viernes, 26 de abril de 2013

CUARENTA AÑOS


Hay un poema de Arhtur Rimbaud que figura como uno de mis favoritos en la particular colección de recuerdos literarios que tengo escogidos para acompañarme mientras sucede la cosa esta de la vida. Pertenece a la obra “Iluminaciones”, quizás no tan celebrada como la mítica “Una temporada en el infierno”, pero igual de rotunda en mi opinión en cuanto a fuerza simbólica e imaginería de un quebranto tan melancólico como surrealista. El poema, titulado “Veinte años”, traducido a nuestra lengua, viene a decir algo así como: 


“Las voces instructivas exiliadas…
la ingenuidad física amargamente sosegada…
¡Ah!, el egoísmo infinito de la adolescencia, el optimismo estudioso:
¡qué lleno de flores estaba aquel verano el mundo!
Las canciones y las formas agonizando…
¡Un coro, para calmar la impotencia y la ausencia!
Un coro de cristales, de melodías nocturnas…
En efecto, pronto han de zozobrar los nervios.” 


Como todo el mundo debería saber ya a estas alturas, el mayor “enfant terrible” que han dado nunca las letras francesas decidió retirarse de la militancia poética una vez alcanzada esa veintena de años, precisamente después de parir estas poderosas “Iluminaciones” y para convertirse en una especie de hombre de acción entregado a las armas. El caso es que dentro de dos días yo diré eso de “hace veinte años que tenía veinte años”, y no sé que sentido podría darle a esta cantidad de primaveras cumplidas alguien como Rimbaud, ya que nunca alcanzó ese umbral (falleció al poco de cumplir 37) De modo que perdido y sin poetas simbolistas a los que aferrarme veo pasar los años con cara de tonto y sin descubrir todavía el sentido de todo esto. Parafraseando a otro poeta, en este caso del siglo XX y de nuestro gaditano Puerto de Santa María, se podría decir que a cada día que pasa, yo, que soy muy tonto, veo cosas que me hacen dos tontos (imagino que saben de que poeta hablo, y si no, así les dejo un poco de entretenimiento para esta tarde tratando de descubrirlo) 

Volviendo a mi querido poema de Rimbaud, conservo una vieja edición de “Iluminaciones” comprada de segunda mano de la cual ahora desgraciadamente no recuerdo editorial ni traductor, pero que difiere ligeramente en su traducción del poema “Veinte años”, finalizando dicha iluminación con un “En efecto, los nervios están a punto de zarpar”. En el original francés Rimbaud utiliza el verbo “chasser” (cazar, expulsar, despedir, desechar…), por lo que personalmente prefiero la interpretación de que los nervios a los que alude el poeta están próximos a partir, sin necesidad de que eso signifique su zozobra. De hecho, a punto de cumplir los cuarenta años, sigo teniendo esa sensación expectante. Siento una vez más que mis nervios están a punto de zarpar… lo único que espero es que el mundo siga estando lleno de flores en verano.    


Nunca es tarde para ser un Bad Boy    


martes, 23 de abril de 2013

ZOMBIS MUY TRAMPOSOS


La épica del western trasladada al universo zombi.



Que el fenómeno “zombi” está de moda es algo constatable con sólo echar un vistazo a las carteleras cinematográficas o a las parrillas de la programación televisiva. Uno de los grandes responsables de este “boom” es sin duda el espacio “Walking Dead”, que recientemente ha terminado su tercera temporada manteniendo (y subiendo) unos muy considerables índices de audiencia. Son ya casi tres años los que llevamos los telespectadores de todo el globo acompañando las desventuras de la familia (o lo que va quedando de ella) Grimes en medio de una marabunta de muertos vivientes con mucha hambre, y sobre todo de unos vivos capaces de hacer lo que sea con tal de sobrevivir.

