lunes, 29 de septiembre de 2014

MARATHON MAN










El mito griego dice que Filípides corrió unos 40 kilómetros desde Maratón a Atenas para anunciar la victoria helena sobre los persas y evitar un desánimo en sus vecinos que podía llevar a la población al suicidio, prefiriendo darse muerte por su propia mano antes que caer en manos enemigas. Como la realidad en no pocas ocasiones supera al mito, hoy día se asume que el héroe griego que acabó dando origen a la carrera popular más popular del mundo realmente corrió más de 200 kilómetros y no se dirigió a Atenas si no a Esparta en busca de ayuda para la batalla. Su proeza además fue en vano, ya que los espartanos se encontraban en plenas celebraciones de las fiestas Carneas y la tradición imponía no acometer acto bélico alguno durante dicho periodo.

25 siglos después, la carrera de la maratón con sus actuales 42.195 metros sigue deparando incontables hazañas que nos hacen recordar las vicisitudes de personajes anónimos y de mísera vida a los que la épica de esta competición convierte en leyendas. Conocido es el caso del primer campeón olímpico de la era moderna, un modesto vendedor de agua callejero llamado Spyridon Louis quien compitió en la prueba gracias al empeño de un coronel que había sido superior suyo en el servicio militar y conocía las habilidades de aquel pobre vendedor ambulante. Louis ganó así la primera maratón de las olimpiadas modernas, asegurándose un nombre para la posteridad y el reconocimiento de todo su pueblo. Convertido en héroe nacional, no padeció más miserias durante el resto de su vida, y tuvo el honor de ser el presidente honorario de la delegación griega en los legendarios Juegos Olímpicos de Berlín en 1936, y asistir por lo tanto a la humillación sufrida por Adolf Hitler frente a lo que el ideario nazi consideraba una raza inferior como es la negra representada en Jesse Owens. Spyridon Louis, primer campeón olímpico de la era moderna en la modalidad de maratón corrió los por entonces 40 kilómetros de la prueba en dos horas, cincuenta y ocho minutos y cincuenta segundos. Era el año 1896.

118 años después el record mundial del maratón, ya con sus 42.195 metros queda establecido en dos horas, dos minutos y cincuenta y siete segundos. Lo que equivale a correr 100 metros lisos en 17 segundos… 421,95 veces seguidas. El protagonista es Dennis Kimmeto, quien también tiene su historia detrás.

En el mismo escenario en el que ha logrado inscribir su nombre para siempre en el Olimpo de los elegidos, la Maratón de Berlín, hace dos años protagonizaba una curiosa e incluso polémica anécdota. Kimmeto dominaba la prueba junto a otro de los mejores maratonianos del momento, su compatriota, amigo, y compañero de entrenamientos Geoffrey Mutai. Con la meta enfilada para los dos destacados corredores, Kimmeto no disputó la victoria a su amigo, dejando llevarse la gloria (y el suculento premio) a quien le animó a convertirse en atleta y con ello abandonar la pobreza. Fue hace seis años, cuando Mutai se encontró a aquel desgarbado y anónimo muchacho exhibiendo zancada por los campos de Eldoret. Desde entonces una historia de crecimiento constante hasta la élite y el record del mundo, no exento de episodios oscuros, y es que en su ambición por ganar carreras cuanto antes Kimmeto llegó a falsear su edad para correr con atletas juniors, cuando competía con el nombre de Dennis Koech. Una entrada en la alta competición absurda, pues enseguida demostró estar sobradamente capacitado para pulverizar registros en categoría senior.

Kenya, tierra reina del fondo como Jamaica es paraíso de la velocidad. Kimmeto, pobre agricultor al que le crecieron alas en los pies para que su familia nunca volviera a pasar hambre.

Si la vida es movimiento, no hay mayor fuerza centrífuga que la del deporte, y es por esto que a este humilde blog de reflexiones, pensamientos e imágenes talladas en verbo no nos hemos resistido a traer la hazaña de Kimmeto, quien 25 siglos después de Filípides reescribe la historia zancada a zancada. Su entrada en las Puerta de Brandenburgo mientras el crono exhibía al mundo la estratosférica marca es ya parte de la historia de la humanidad. Esa misma puerta que asistió al nacimiento del monstruo del nazional-socialismo contempla hoy la conquista del mundo por parte de un mísero campesino africano, orgullo de todo un pueblo al que aún hoy día desde Europa miramos con la indiferencia de una sociedad que se siente superior.


