lunes, 29 de julio de 2013

VIDAS DESCARRILADAS


No es la primera vez que la vieja parca, esa fiel compañera que nos espera al final de nuestros días, asoma en este blog invitándonos a reflexionar sobre nuestra propia condición humana, la cual se basa en que cada nueva jornada de vida es un día menos de la misma. La muerte, al fin y al cabo, sabe que tiene todo el tiempo a su favor. 

Asumimos nuestra condición mortal sabedores de que tenemos una fecha de caducidad desconocida y en ocasiones imprevista. Así, nos preparamos para una inevitable despedida final que esperamos llegue de mayores, muy gastados, en paz y plenos de amor. Ars Moriendi. En situaciones así podemos incluso comprender y aceptar que el manto negro finalmente ejerza de telón de la obra de nuestra vida. Desgraciadamente no siempre es así. De hecho se diría que casi nunca es así, y la obscenidad del poder de la muerte gusta de ofrecer exhibiciones tan brutales como la que pudimos contemplar la semana pasada en una ya por siempre maldita curva ferroviaria en Santiago de Compostela.   

Imposible no empatizar con el drama cuando de cuajo 79 vidas (y recemos porque el trágico contador no sume más cifras) se ven cercenadas con un simple golpe, por una pura cuestión física contra la que nuestra débil condición humana nada puede hacer. El estómago se nos encoje, y nuestras cabezas, no lo podemos evitar, por momentos se meten dentro de esos vagones y en el instante en el que más de 200 personas veían como sus vidas cambiaban para siempre o en el peor de los casos no había vida más allá de ese momento de terror, sin que por lo más remoto pudieran haber imaginado lo que se les veía encima. Uno se los imagina charlando en la cafetería, leyendo, escuchando música, o viendo alguna película… echando sus últimos ratos antes de llegar a sus destinos. Y reflexiona sobre la levedad de la vida y lo quebradizo de nuestra condición. Y sobre la suerte. Ese espejismo abstracto al que recurrimos en ocasiones como determinante de nuestra existencia. Tendemos a pensar en la buena suerte como ese hada madrina que llega en forma de combinación ganadora de una lotería primitiva. Y somos proclives a quejarnos del mal fario como bastón que nos apoye en autoconvencernos de que nos merecemos más, pero es la vida, que no nos deja. Y bien. ¿qué tipo de calificación debiera recibir la “suerte” de los pasajeros de ese tren, y de los familiares que ahora han de vivir con la perdida de sus seres queridos?, ¿con qué derecho podemos quejarnos de las nimiedades de la cotidianidad diaria después de asistir a una demostración de fuerza de la muerte como la de la pasada semana?  

Imposible no empatizar, como digo, pensando en lo que tuvo que vivir esa gente… y la empatía adquiere relevancia cuando dos días después sabes que una de las víctimas era alguien que tú conocías y con quien habías pasado algún que otro momento y charlado en varias ocasiones. Entonces ya no te lo puedes quitar de la cabeza.  

Efectivamente, hablo de Juan Antonio Palomino Alfaro, a quien desde luego no le tocaba irse de entre nosotros tan rápido, tan pronto, tan brusco.   

Yo conocía a Juan Antonio de una manera bastante tangencial. Ocurre con el dolor algo curioso, también nos incita al exhibicionismo, como si se tratase de una competición para ver quien es el más sentido y quien ofrece el homenaje más profundo. No es mi caso. Juan Antonio era un conocido, no llegaba al difícil término de amigo, por lo que no soy quien para tejer una emocionada despedida ni rendir un emotivo homenaje. Pero la noticia ha dolido. Ha amplificado el impacto del golpe. Conocía a Juan, principalmente, de la noche. Ese escenario confuso en el que los personajes vienen y van como en una obra coral y sólo unos pocos quedan como actores principales de tu vida. De modo que tanto Juan para mí como yo para él éramos respectivamente actores secundarios de nuestras propias vidas que compartimos alguna escena conjunta de las mismas. Escenas, como imaginarán, bastante desternillantes empapadas en alcohol y abrigadas por el calor de las noches que se convierten en mañanas cuando la compañía es buena y la conversación interesante. Juan había aparecido (o al menos así lo conocí yo) de alguna manera “apadrinado” en la escena por su compañero de correrías Rodolfo, mítico personaje cuya espigada imagen encarna como ninguna la figura del mod malasañero, insaciable ave nocturna en busca de la vida total. Con Juan compartí algún que otro “doblete”, práctica atlética que ya he decidido abandonar en vista del desgaste, ya no físico sino neuronal, que ha ido ocasionando en mi persona. Era entonces, en esas mañanas brumosas en las que tratábamos de exprimir la vida en su vertiente más hedonista, cuando surgían las tertulias sobre las canastas con inusitada fluidez verbosa.    