La teleserie de AMC como todo el mundo sabrá está basada en un comic homónimo de la muy recomendable editorial Image Comics que comenzó a publicarse allá por octubre de 2003. Hablamos de una colección de más de cien números y casi diez años en el mercado. Toda una saga. Una impresionante saga sobre la supervivencia y la condición humana cuando todas sus convenciones se vienen abajo y la sociedad como tal, sencillamente no existe. Los muertos vivientes son un pretexto para mostrarnos unos vivos en cierta manera también muertos. La única consigna es sobrevivir, por ello aspectos como la moral o la ética se ven de repente retorcidos en base a la necesidad de los protagonistas. Aparte de los viejos dilemas morales de todo drama épico (dejar a un compañero moribundo en la estacada, “sacrificar” a un ser querido para que no sufra, etc), los personajes de “Walking Dead” se enfrentan a cuestiones que jamás se hubieran podido imaginar que llegarían a plantearse antes de que, como cantaba Brenda Lee, “their whole world is falling down”, tales como improvisar repentinos “consejos de guerra” donde debatir nada menos que si asesinar a sangre fría a un prisionero, llenar de plomo a un viejo amigo que tuvo la feliz ocurrencia de tirarse a tu señora pensando que eras fiambre, o dejar a un redneck con malas pulgas encadenado en una terraza a pesar de que los zombis acechan el edificio.  

Creo que precisamente ahí reside la peculiar grandeza de la epopeya ideada por un Robert Kirkman quien ya se ha asegurado un lugar en el panteón de los grandes creadores del comic. Los lectores o telespectadores de “Walking Dead” no tardan en darse cuenta de que el auténtico terror de la obra no reside en vivir rodeados de zombies caminantes y mordedores, si no en haber dejado atrás todo rasgo de civilización y de humanidad para sobrevivir. Dicho de otro modo, en “Walking Dead” el miedo no lo producen los zombis… si no los vivos. 

Todo esto (y sobre todo, no nos engañemos, que es difícil seguir manteniendo la tensión y el mejor nivel tras tres temporadas y 35 episodios… no les digo nada sobre los que seguimos el comic, que nos hemos despachado algún número con menos sustancia que una charla con Mario Vaquerizo) ha llevado a un actual desencanto sobre la saga que desde luego no comparto. Parece que hay cierta moda en criticar las andanzas de Rick Grimes, a las que se acusa de asemejar una especie de “La casa de la pradera” en la que ocasionalmente aparece algún zombie con la mandíbula más desencajada que un bacaladero de doblete para meter un pequeño susto. Creo que no es justo e insisto en que no hay que juzgar la creación de Kirkman dentro de los parámetros en los que se instala la imaginería clásica del zombi a la manera desarrollada por el maestro George A. Romero hace ya nada menos que 45 años (hay que ver como pasa el tiempo, caramba) La plaga zombi de “Walking Dead” es un pretexto, una especie de pútrido “McGuffin” para enfrentar a un puñado de seres humanos frente a un futuro (o presente en este caso) distópico en el que las más elementales reglas de convivencia y las más sencillas normas sociales ya no tienen ningún sentido y el hombre, más que nunca, es ese temible lobo para sí mismo que anunciaba Thomas Hobbes allá por el siglo XVII. Los zombis son una excusa como podrían serlo la escasez de agua, de alimentos, o de recursos naturales (cosas estas nada descartables de cara al futuro global de la humanidad)   


Una saga que parece no tener fin. 


De ahí que sintonicé mis antenas una vez que escuché hablar de otra producción, en este caso británica, inspirada en el fenómeno zombi llamada “In the flesh”, anunciada por muchos de fans del terror como una serie que era capaz de reconciliarles con el sub-genero de los muertos vivientes. Había que verla. La cosa podía prometer, teniendo en cuenta el buen momento de la ficción inglesa, y que incluso cuando ha tocado el tema zombi nos ha dejado alguna joya como la memorable comedia de terror como la memorable “Shaun of the dead” (Edgar Wright, 2004) Además los productores tenían la feliz idea de considerarla como una miniserie de tan sólo tres episodios. Todo un acierto en vista de cómo algunos trabajos televisivos se alargaban de manera innecesaria simplemente por exprimir algunas gallinas catódicas de huevos de oro. De modo que me dispuse a ver “In the flesh” expectante por lo que para algunos era “the next big thing” de la parafernalia zombi… y cual fue mi sorpresa cuando me encuentro con una especie de drama con aires casi “kenloachianos” envuelto en un costumbrismo rural inglés donde los zombis, al igual que en “Walking Dead”, vuelven a ser un pretexto para desarrollar una historia sobre la integración, la amistad, la homosexualidad y una complicada relación paterno-filial. 