La vida es movimiento y los héroes se renuevan. Loor y gloria a Dennis Kipruto Kimmeto. Que Píndaro de Tebas vuelva de sus cenizas para glosar su figura. Suenen las trompetas y los tambores de ébano. Serás inmortal, Kimmeto.  

domingo, 21 de septiembre de 2014

SOLSTICIO DE SAUDADE








Viene el Otoño a irrumpir en Domingo como metáfora de que no hay más verano que el Sábado.

Viene el Otoño a mancillar nuestras luces y vahídos.

Tocaron a su fin las noches de terciopelo, las caricias de Baco, y las bofetadas del Atlántico.

Viene el Otoño a recordar que la noche se cierne.

¡Toque de queda para la felicidad!

Su Majestad la Melancolía se abre paso por las calles angostas del alma. Suena la fanfarria de la desesperación.

Viene el Otoño a llenar de espanto las almenas de nuestros ojos.

Hoy estoy triste porque ayer fui feliz. Extraña matemática del desconsuelo.

Viene el Otoño como hombre en la guerra. Como el hambre. Como un manto de hastío.

El Otoño es la tilde diacrítica de nuestras vidas. El desgarro y la emoción desorientada.

Viene el Otoño para que las canciones de Teenage Fanclub cobren sentido.

Suma puntos el marcador de la pena y no hay venganza ni plato frío. Sólo cucharas de plata henchidas en el orgullo del hematocrito.

Viene el Otoño tirando la puerta.

Al final sólo era un problema de educación, no le enseñaron a pulsar el timbre.

Viene el Otoño con sonrisa afilada y los poetas se calzan los guantes de boxeo. El asalto de las taquicardias, el baile moribundo de las neuronas.

Viene el Otoño... ...pero de todo se sale.






viernes, 19 de septiembre de 2014

¡OS PRESENTO EL FUTURO!




“Tengo un problema, un problema sexual, un serio problema, problema sexual, soy una bicicleta” (Ilegales)     







A veces nos empeñamos tanto en estar a favor o en contra de las cosas que suceden a nuestro alrededor y en que todo sea un debate constante buscando cargarnos de razones que den validez a nuestros prejuicios que nos olvidamos de lo más importante: simplemente de vivir y de disfrutar lo que tenemos alrededor nuestro. Y ahí es donde surgen los genios, los cuales viven en un mundo aparte. Como José Luís Suárez Roca, que escribe como una idem e impregna los escritos de esa visión surrealista y de ese escarbar debajo del fondo de las cosas, porque eso es el surrealismo y eso es la poesía. Que una silla no sea una silla si no un trono y que la vida no sea vida si no arte. ¡Qué aburrimiento de vida cuando las sillas son sillas y no tronos! 

Y nos viene a recordar, ahora que Ponferrada se llena de centauros de barras metálicas volando sobre nuestras calles, que la bicicleta nos evoca a esa España que tanto nos gusta, quizás porque no la hemos vivido, cuando todo era modernista, vanguardista, ultraísta, modernista, simbolista, parnasianista, dadaísta y retrofuturista. Cuando los cafetines y los bares se llenaban de soñadores envueltos en humo parapetados sobre sus monóculos y hechizos. Cuando Huidobro nos traía las gallinas y Darío atizaba con fuegos de artificio. Cuando no comprábamos en Zara pero nos guiaba Tristan Tzara. El cisne de engañoso pelaje, y no el oso del Madroño, era el símbolo de la capital.

Y la bicicleta era el futuro.    

Yo que ando cojeando entre modernismos y romanticismo de celuloide rancio, siempre asocio la bicicleta a Butch Cassidy en la piel de Paul Newman. “Te presento el futuro”, le dice a Katharine Ross, a la que gentilmente invita a subirse al moderno artefacto. Bandidos y rufianes, pero también modernistas. Claro que aquel paseo ciclista mecido por las notas del “Raindrops keep fallin’ in my head” acaba en un soberbio costalazo que hace exclamar al díos fílmico de los ojos azules: “¡Quédate con tu futuro, asquerosa bicicleta!” 

Décadas más tarde llegarían los Kraftwerk para inventar, o eso dicen, el pop electrónico a base de odas ciclistas sobre el Tour de Francia. Al fin y al cabo no hubo tierra más modernista que la de Theopile Gautier.