Juan Antonio era mod y madridista, dos pasiones que comparto, y que parecen encerrar por si mismas la suficiente fuerza intrínseca como si la biografía de una persona ya pudiera ser lo bastante rica en experiencias vitales sólo con tales asuntos. Pero lógicamente Juan encerraba mucho más, sólo que yo, como he explicado, lo que hubiera más allá no lo conocía. Dejo todo ello para sus familiares y sus amigos de verdad. A todos ellos mis más sinceros deseos de ánimo y fuerza. Sobre Juan, me cuesta creer en vidas futuras y eternas y todo ese material que nos venden las distintas religiones (tengo entendido que a él le sucedía igual), sea como fuere y allá donde esté el oblivion al que nos encaminamos, espero que suene música cojonuda y haya una buena pantalla para seguir viendo a los héroes de blanco. Ironías del destino, los mismos que jugaban su segundo partido de la pretemporada en tierras francesas en el momento en el que la muerte se daba un banquete en Santiago de Compostela y se lo llevaba.     



Homenaje gráfico a Juan Antonio realizado por el "twittero" @Gaoh1 

viernes, 26 de julio de 2013

SORPASSO DE MARTINI LISÉRGICO UN MEDIODÍA EN CASA CAMACHO


"Drink me" (Aaron Rutten)



Elegía de inodoro,
Batiburrillo de presencias con aroma a madrugada. 

No hay mal que cien años Durex,
Pero cuán agitado (que no mezclado) estaba mi pensamiento después de ingerir luciérnagas y defecar mariposas. 

Cirugía anímica de vómitos amedrentados,
Colegialas con aire de mascotas,
Coleccionistas de anacondas con los ojos arrancados… 

El paisaje dibujado por la ingesta del sol y sombra,
El retrato surgido de los pinceles del hambre,
La sinfonía compuesta bajo los acordes de la lisergia,
La escultura cincelada por los brazos de la locura.

¡Psicodelia para mamarrachos!

Así titulé mi primera obra
Escrita exactamente en 57 segundos
En el retrete de alcohólicos caballeros
Y sobre la joroba de un chimpancé avinagrado. 

Que días aquellos de jurar bandera bajo un kleenex reseco.
Bendita parsimonia, levedad del estío. 

Ya lo dijo Rimbaud: “¡Qué lleno de flores estaba el coño transgénico de Georgie Dann aquel verano!”


…y se quedó tan ancho.

lunes, 15 de julio de 2013

LA GRAN ESTAFA DE LA INCORRECCIÓN POLÍTICA



En boca cerrada...


Estamos rodeados. La plaga de estupidez y estulticia del siglo XXI no parece conocer límites. La sequedad intelectual expandiéndose en el cerebro del hombre cibernético, tecnológico e internauta como una mancha negra en el mar tras el hundimiento de un petrolero. En efecto, baste echar un vistazo, asomarse a las noticias para enterarse, como se suele decir, de “lo que pasa en el mundo”, para darse cuenta de que hay bocas que permanecerían mucho más lustrosas mostrándose como la de la hermana del protagonista del escalofriante episodio “It’s a good life” de “La dimensión desconocida”, esto es, selladas. Y lo peor son el arrojo y la valentía con las que el bocachancla de turno suelta sus barbaridades convencido de que sí, de que mola, de que es el más machote, el más guay, el más cool… el más políticamente incorrecto. El gran disfraz con el que se trata de camuflar lo que no viene a ser más que una profunda y preocupante incapacidad verbal, una hedionda falta de educación, y el hecho de tener un estercolero por boca. 

En España estamos sobrados de elementos de este tipo. El inefable Toni Cantó parece empeñado en quedarse con la exclusividad de la burricie. En su afán por parecer el más molón de la pandilla no sólo dispara contra animalistas, feministas, y todo aquello que pueda sonar a “progre”, si no que se intenta apuntar algún tanto de enterado de la “contracultura” y acaba haciendo el ridículo más espantoso tuiteando como actual la noticia del fallecimiento del gurú lisérgico Albert Hoffman, finado hace ya un lustro. Es lo que pasa cuando eres una momia y quieres ir de enrollado. A su altura sin duda se puede colocar el articulista y vomitador de opiniones Salvador Sostres, e incluso en el mundo de las letras encontramos algún ejemplo de este tipo, como las bravuconadas del chocho Sanchez Dragó (aunque a este le perdonamos, ya que aun siendo fantasmón, si es cierto que en muchos momentos fue una figura auténticamente reivindicativa de la contracultura en nuestro país)   



Toni Cantó, "on fire".