De modo que tanto “Walking Dead” como “In the flesh” se apartan totalmente de las coordenadas clásicas del zombie cinematográfico de las pasadas cuatro décadas (antes de Romero hay que recordar que el muerto viviente apenas había sido tratado en el cine, y las pocas excepciones incidían en el mito del vudú caribeño, como en el caso de la obra maestra “I walked with a zombie” (Jacques Tourneur, 1943) y utilizan esta figura como simples pretextos para acometer temas tan universales como la supervivencia en el caso de las desventuras de Rick Grimes, o el crecer y desarrollarse como individuo en un ambiente hostil en el caso de la producción británica. En ambos casos hablamos por tanto de unos zombis muy tramposos, por mucho que sólo sea “Walking Dead” la serie maltratada por parte de la afición.  

"In the flesh". ¿Buscando el "Brokeback mountain" zombi?


Y no cesa el nuevo “boom” del universo zombi, con la francesa “Les Revenants”, que parece ser otra vuelta de tuerca tan alejada al menos como las dos propuestas aquí tratadas. Aún no la he catado, pero dada mi adicción no tardará demasiado en ser engullida por este eyaculador de palabras y consumidor de imágenes. Y mientras esperamos a ver si en España alguien se anima a intentar su propia aproximación actual al tema, siempre podemos disfrutar de los zombis templarios de nuestra más famosa tetralogía del cine de terror patrio parida por el gallego Amando de Ossorio (“La noche del terror ciego”, “El ataque de los muertos sin ojos”, “El buque maldito” y “La noche de las gaviotas”), y si quieren darse un gusto bizarro de verdad, pónganse con la co-producción hispano-italiana “La invasión de los zombis atómicos” (Umberto Lenzi, 1980), con impagables secuencias rodadas en el parque de atracciones de Madrid entre otros escenarios. Cuenta la leyenda que en España se estrenó el 23F en pleno golpe de estado de Tejero, y que al cine sólo acudieron el productor y su esposa. Curioso. Aquel día en España unos personajes mucho más terroríficos que cualquier criatura cinematográfica también parecían empeñados en resucitar algunos muertos de nuestro más reciente y negro pasado.  

miércoles, 17 de abril de 2013

PSICOSIS... NO PLANCHAS...



Un miedo que te cagas



Comencemos con un poco de escatología. Se trata de cagar, amigos. Todo empieza en el cagar. En el principio no fue el verbo, fue la caca. Sé que es algo que no resulta muy literario y que la sola palabra "cagar" nos remite a sensaciones no demasiado agradables. Pero permítanme esta licencia "feísta" o "naturalista", y es que a mí me encanta cagar. Si hubiera unas olimpiadas sobre la defecación creo que podría aspirar a la medalla de oro. Cago todos los días, y a distintas horas, y cada cagada me produce un placer distinto. 

Para un experto cagador como yo, el propio placer excretor va parejo a otros placeres adláteres. Probablemente el mejor de todos ellos y que posiblemente muchos de ustedes compartan conmigo es el de la lectura. Leer cagando. Cagar leyendo. Una maravilla.   

