lunes, 4 de agosto de 2014

MELODIAS PARA MATAR O MORIR DE RISA




El autor, junto a la aberrante criatura parida de su mente.



Hoy toca hablar otra vez del libro de un amigo, lo cual siempre es un placer. Algún día me gustaría decir eso de “yo he venido aquí a hablar de mi libro”, con voz tenebrosa y gutural y mirando al mundo desde mis gafas de culo de botella (así somos los miopes, siempre con la botella), pero ya tengo asumido que al mundo no le interesa mi talento, mi literatura en la que la excelencia y el excremento bailan al mismo son. Algún día, algún día, ah, perro mundo, tú y yo  ajustaremos cuentas. 

Mientras tanto seguimos disfrutando de los buenos ratos que nos hacen pasar tipos como el inefable Antonio Tejerina, Toño, Toñín, El Diablo Sobre Ruedas. Licenciado en filosofía, humorista, monologuista, guionista, y sobre todo, activista del rock&roll y gamberro impenitente que ha plasmado en un puñado de páginas toda su sana mala leche y su espíritu más crítico, irreverente e iconoclasta. “Melodías para matar o morir” es una novela de tintes negros y macabros (ese tipo de lectura que, no sé muy bien el motivo, siempre dicen que es muy recomendable para el verano, como si el recibir abundante sol en nuestras cabezas despertase nuestros instintos más tanáticos), pero cargada de abundante humor, paladas de humor negro, berciano, castizo y malasañero. Y es que Toño establece como base de operaciones de las chaladuras de su protagonista el barrio madrileño donde lleva años viviendo y bebiendo, tanto es así que incluso cualquier habitual de la noche malasañera (de los de los bares del rock, no de los pijos-modernos-hipsters-queahoravandegarageros) reconocerá algunos de los lugares y personajes identificados en esta despiporrante novela, así como el espíritu del llorado Pele, el sheriff de Malasaña e icono inconfundible del barrio sobre todo a la altura de la calle Velarde, sobrevolando por las 200 y pico páginas que se leen y devoran de un tirón de bolso de yonqui. 

Toño Tejerina, consumidor obsesivo de todo tipo de cultura, pero sobre todo de cultura basura y rock&roll, dispara un texto rabioso y adictivo, ágil, fresco, natural y de “serie B”. Como una deliciosa película psicotrónica en la que al monstruo se le ve la cremallera del disfraz. No hay trucos, ni artificiosidad, ni orfebrería lingüística. No es una novela con la que al autor ingresará en la RAE, pero si en la memoria popular y en la historia de Malasaña (previo paso por algún cotolengo al uso) Un libro necesario si crees en aquello que cantaba Tom Waits de “I don’t wanna grow up”. Una novela en la que se ejecutan a banqueros o se secuestran a hijas de “celebrities” analfabetas. La obra que Alex de La Iglesia hubiera escrito si en vez de una cámara de cine su arma escogida hubiera sido la pluma. Malasaña caníbal, fai un sol de carallo. Y es que este Diablo venido del Bierzo establece en el libro una conexión Madrid-Vigo con la que es fácil empatizar para cualquiera llegado del Noroeste, y le da a la obra un aire gallego de rayas y centollos que la hace todavía más disfrutable, como un disco de Siniestro Total.  

Pero no se equivoquen, éste no es sólo un libro gamberro y cargado de mala baba. En las “Melodías…” de Toño encontramos una novela en la que se percibe la ternura, más cercana a (sí, una vez más) la entrañable “Los millones” de Santiago Lorenzo que a un manual de terrorismo. En realidad un tratado romántico sobre los perdedores y para los perdedores. Los que poseen esa visión del mundo cultivada a base de palos sin perder el humor y las ganas de pelear. Esa visión que te hace estar en contra de lo establecido. Siempre del lado del proscrito, del rebelde, del paria del apátrida, del marginal, del marginado y del apestado. Siempre con los proscritos, que por eso nos traían regalos y pastelitos. Un libro que encajaría dentro de cualquier viejo eslogan punk, tan vueltos de moda de nuevo gracias a, ya saben, “la que está cayendo”. Pónganse un imperdible para leerlo.