La mentira de la incorrección política, esa que comenzó de una manera más o menos inofensiva (llamar negros a los negros, por ejemplo), ha acabado por establecer una especie de barra libre para el despropósito. Ya puede usted soltar la mayor barbaridad imaginable, que con presentarse ante la sociedad bienpensante como una víctima de la fascista corrección política que trata de guiarnos por el camino del pensamiento único, habrá conseguido disculpar y disimular su zafia gañanería y encontrará un buen número de adeptos que aplaudirán su chusquero discurso al dicho de “he ahí un hombre que dice lo que piensa”. La creciente pujanza de lo políticamente incorrecto sirve también para desenmascarar los forofismos políticos del atroz bipartidismo que ha aupado hasta el éxito a la mayor caterva de ladrones y sinvergüenzas que jamás haya conocido este país. Según eso, que Alfonso Guerra llame “mariposón” a Rajoy no deja de ser una genial ocurrencia del lenguaraz ex –vicepresidente del gobierno, siempre dispuesto a animar el cotarro digan lo que digan los pusilánimes de turno. Bajo el mismo prisma el alcalde de Valladolid Francisco Javier León de La Riva hablando de los labios pornográficos de Leire Pajín no deja de ser un animoso cachondo cuya genialidad sólo puede ofender a los que no tienen sentido del humor, por mucho que esgriman que una persona de su rango debiera cuidarse de decir según que cosas. Esta dicotomía se puede aplicar a muchos otros ámbitos de nuestra sociedad. La chabacanería y la mala educación están presentes a diario en nuestra vida social y política. Los medios de comunicación y los programas de entretenimiento se han convertido en vastos vergeles para que indocumentados de diverso pelaje suelten por sus orificios bucales toda suerte de improperios y burradas cuanto más mayores más aplaudidas por sus acólitos y más garantes de que seguirán contando con ese trabajo “deluxe” que engorda sus cuentas corrientes simplemente por sentarse delante de una cámara de televisión a elevar la voz. El deporte, campo éste en principio destinado a fortalecer nobles valores, tampoco escapa de la gran estafa de la incorrección política, con personajes de una aplastante simpleza intelectual elevadas a la categoría de auténticos maestros del lenguaje por el único motivo de insultar a diestro y siniestro jaleados por sus “hooligans” ávidos de sus dosis de embrutecimiento diario. 

El último ejemplo de machote “echao palante” (vamos, el bocachancla de toda la vida) que ha llegado hasta nosotros nos viene desde Italia, con el vicepresidente del Senado Roberto Calderoli, quien formara parte del gobierno de Silvio Berlusconi (personaje que ejemplifica la zafiedad en si mismo y como un patán puede ser elevado a ídolo de masas por mor del triunfo de la incorrección política) y quien es miembro destacado del xenófobo y ultraderechista partido político Liga Norte, que ha comparado a la ministra de Integración del actual gobierno italiano, la doctora congoleña Cécile Kyenge,con un orangután. Llueve sobre mojado en el caso de esta mujer, ya que hace solamente un mes una consejera municipal de la misma coalición ultra utilizaba su cuenta de facebook para indignarse por el hecho de que la ministra no fuera violada (las redes sociales, otro estupendo campo para que los imbéciles de distinto pelaje campen a sus anchas, a ver quien la suelta más gorda), unido ello a que semanas antes un eurodiputado sin el menor asomo de vergüenza aseguraba que este blanco tan negro de las iras del racismo transalpino estaría mejor como criada que como ministra.   


En fin, varios ejemplos más de graciosos sin ninguna gracia, por mucho que los fanáticos de turno aplaudan estas “ocurrencias” que tanto molestan a quienes, simplemente por una cuestión de formas, pedimos que la mujer del Cesar no sólo ha de ser honesta sino parecerlo. Quizás es que en nuestra concepción de las cosas creemos que la educación y el respeto no deben estar reñidos con nada, incluso con el humor. Por eso desde este blog de las eyaculaciones verbales queremos desenmascarar la podredumbre intelectual que en realidad se esconde detrás de eso que llaman “incorrección política”, una débil excusa con la que disimular los malos modales y la falta de civismo. Echamos de menos aquellas tertulias televisivas en las que nadie elevaba el tono de voz ni las palabras de unos solapaban las de los otros. Recordamos con nostalgia cuando los artículos de opinión buscaban avivar el pensamiento y no la fácil polémica. Evocamos las buenas costumbres, esas que nuestros ancestros nos enseñaron, y seguimos pensando en una sociedad en la que servir y no servirse. Basta ya del engaño y la mentira de la incorrección política, que lejos de estar mal vista o perseguida, goza de mayor salud que nunca, o si no, piensen sinceramente… ¿qué tipo de sociedad permitiría que sujetos como Kilo Matamoros o Belén Esteban fueran figuras mediáticas, si no una políticamente incorrecta?    