Era el pasado viernes. Después de comer precipitadamente en la oficina y tomar un chocolate con porras, sentí ese inevitable apretón que significa la salvaje llamada del retrete. El atroz aullido del estómago suplicándome libertad. Había que concedérsela. Era un día un poco ajetreado para mí, por lo que pronto reparé que con las prisas no me había llevado nada de lectura al trabajo. Una pequeña tragedia en otras circunstancias, pero esta vez estaba preparado. Desde hace un tiempo he ido reuniendo en los cajones del escritorio de mi puesto de trabajo un buen número de libros de todo tipo y pelaje adquiridos en una librería de segunda mano de la que ya les he hablado en una ocasión muy cercana a las oficinas donde entrego ocho horas de mi tiempo diariamente. Algunos los voy leyendo cuando puedo, pero una gran mayoría los conservo para cuando realmente tenga tiempo, periodos vacacionales, o para cuando llegue el feliz día de mi jubilación y pueda dedicarme a pasar los días criando aves de corral y entregado a la lectura sin necesidad de mirar el reloj. De modo que para esta emergencia tenía salida. Abrí uno de los cajones y cogí el primer libro que alcancé a ver. Estaba salvado. Corrí ufano hacía el servicio sabedor de que mi dichosa cagada iría acompañada de esa suave, dulce y tranquilizadora sensación de relax y placer que produce siempre la lectura. Me introduje en una de las cabinas. Bajé mis pantalones y posteriormente mis calzoncillos. Flexioné mi cuerpo para sentar mis desnudas nalgas sobre la taza del retrete y sentir sobre ellas el frío beso del mármol. A la par que mi vientre comenzaba su trabajo, mi cerebro se disponía a hacer el suyo. Abrí el libro. Leí. Leí con estos ojillos míos a lo Mahmud Ahmadineyad que Dios me ha dado:

"Norman Bates oyó el ruido y se sobresaltó". 

Supongo que con tan sólo esta primera frase que abría la novela ya todos ustedes saben de la obra de la cual estamos hablando. "Psicosis" ("Psycho", Robert Bloch, 1959), y sin embargo, y como era mi caso, seguro que muchos no han leído este texto. Leí esa primera frase... y todo lo demás vino después.

En dos días me ventilé la novela, una de las más rápidas en ser devorada por mí en los últimos tiempos. Bastó un viaje de ida y vuelta en tren y por supuesto, tres o cuatro jugosas cagadas más para dar buena cuenta de este pequeño clásico (uno de esas cagadas inclusive dentro del tren) Un relato ágil sobre la locura y el horror, pero también una novela de evidentes aires negros. Ya saben, un atraco, carreteras secundarias, rudos detectives con sombreros Stetson y mucho polvo y sudor. Creo que esa mezcla entre terror y género negro es el mayor acierto de la historia de Bloch, y lo que más fascinó al alegre gordinflas de Hitch para llevarlo a la gran pantalla.  

Lo que me ha llamado la atención y me ha llevado a escribir esta entrada en mi eyaculativo blog es el hecho de que una vez leída la primera frase de la novela ya sabía exactamente que iba a suceder y como iba a acabar, ya que convendrán conmigo en que estamos hablando de una de las historias, o uno de los “cuentos” más interiorizados por todos nosotros sin necesidad de haber leído el libro. Incluso a estas alturas aún sin haber visto la película estoy seguro de que mucha gente conoce la historia del lunático travestido Norman Bates. Es lo que sucede con algunas obras, que trascienden más allá incluso de quien haya sido su público y se instalan de manera definitiva en el colectivo popular. Desgraciadamente no tenemos la manera de poder extirpar del cerebro de manera temporal ciertos conocimientos y recuerdos para enfrentarnos de la manera más inocente y virginal posible a ciertas obras. No cabe duda de que eso las haría mucho más placenteras.

