. Amenazan con una noche tan embriagadora que parece imposible pensar en acudir a comer tan sólo un trocito de la tarta, ya que una vez probada no podrías dejar de engullir, sabiendo además que tras la ceremonia del escenario en la cabina de la sala se oficiará una misa por parte de dos personajes sobre los que el tópico "más grandes que la vida" se queda corto (y cualquiera que les conozca sin duda me dará la razón), como son Lagarto, a la sazón baterista original de la banda, y Manolo Calderón, reverendo de las ondas herzianas y maestro de intelectualidad vital y barra de bar. Ambos tipos de los de verdad, de los de honestidad brutal. Levantaré mi copa desde la distancia, envuelto en el Carcosa de hardcore y punk al que he sido invitado, abrazado (con todas las distancias heterosexuales posibles) a mi amigo Arcadio porque sus 40 años sean el principio de su vida... pero sabiendo que dentro de otros 25, Los Imposibles lo volverán a hacer.  

Los Idus de Marzo no nos pueden fallar.    



Los Imposibles en la actualidad, la orquesta que viaja al fondo de tu mente.



sábado, 8 de marzo de 2014

MUJER



"Ofrenda seris simbolos" (Jaime Abril)


Mujer, alpha y omega de la creación,
elipsis bárbara de la destrucción. 

Un graffitero en Ponferrada así lo entendió, "Dios es negra", escupió sobre una pared, y Suárez Roca lo esculpió en una de sus columnas dóricas, jónicas y corintias, donde recoge para la posteridad todas las iluminaciones de los locos bercianos.  

Mujer, alma y veneno,
poesía y barbarie.  

Mujer, hembra, diosa, ninfa, señora o niña.

Sacerdotisa de la carne eléctrica, dijeron Los Negativos.  

Aullido en invierno, caricia en verano, tormenta en otoño, poema en primavera.  

Refugio antiaéreo que proteges en tus muslos, tratado de calefacción en cada poro de tu piel.  

Mujer invisible para el hombre, mujer torturada, guillotinada, mujer hecha trizas.  

Mujer de posguerra, mujer sin trinchera. Mujer sin derecho a la urna y encerrada en la urna. 

Mujer onírica que vive en el sueño de nuestra placenta, alpha y omega de la creación, elipsis bárbara de la destrucción.   

Catadora de venenos que columpias la bandeja de la fruta prohibida ante los ojos del hombre convertidos en almenas de patetismo. 

Mujer, señora, ama, dómina, dominatrix.    

Mujer que es hogar, océano de sal en la entrepierna, volcán de deseo en la mirada.  

Garganta profunda, vulva asesina, vagina de motosierra.  

Mujer de Lesbos y mujer de la Amazonia. Mujer de las minas y de los rayos de sol.

Mujer, alpha y omega de la creación,
elipsis bárbara de la destrucción. 

viernes, 7 de marzo de 2014

EL FRACASO ES LA MÁS RESPLANDECIENTE VICTORIA





Y Leopoldo María Panero se fue en un sueño, en medio de la noche, dentro de ese manto de espanto que nos cubre a todos los locos, poetas, y hermanos de las hetairas. Se fue con su palabra de excremento y de rabia, náufrago de la cordura en la isla del malditismo.  

Panero, poeta más conocido que leído, no era maldito por pose. Bebedor, fumador, drogadicto, bisexual y esquizofrénico... poseía todos los tics de la más absoluta rebeldía, la de los ángeles caídos. La única diferencia entre cualquier animal desahuciado en las calles y Panero es que éste de vez en cuando se sentaba a escribir, y escupía veneno y poesía marchita, auténtica flor del mal de nuestra literatura. Panero se ganó su lugar en la eternidad de las letras mientras perdía su sitio en el mundo.  

Decía Nietzche que quien mira largo tiempo a un abismo el abismo también le miraba a él. Mirar a los ojos de Panero era enfrentarse a ese abismo hecho hombre de carne macilenta. Panero, gigante de una generación atemporal unida por la miseria del fracaso, la más resplandeciente victoria, como afirmaba el propio poeta. Convertido en animal exótico, objeto de interés bizarro tras el éxito del indescriptible trabajo de Jaíme Chavarri "El desencanto", cinta de exhibicionismo sentimental y amargura nihilista, en realidad Panero ha sido referente de todos los que en los días que comenzamos a acercarnos a las letras buscábamos algo sucio, jodido, podrido, y en definitiva que oliera a pura vida, a estiércol y a entrañas. A Panero no se lee, se le vive. Cuando ingresado en un hospital escribí los versos de "Enfermera de noche", los cuales fueron desgranados en su momento en este blog, el espíritu de Panero inconscientemente revoloteaba el cuaderno. En aquellos versos, al fin y al cabo, estaba toda mi libertad, renunciada ya hace tiempo desde que me domesticara como un eslabón más de un sistema basado en la productividad y el dinero. Por eso siempre envidiaré a los miserables espíritus libres, aquellos que viven en el polvo y se revuelcan en el sexo, ahogados de alcohol y anestesiados de nicotina y opio.   