La parada de los monstruos.


viernes, 12 de julio de 2013

RETRATO DE MENDIGO APOSTOLADO TRAS UN BANQUETE DE BARBITÚRICOS EN EL PORTAL DE BELÉN


"Retrato de locura" (Tete Alejandro)




Yo iba para santo y me quedé en escaparatista,
Por eso cada tarde a las Torcuato en punto
Invento una jerga nueva para las palomas a las que alimento
Y destrozo a martillazos las cabinas telefónicas buscando a Clark Kent

Dejé escapar la oportunidad de hacer negocio con el himen de las hienas
Y como un crisantemo preparado para el Apocalipsis
Busco rastros de carmín en las colillas de las cloacas
Allá donde vivo

Y que bueno y barato el perfume que se percibe tras la esquina
Y que firmes esos senos
Y que modales tan exquisitos los de esa señorita octogenaria
Y que culo tan prieto
Y que educado el dromedario que dispensa cigarrillos
Y que joroba tan henchida de amor    

Yo iba para santo y me quedé en escaparatista
De las caras de Bélmez que me sonríen cada mañana

Esta noche cenaré isobaras de pasión y plenilunios de tormenta


martes, 9 de julio de 2013

DEL ASESINATO COMO UNA DE LAS BELLAS ARTES

"I can't seem to face up to the facts
I'm tense and nervous and I
Can't relax
I can't sleep 'cause my bed's on fire
Don't touch me I'm a real live wire"
("Psycho Killer" Talking Heads)


James Purefoy/Joe Carroll, el rostro del miedo.


Entre 1827 y 1829 el genial opiómano inglés Thomas De Quincey escandalizaba a la sociedad de su época asomándose en la publicación Blakwood’s Magazine con dos artículos en los que cargado de fina ironía advertía del potencial artístico del asesinato. Dos siglos después y viendo la fascinación que produce en nuestra cultura la figura del psicópata y que el poder icónico de Ed Gein o Charles Manson se cuela en la misma imaginería colectiva que los de Elvis Presley o The Beatles, hay que reconocer que como en tantas otras cosas, De Quincey, al igual que otros literatos “malditos”, fue un adelantado a su tiempo. 

He seguido con enorme gozo los quince episodios que han compuesto la primera temporada de la serie norteamericana del canal CTV The Following. Un espacio que en la época de De Quincey hubiera sido tan controvertido y escandaloso como su ensayo sobre la estética homicida, y hoy no pasa de ser un mero producto de entretenimiento, pero que para quien esto escribe resulta tan fascinante que creo que merece un puñado de líneas. 

Hablamos de una serie perversa, morbosa, sádica, insana y enfermiza. Si este tipo de calificativos le producen al lector repelús, huya de este programa como un ministro del PP de los periodistas. Si al contrario, como le sucede a este humilde eyaculador de palabras, siente usted un gratificante cosquilleo al tratar estos asuntos, encontrará en la serie un auténtico filón de buenos momentos. Algo así como el perfecto tratado televisivo sobre los asesinos en serie. Esta obra de ficción parte de una base realmente aterradora, la de que cualquiera de nosotros puede ser un psicópata en potencia. Sobre todo si se activan ciertos “resortes” de nuestra personalidad manipulados por mentes como la del magnífico villano Joe Carroll, sobre el cual el actor James Purefoy moldea una composición del personaje absolutamente arrebatadora, tanto es así que se convierte en la gran baza de The Following. Un villano de antología. Purefoy es un refinado y exquisito intérprete británico proveniente de la prodigiosa cantera de la Royal Shakespeare Company (a la que perteneció, entre otros y otras nuestra querida Diana Rigg, la inolvidable Emma Peel de Los Vengadores y a quienes las generaciones más jóvenes pueden conocer por su papel de Lady Olenna Redwine en Juego De Tronos) Disfruten de su trabajo en versión original. Recréense con su vocalización perfecta y su dicción incontestable. Paladeen cada vez que este villano entra en escena porque cada segundo suyo en pantalla es memorable. Purefoy construye un psicópata creíble sin necesidad de caer en el histrión. Sólo con su mirada y la sensación de posesión de un egocentrismo insaciable el actor inglés logra crear uno de los mejores psycho killers de la ficción de todos los tiempos. Frente a él da la talla (¡y de qué manera!) un Kevin Bacon al que los años parecen sentarle muy bien y se ha convertido en todo un FILF (lo que sería el equivalente masculino a las MILFs) Quien fuera rostro habitual en muchas comedias juveniles estadounidenses en las décadas de los 70 y 80 interpreta al hierático agente del FBI Ryan Hardy, némesis de Carroll, en una interpretación contenida pero plagada de fuerza. A través de los vidriosos ojos azules de Hardy contemplamos un alma en constante lucha por no caer en el quebranto al que incita la mente maestra de Joe Carroll y su retorcido plan de muerte y venganza. Purefoy y Bacon mantienen un pulso actoral memorable, dos titanes en pleno estado de forma. 