Y aún así pude disfrutar de una lectura viva y subyugante. Me atrapó aún a pesar de conocer cada paso que iba dando la trama. Por otro lado al tratarse de lo que cinematográficamente es considerada una obra maestra tan rotunda, como fue la adaptación que Alfred Hitchcok llevó a los cines un año más tarde, no tenemos que aguantar la pedantería recurrente de “está mejor el libro”. Los que me conocen ya saben lo que opino al respecto. Hablamos de lenguajes diferentes los cuales es absurdo comparar, y de hecho sigo pensando que el cine es el arte más completo y poderoso que hasta la fecha ha conocido la humanidad. Incluso deberíamos admitir que son muchísimas más las grandes obras cinematográficas capaces de ser engendradas a partir de libros no demasiado brillantes, que las obras maestras literarias cuya adaptación a la pantalla han resultado un fiasco. La lista sería inmensa y nos ocuparía páginas y más páginas. Simplemente sin dejar de centrarnos en la carrera detrás de las cámaras del genial cineasta londinense encontraríamos decenas de ejemplos. Desde su primer largometraje completo, “El jardín de la alegría”, basado en una novela de Oliver Sandys, hasta su despedida con “La trama”, basada en el libro de Victor Canning “The Rainbird Pattern”, Hitchcok buscó constantemente en las novelas, obras de teatro, y demás géneros literarios, las mejores tramas posibles para ser llevadas a la pantalla con su genio visual y su talento técnico. Poco importa, seguiremos escuchando una y otra vez ese ridículo mantra de “está mejor el libro” cada vez que un texto es llevado al cine, con el que el locutor de la frase intenta dejar clara su superioridad intelectual haciéndonos saber que es un bicho raro y un freak orgulloso simplemente porque lee, ya que es sabido que en este país se lee poco y mal. Lo cual es muy cierto. Y enlazando con el escatológico comienzo de nuestra entrada, se me ocurre pensar que si en este país se lee poco y mal es porque se caga poco y peor. Caguen ustedes a gusto. Disfruten soltando amarras. Regocíjense dándole gusto a su vientre… y lean, lean cada vez que sientan la necesidad de aligerar sus burguesas tripas sentados sobre la taza del water, esa fiel compañera. Tengan en cuenta que son dos de las pocas cosas que, procurándonos un indescriptible placer, podemos hacer al mismo tempo: leer y cagar. Porque por lo demás, y recordando el viejo juego de palabras, psicosis… no planchas.   





El doble placer, en servicio de Darth Water


miércoles, 10 de abril de 2013

EL HOMBRE QUE SE HACÍA PREGUNTAS


“Nos educan para ser productores y consumidores, no para pensar” (José Luis Sampedro, Junio de 2012)

No quisiera convertir este rincón de eyaculación verbal (lo de “literaria” queda como muy presuntuoso) en una especie de tablón de necrológicas, pero uno de los motivos de mantener un blog (en este caso, además de tratar de tener “ordenados” mis distintos escritos, excepto los de baloncesto, los cuales ya disponen de hogar propio) es también el tener presente la actualidad que nos rodea, por mucho que en ocasiones no nos resulte especialmente propicia o agradable. 

Si hace dos días conocíamos la noticia de la desaparición de Margaret Thatcher, ayer mismo sabíamos de la perdida de José Luis Sampedro, producida el domingo, pero mantenida en silencio por su viuda y allegados cumpliendo las últimas voluntades del finado de irse en la más absoluta intimidad. Un “ars moriendi” para un hombre que nunca buscó la fama, ni la celebridad, ni su discurso resultó atronador sino templado y moderado. Si no hay más que echar un vistazo a Europa para darnos cuenta de que por desgracia el thatcherismo ha triunfado imponiendo su política neoliberal en lo económico y ultraconservadora en lo social, desafortunadamente el discurso del gigante Sampedro, no nos engañemos, apenas interesa.  


Sampedro en Olavide, eyaculando emociones.