La libertad no es un jardín de rosas ni un campo verde en plena primavera. La libertad es la humanidad en su más cruenta esencia. La mierda, el excremento, la orina y el sudor. Panero lo entendía. Comprendía que por mucho que nos vistamos con las mejores galas y nos empapemos de caros perfumes no dejaremos de ser animales dionisiacos de pezuñas y ponzoñas. Panero era la nausea en la sociedad, la arcada en el sistema, el pedo atronador irrumpiendo en medio de un desfile de modas.  

Panero, diablo hermanado con los simbolistas franceses agita por fin su copa de vino mientras brinda unas letanías a Satán. Al final logró escapar de la locura, esquivar a la vida, huir por una rendija del manicomio llamado realidad. 

Poeta de los infiernos, los burdeles, las cloacas luminosas  y las esquinas donde habitan las vomitonas, ten piedad de nuestra larga miseria. 

Tú que miraste el abismo y el abismo se hizo en ti, ten piedad de nuestra larga miseria. 

Tú que hiciste arrodillarse a la cordura y obligarla a practicar una felación en tu entrepierna, ten piedad de nuestra larga miseria. 

Tú que diste de comer en tu mano al albatros de Baudelaire, ten piedad de nuestra larga miseria.

Tú que bebiste del delirio en copas de piel de espanto, ten piedad de nuestra larga miseria.  

Tú que masturbaste las palabras, retorciste las letras, envenenaste los versos.  

Poeta que es el ojo del culo, el pene erecto, y la raja maldita de la sociedad quebrada. 

Renglón torcido de Dios escrito con sangre de virgen. Trazo del demonio dibujado con pluma de faisán. Macho cabrío oficiante de todas las orgías del mundo. Ten piedad de mi larga miseria.  


miércoles, 5 de marzo de 2014

EL ESCUDO

“El sabio consigue más ventajas por sus enemigos que el necio por sus amigos” (Benjamin Franklin)





Se retira Carles Puyol, icono y capitán barcelonista y uno de los últimos héroes del fútbol español y parte fundamental a la hora de haber llevado a nuestra selección a ser la mejor del mundo en los años recientes. Puyol, hombre de club, sin embargo trasciende por encima de cualquier color y camiseta para todo buen amante del fútbol que disfruta del deporte sin calzarse una venda en los ojos según toque el fanatismo de turno.

Parece Puyol un futbolista pretérito, un cromo perenne trasladado a nuestro siglo. Un tipo de otra época, aquella en la que los peloteros no eran catálogos andantes de tatuajes o ridículos modelos de peluquería de extrarradio. De la especie de los Baresi, Maldini, Scholes, Giggs, Raúl, Casillas, Iniesta o Xavi... es decir, la de los tipos normales. Obreros del balón de larga carrera, amor a un escudo, y profesionalidad y entrega hacia la camiseta que visten. No ganan el Balón de Oro, no entran en las disquisiciones sobre “el mejor de todo los tiempos”, pero finalmente su trayectoria acaba siendo muy superior a la de las grandes estrellas que brillan con extraordinario fulgor durante un lustro o poco más. Lo de ellos es una carrera de fondo. 

Abríamos esta entrada con la célebre cita de Benjamin Franklin sobre la importancia de los enemigos poderosos, igualmente podríamos recordar aquel refrán que indica que la grandeza de un hombre se mide por la calidad de sus enemigos (frase que a ciencia cierta no sé a quien se atribuye) Todo esto, supongo, porque si quien esto suscribe es madridista desde su más tierna infancia imagino que debería ver al corajudo defensa central como un “enemigo”, pero sinceramente me cuesta. Y es que me cuesta mucho entrar en cualquier tipo de dogmatismo férreo que impida mi libre percepción de las cosas. Uno de esos dogmas es que se es más madridista cuanto más anti-barcelonista, y yo, lejos de “odiar” al club blaugrana, admiro sin tapujos algunos de los aspectos que definen su particular idiosincrasia, como espero (quizás en vano) que otros hagan lo mismo respecto al club de mis amores. Hace ya tiempo que decidí hacer eso que en lenguaje llano se dice “ir a mi bola” sin preocuparme de tener que enfundarme ninguna norma, y pago el precio en forma de desprecio y de calificativos de “pseudomadridista”, “pipero”, “madridista disfrazado”, o demás ingeniosos adjetivos que han calado en nuestra afición en los últimos y guerracivilistas tiempos. En época de Franco en España se hablaba de “malos españoles”. En los años de Mourinho el lenguaje nos llevaba hacía los “malos madridistas”.