El enfrentamiento entre el recto Hardy y el malvado Carroll constituye el eje central de la trama, simplificando ambos protagonistas las fuerzas del “bien” y el “mal” respectivamente. Una confrontación en la que las segundas parecen resultar triunfadoras, ya no sólo por el desconcertante final de la temporada (que no vamos a desvelar) si no por la capacidad de Carroll para conseguir aliados entre quienes debieran ser sus enemigos. “Nos hace sentir vivos”, “por fin nuestras vidas adquieren sentido”, son los mantras esgrimidos por los seguidores de este mesías del crimen, los cuales vienen a significar una dolorosa realidad: sus vidas, anteriormente, eran un ejercicio de vacuidad. En eso se basa la existencia de las sectas y su captación de miembros. La fragilidad emocional de aquellos que se ven perdidos y necesitados de alguien que les marque el rumbo. Y en ese sentido tanto puede valer una estrella del fútbol o del rock como un mártir religioso o un serial killer… claro que en el último caso las consecuencias pueden ser, evidentemente, funestas. El escalofrío que produce The Killing adquiere fuerza en la evidencia de que en un mundo globalizado y conectado entre todas sus neuronas las 24 horas del día la figura del psicópata, del monstruo, tiene más posibilidades que nunca de alzar la voz y ser escuchado (y lo que es peor, seguido) Ya no se trata de un Adolf Hitler que se dirija a una nación haciendo un llamamiento al genocidio. Joe Carroll, profesor de literatura y novelista fracasado con una patología psicópata que le obliga a matar compulsivamente es capaz de reclutar un pequeño ejército simplemente con la ayuda de ese instrumento que ha venido a cambiar nuestras vidas: internet. Anodinos oficinistas, aburridas amas de casa, rutinarios funcionarios, o jóvenes estudiantes en busca de emociones fuertes. Cualquiera puede sentirse atraído hacia el lado oscuro de nuestras mentes y desear abrir los habitáculos más retorcidos de nuestros pensamientos. Este es básicamente el planteamiento de The Following, que deja para la posteridad catódica algunos de los momentos más sádicos de la historia de la televisión reciente (el niño secuestrado y aleccionado para el asesinato a raíz de primero enseñarle el placer de matar pequeños animales mientras sonríe a una cámara para que su madre sea testigo, o el acólito de Carroll que tras fracasar en una misión se entrega cuchillo en mano a su líder para que obre con el sacrificio de su vida, por citar dos de los más brillantes)


Y esto es la ficción, pensarán algunos. Pero créanme que la realidad puede llegar a ser mucho más aterradora que cualquier episodio de The Following. En Estados Unidos cada hora se producen tres muertes por arma de fuego (y hablamos únicamente de armas de ese tipo), siendo el país que domina de manera absoluta el ranking de asesinos en serie (más del 70% de los casos) La fascinación que producen estos personajes es notoria. Charles Manson (quien recordemos, no llegó a asesinar a nadie con sus propias manos pero ejerció de instigador de los crímenes de Cielo Drive) cuenta con numerosos clubes de fans alrededor de todo el globo. El satánico hippie es posiblemente el caso más reconocido de atracción por la figura maligna dentro de la cultura occidental. Pero en la culta y educada Europa tampoco nos quedamos atrás. Ahí está el caso del noruego Anders Breivik, el psicópata xenófobo de extrema derecha autor del asesinato de 77 personas en 2011, quien mantiene un activo contacto epistolar con su legión de fans, o nuestro sangrante caso de Miguel Carcaño, asesino confeso de la joven Marta del Castillo, quien también tiene su club de admiradores, en especial admiradoras, jovencitas increíblemente atraídas por la fascinación malvada que despierta en ellas el precoz criminal. Y es que la realidad siempre supera a la ficción. De Quincey hubiera necesitado toneladas de opio para haberlo podido asimilar.