Es cierto que la noticia ha ocupado páginas y minutos en los medios, es verdad que se le llora y se recuerdan sus certeros análisis sobre la situación actual. Hablamos de una figura gigantesca en lo intelectual, un pensador y reflexivo sobre la condición humana continuador en cierta manera de los Baroja o Unamuno. Reconocimientos en vida no le han faltado (miembro de nuestra Real Academia desde 1990, Orden de las Letras y las Artes de España en 2010, o Premio Nacional de las Letras Españolas en 2011, por citar los más relevantes), y su posicionamiento frente a la actual e indigna crisis económica y moral que padecemos (gracias, entre otras, a figuras como la citada Margaret Thatcher) prologando el texto de Stephane Hessel “Indignaos” y apoyando sin ambages el movimiento del 15M le convirtieron en referente de actualidad para los jóvenes que comenzaban a buscar respuestas (“gracias por iluminar la vida de un viejo”, les llegó a decir en un emotivo encuentro en la madrileña Plaza de Olavide) Podríamos convenir de todo ello que Sampedro era por tanto un personaje mediático e influyente en esa “opinión pública” tan maleable y sobre la que tanto se dedicó a alertar, y sin embargo creo que hay motivos para pensar que nada más lejos de la realidad. 

Por un lado hablamos de un intelectual, un escritor, lo cual ya de por si le predispone a ser blanco predilecto de cierto tipo de españolidad detestable de la cual ya hablamos en nuestra entrada “La intelectualidad traicionera” recordando la vasta carrera de desagravios que en este país ha sufrido la cultura. Lógicamente a esos sectores ya los doy por perdidos. Bastante tienen con ser borregos detrás de una zanahoria que no les haga utilizar su cerebro más que para escudriñar si el salto al agua de Falete merece un 10 del jurado. Por otro su implicación con el denostado 15M. Movimiento al que le han dado por todos los lados y desde distintos rincones. Da igual centro que derecha que izquierda. Con el 15M vale todo, hasta decir que es ETA. Sampedro, como uno de los grandes referentes visibles de la escena, representaba perfectamente esa condición de “blando” de la que tanto se acusa al movimiento que se echó a las calles hace casi dos años cargado de propuestas y buenas intenciones ante el desconcierto de políticos y medio de comunicación, quienes empeñados en vivir de espaldas a la realidad fueron incapaces de comprender que era lo que empujaba al ciudadano a expresar su descontento de manera pública y visible con su propia voz debido a que nadie ponía altavoces a su servicio. Tanto tiempo viviendo en torres de cristal, tantas estúpidas tertulias de traje y corbata hablando sobre Zapatero, Rajoy o Rubalcaba, dejó al desnudo a una gran parte de la profesión periodística de este país. Sencillamente, no sabían lo que estaba pasando. ¿Puede haber peor escenario para un periodista que el de no conocer la realidad de sus conciudadanos? Sampedro era un hombre de discurso apacible, sosegado, no caía jamás en el exabrupto, cosa que hoy día tampoco reporta grandes beneficios. A pesar de que de su boca jamás salió improperio alguno, no pudo evitar ser víctima de uno de esos fakes tan de moda hoy día en el lodazal que es internet, ese campo sin puertas donde los cobardes cabalgan impunes gracias al anonimato. Nos referimos a aquello de “querido señor presidente, es usted un hijo de puta”. Cualquiera que fuese mínimamente conocedor de la figura de Sampedro sabría de inmediato que ni por lo más remoto el escritor barcelonés sería capaz de caer tan bajo. Poco importó. El reunir términos como “presidente” e “hijo de puta” y ponerle debajo la falsa firma de un personaje relevante de nuestra cultura era algo demasiado goloso. Aquello corrió como la pólvora al igual que tantos otros textos similares vacíos de propuestas y cargados de ira. No era el caso de Sampedro, quien si algo ofrecía era propuestas, alternativas, soluciones, o al menos el deseo vital de intentarlo. Y por supuesto, todo ello dentro de un llamamiento a la siempre incómoda revolución interior, al combate personal por desarrollarse como mejor ser humano.     