Pero no estamos aquí para hablar de uno mismo (el ego del Eyaculador, ya saben), si no de Carles Puyol, simplemente se trata de constatar que un gran Barcelona siempre hará más bien al Real Madrid que un débil antagonista. Cuanto más fuerte sea la némesis más obligado se sentirá uno a dar lo mejor de sí. No soy especialmente nostálgico en esto del deporte, pero si tuviera que recordar los momentos en los que la rivalidad Madrid-Barça alcanzó sus cotas más nobles y espectaculares y engrandecieron el deporte como nunca, me quedaría con sus secciones de baloncesto en los años 80, cuando cada duelo era un homenaje al juego de la canasta. Mordían en la cancha como perros rabiosos y se abrazaban al terminar cada partido. Una de las razones por la que eran choques tan especiales está en el hecho de que la mayoría de los jugadores llevaban años vistiendo la misma camiseta y superaban la condición de simples mercenarios asalariados que buscaban simplemente un poco de fortuna económica y gloria personal.

Por eso son tan necesarios los jugadores “de club”, los que crecen dentro de la misma entidad y finalmente se convierten en emblemas y en portadores de esa cosa tan abstracta llamada “valores”. En el caso de Puyol saltan a la vista. Recordarán como le vimos abroncar a algunos de sus propios compañeros tras la celebración de un gol a un Rayo Vallecano al que estaban pasando por encima. A Carles, futbolista de vieja escuela, le chirrían los bailecitos y las tonterías, el “ay si eu te pego” y demás morralla de vergüenza ajena. Puyol sería el viejo heavy metal trasladado al fútbol, la nobleza cazurra, la brutalidad honorable. Pero no fue esta la primera vez que le vimos discrepar públicamente ante las actitudes de algunas de las estrellas con las que comparte vestuario. Uno de los gestos que el capitán blaugana deja para el recuerdo es su malestar con Gerard Piqué tras el 5-0 de su equipo a todo un Real Madrid cuando el compañero sentimental de Shakira se burlaba haciendo la “manita” para regocijo del fanático. Si es que no lo había hecho ya, comprendan que con eso el bueno de Carles me ganó para siempre, y demostró ser otro tipo integro que no se casa con nadie y que dice y hace lo que piensa aunque le cueste no ser el tipo más popular de la bancada alegre barcelonista. Y algunos todavía se andan preguntando que rayos significa eso de los “valores” en el deporte… 

En lo estrictamente futbolístico deja también varias imágenes para el recuerdo y las videotecas. Por encima de todas, su excelso cabezazo emergiendo entre la defensa alemana en semifinales del inolvidable Mundial de Sudáfrica en 2010. Toda España remató con él en aquel corner y se aseguró para siempre un lugar en la historia llevándonos a nuestra primera final de la máxima competición futbolística. Para completar el anecdotario de un día inolvidable, más tarde le vimos recibir a la Reina Sofía envuelta su cintura en una toalla y mostrando su tarzanesco torso ante las cámaras de televisión. La desnudez de Puyol no era más que un reflejo de su carácter, de su espíritu noble y sincero por encima de convenciones y protocolos. Otra escena que me viene a la memoria es con su club, y en Liga de Campeones, frente al Lokomotiv de Moscu y con 1-0 en el marcador para su equipo, el jugador rival Obiorah se encuentra con una autopista hacía el gol sin portero en la meta azulgrana, cuando de repente aparece nuestro protagonista para parar su disparo… ¡con el escudo de la camiseta!, la imagen metaforizó de manera fehaciente el simbolismo de Puyol con su club. Puyol, el alma. Puyol, el corazón. Puyol, el símbolo. Puyol, en definitiva, el escudo. 

Y las piernas le han dicho basta, camino de los 36 años, 19 en el club de su vida, 14 de ellos en el primer equipo, con 36 lesiones a cuestas y 2 operaciones. Futbolista de barrio, de raza, de vida, ahora se sabe que mientras estaba en La Masía el club sopesó seriamente la posibilidad de descartarlo en base a los informes negativos de Koeman, Serra Ferrer y Oriol Tort, y estuvo a punto de acabar en el Málaga. Cómo hubiera sido la historia posterior del fútbol español de haber sucedido este movimiento es algo que ya nunca sabremos, pero sirva la anécdota para considerar la dificultad de los jóvenes canteranos de equipos grandes para hacerse un hueco en las primeras plantillas de sus clubes, y de la importancia de entrenadores valientes que se decidan a apostar por este tipo de jugadores que finalmente son los más rentables para cualquier entidad. 


En definitiva nuestro fútbol pierde a uno de sus elementos más valiosos en cuanto a calidad, carácter y personalidad. Un deportista hermético y celoso en lo referente a su vida privada, pero auténtico referente para compañeros y rivales. Es el primero de una generación de jugadores irrepetibles a los que nos va a tocar ir despidiendo poco a poco, pero en el caso de Puyol, dada su aureola de futbolista anacrónico con el mercadeo del mediático, ruidoso y farragoso fútbol moderno, da la sensación de que se va un hombre de otro tiempo y cuyo reino quizás no fuera de este mundo, pero nos ayudó a ser los actuales reyes del balón.