Decía otro pensador colosal como Ernesto Sábato (doctor en física) que en las matemáticas, en los números, era capaz de encontrar el orden apolíneo y el cosmos que la dionisiaca literatura le negaba. Se diría que Sampedro hizo el camino a la inversa. Brillante economista en la primavera de sus días, su carrera literaria se hizo más poderosa con el paso de los años, a la par que su desencanto con las ciencias económicas descaradamente puestas al servicio de los poderosos. La definición más común para la figura del desaparecido literato es una palabra muy querida para mí: “humanista”. Y en efecto, nada más enriquecedor puede haber que el humanismo. El situar al ser humano como centro de todas las cosas y luchar por dignificarlo y respetarlo en su relación con el entorno que le rodea. El humanista, al contrario que el individualista, parte de la exaltación y vivencia de su propio e intransferible yo para enriquecerse con la convivencia de los demás. El humanista, por tanto, como el existencialista, es un ser condenado al sufrimiento en cuanto se ve conocedor de todos los males que le rodean. El poeta metafísico John Donne escribió en el siglo XVII (y posteriormente lo recuperó “Papá” Hemingway a mediados del XX) aquello de que la muerte de cualquier hombre le disminuía, porque estaba ligado a la humanidad. El ser humano no puede concebirse indiferente a la humanidad en la que se engloba como miembro de la única especie conocida dotada de raciocinio. Por eso el humanista sabe que mientras haya hambre y pobreza en el mundo, por muy bien que le vayan las cosas como individuo, será parte de una humanidad enferma, es decir, él mismo será un ser humano enfermo, al ser incapaz de resolver algo tan básico como la carestía alimenticia en un mundo en el que se arrojan a diario toneladas de comida a la basura. El individualista, por su lado, vive feliz y convencido de que la única humanidad que importa es la que empieza y termina en si mismo. No hay afección ni empatía por el entorno, al contrario, el entorno ha de estar a su servicio y provecho. 

En definitiva la enseñanza que nos deja Sampedro es la del existencialismo más elemental. Esa que se basa en la pregunta “¿quién soy?” y no en la cuestión “¿cuánto poseo?” (o “¿cuánto soy”), mal endémico en nuestra sociedad y sobre el cual se hartó de advertirnos. Esperemos que su lucha memorable por desarrollarse, primero como propio ser humano, y después como integrante de un colectivo, no haya caído en saco roto. Descanse en paz, maestro.  

lunes, 8 de abril de 2013

MARGARET ON THE GUILLOTINE


Revueltas por el thatcheriano impuesto "poll tax". Trafalgar Square, 1990.



Nos ha dejado Margaret Thatcher. La dama de hierro en el país de los Iron Maiden, quien con implacable mano férrea dirigió los designios de la Gran Bretaña durante la década de los ochenta. El equivalente femenino a Ronald Reagan. Una cowboy de corpiño y camisón. Dicen que padecía en los últimos tiempos de una considerable demencia. Quizás por ello no habrá podido disfrutar del momento actual en el que vivimos, la hecatombe global neoliberal de la que ella fue una de sus grandes avanzadas y de la que debiera sentirse orgullosa, viendo como los discípulos del infame Milton Friedman han conseguido imponer sus doctrinas, con la protección de las grandes fortunas y el empobrecimiento cada vez mayor de una clase media con tendencia a la extinción. O quizás, quien sabe, precisamente su demencia fuese provocada por un solo instante de lucidez en el que reconociese todos sus atropellos y tropelías con el poder en la mano.  

Desempleo (heredado del laborista James Callaghan, pero al que no supo o no quiso darle solución… lejos de ello, la tasa de paro aumentó durante prácticamente todo su mandato), tensiones raciales (con su epicentro en Bristol), manifestaciones, revueltas callejeras, el “poll tax”, recortes sociales, la Guerra de Las Malvinas y su propagandismo panfletario, o su enconada lucha con los sindicatos y el sector minero, son parte del legado más reconocible que dejó durante sus once años de política socialmente conservadora y económicamente liberal. También le debemos que músicos como Paul Weller, Billy Bragg o Joe Strummer escribieran algunas de sus canciones más airadas, aunque nada comparable a los Crass en 1982 preguntándole como se sentía siendo la madre de un millar de muertos, en referencia a las jóvenes víctimas de la Guerra de Las Malvinas, o al inefable Morrissey pidiendo para ella la guillotina en su primer trabajo en solitario. Al fin y al cabo y para quienes tenemos cierta edad es otro de esos elementos del más puro imaginario ochentas, como los pelos cardados o La Bola de Cristal. Lo peor es que su legado sigue muy vivo, lo cual para muchos significa que existe la Esperanza... supongo que creen que aún podemos ser más explotados. Nuestra capacidad de sufrimiento a veces parece no tener límite.


“Margaret on the guillotine” (Morrissey, “Viva Hate”, 1988)

The kind people 
Have a wonderful dream 
Margaret on the guillotine 
Cause people like you 
Make me feel so tired 
When will you die ? 
When will you die ? 
When will you die ? 
When will you die ? 
When will you die ? 

And people like you 
Make me feel so old inside 
Please die 


And kind people 
Do not shelter this dream 
Make it real 
Make the dream real 
Make the dream real 
Make it real 
Make the dream real 
Make it real

viernes, 5 de abril de 2013

LAFAYETTE LEVER, ESBOZOS


Por fin he tenido acceso a las memorías de mi ídolo y referente Lafayette Lever (novelista, articulista, ensayista, poeta, satanista, filósofo, matemático, jugador de ajedrez y trompetista de jazz), cientos de páginas repletas de sabiduría, embargadas de cierta angustia vital, pero plagadas de un optimismo rebosante... ese que se basa en "el día de hoy será mejor que el de ayer, pero peor que el de mañana"... sus andanzas amorosas son realmente lo mejor de sus escritos... era tal su obsesión por el amor que le llevó a practicar infructuosamente con distintos compuestos químicos en busca de la alquímica fórmula de dicho amor... no lo consiguió, pero gracias a eso descubrió un potentísimo crecepelo que todavía hoy día sigue vendiéndose en cantidades industriales. 


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Otra cosa que me gusta de Lafayette es que es uno de esos que a mí me gusta denominar como "nobles brutos", un estoico, un hombre que se reía de su propia sombra... cuenta, por ejemplo, que durante la temporada que fue jugador de hockey sobre hielo en Manitoba, durante un tiempo, su mejor amigo fue... ¡un oso!, resulta que salía todas las tardes a beber grandes jarras de cerveza con un individuo gigantesco que llevaba un ostentoso abrigo de piel... nunca hablaban, sólo bebían y bebían hasta caer redondos al suelo... pues bien, pasadas varias semanas, una tarde que hacía algo de sol, intentó quitarle el abrigo a su amigo... fue entonces cuando se dió cuenta de que aquello no era un abrigo, y que su compañero de veladas durante aquellas largas tardes canadienses había sido... ¡un oso! 

Así era la vida de Lafayette, la anécdota convertida en arte, o viceversa.    

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A medida que uno profundiza en la lectura, en los pensamientos, de este personaje masculino singular que era el bueno de Lafayette Lever, va percibiendo como se apoderaba de él una cierta sensación de amargura, de desencanto, de sabor a hiel, más hiel... en su busqueda obsesiva del amor, como esa locomotora de vapor del "fin de siecle", Lafayette va asumiendo su condición de "hombre objeto", también llamado "hombre kleenex", de usar y tirar, o estación de paso... condición que el a menudo jovial protagonista asume de buen grado, hasta que de repente delante del espejo ve como le ha salido una cana, o en uno de los parques a los que acude a jugar partidas de ajedrez rápidas para ganarse unos dolares se queda embobado mirando a un hombre de mediana edad paseando con un hijo de la mano... entonces se da cuenta de que hay cosas a las que no puede acceder... estas reflexiones recuerdan un poco a la famosa película "Alfie", personaje con el que encontramos puntos en común con Lafayette...    

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¿Un brindis por Lafayette?