jueves, 28 de febrero de 2013

NADAR HACIA LA CATARATA

Hoy les traigo una eyaculación muy especial. Un esperma literario de incalculable valor vitalista y aventurero, al menos para mí. Es un artículo en el que rindo homenaje a una de mis películas favoritas, "El hombre que pudo reinar", la adaptación del texto de Rudyard Kipling que John Huston llevó a la pantalla en 1975. El artículo también es muy especial porque fue publicado originalmente en La Secta Violeta, publicación que siguiendo las coordenadas del mítico Ansia de Color se erige como uno de los fanzines más excitantes, vanguardistas y modernistas de la escena pop nacional. De modo que desde aquí quisiera mandar un afectuoso saludo a todos los pobladores de la Isla de Thule, con los sumos sacerdotes Los Negativos a la cabeza, por tantas cosas compartidas.

Nunca he podido describir completamente el gozo que me produce cada visionado de esta película (aunque nunca como la primera vez), el afan optimista, vitalista y bravucón que se desprende de la cinta. Una auténtica aventura, como también fue una pequeña aventura y un inmenso placer la confección de este artículo, hace cosa de unos dos años. Aprovechando que al parecer uno de nuestros canales, Paramount Channel, estos días anda realizando pases de esta obra maestra, he creído buen momento para regalarles, si tienen a bien en recibirlo, mi particular visión de lo que sin duda es la más grande aventura jamás llevada a una pantalla de cine. Espero que lo disfruten.  



Sic transit gloria mundi

“Nadar hacia la catarata. Historia de la más grande aventura jamás contada, por los siglos de los siglos, el Nivel y la Escuadra, el Hijo de la Viuda, y el Ojo que Todo lo ve”   



Hace unas semanas se pusieron en contacto conmigo desde la Isla de Thule los amigos de la Secta Violeta. Una peligrosa organización secreta basada en los principios estéticos que rigen la cosmogonía universal desde el comienzo de los tiempos para informarme de que estaban preparando una nueva entrega de su conocida publicación simbolista “Ansia de Color”  por si tenía a bien colaborar con ellos en un nuevo intento de llenar este gris y aburrido mundo de un poco de modernismo atroz, vanguardismo decadente y underground empapado en napalm literario. Ante su oferta dije que sí, claro, ya que los hombres de bien jamás nos negamos ante las proposiciones de ninguna secta, y menos si son poseedoras de tantos encantos como la que nos ocupa. 

Mi idea inicial era dedicarle un extenso y jugoso artículo a Michael Caine, resplandeciente icono de la cinematografía británica y a buen seguro actor fetiche de gran parte de los pobladores de la Isla de Thule. No en vano los líderes de la secta fueron quienes cantaron en “Cansados y decaídos” que habían visto en televisión un film de Michael Caine, mientras su impoluta figura de dandy entre la basura caracterizado como Harry Palmer adornaba entre otros iconos y fetiches la hoja interior de esa biblia musical en la que nos invitaban a un viaje rápido y un pic-nic genial. Pero hete aquí que el tiempo, ese incompasible  e invisible Belcebú que nos acecha a diario, se me echó encima con las rotativas de la Isla ya en marcha, y desestimé tamaña y titánica tarea que quizás emprenda cualquier verano entre gin-tonics y daikiris y bajo el cálido abrazo de las palmeras. No obstante había algo que rondaba en mi cabeza desde hacía tiempo y que bien pensé que éste podría ser un estupendo momento para llevarlo a cabo, y es hablarles, amigos míos, de la mayor epopeya humana jamás filmada, de una aventura más grande que la vida misma, hablo, como no puede ser de otro modo, del impresionante relato vital de Peachey Carnehan y Danny Dravot atravesando la India y Pakistán hasta llegar al lejano Kafiristan (lo que hoy sería el Nuristán, en el nordeste de Afganistán), hablo, ya lo habrán imaginado, de “El hombre que pudo reinar”. 

En este relato de Rudyard Kipling, extraordinariamente llevado al cine por John Huston, se dan de la mano tantos elementos sensacionales y grandiosos que el mejunje no puede ser más fantástico, constituyéndose así una aventura de la que decenas de años más tarde no han parado de beber el resto de epopeyas de este tipo, desde A.E.W. Mason hasta, porque no, las geniales películas del arqueólogo aventurero Indiana Jones. Un apasionante relato en el que se entremezclan historias de amistad, aventuras, civilizaciones antiguas, masonería, Imperio Británico, y colonialismo.


Kipling, hombre de palabra.


Pero centrémonos en la adaptación cinematográfica, ya que si hemos llegado hasta aquí ha sido partiendo de la admiración por el trabajo de Sir Maurice Joseph Micklewhite, Jr., ese rubio y disciplinado profesional de la interpretación al que conocemos por Michael Caine. Parecía lógico que un texto como el de Kipling sedujese y obsesionase de cara a vivir una adaptación cinematográfica a alguien como John Huston, uno de esos tipos de los que se puede decir que su vida fue más interesante que su obra, y no es porque su obra no sea interesante, muy al contrario, pero las peripecias y avatares de John Huston constituyen una de esas vidas de las que podemos calificar como una obra maestra. Reconocida su importancia en la historia como cineasta, posiblemente su existencia se hubiera movido igualmente por los mismos derroteros hedonistas fuese cual fuese la disciplina artística a la que se hubiera dedicado. Aventurero, cazador, boxeador, buen bebedor, incorregible mujeriego, su vida fue un perfecto ejemplo de pasión vital y constante “carpe diem”. Aprovecho para recomendar su autobiografía, escrita bajo el simple título de “Memorias” cuando ya superaba los 70 años desde su retiro en Puerto Vallarta, Jalisco. 500 páginas de gozosa experiencia que constituyen para mí la obra cumbre del género autobiográfico publicadas en España por la editorial Espasa. 

No es de extrañar, por tanto, el deseo de llevar este relato a la pantalla para un hombre inquieto y con alma aventurera como Huston, cuya vida fue ya de por si una enorme aventura, y cuyos rodajes se convertían en excusas perfectas para dedicarse a la entrega absoluta hacia sus pasiones y aficiones bien remojadas en alcohol, tal y como retrató Clint Eastwood en “Cazador blanco, corazón negro”, donde el genio de San Francisco interpreta a un trasunto de Huston que aprovecha el rodaje de una de sus películas (“La reina de África”) para emprender la búsqueda de alguna pieza de caza mayor, lo cual le llega a obsesionar como a un moderno Capitán Ahab de tierra firme, y es que no es de extrañar tampoco que “Moby Dick” fuese otra de las novelas favoritas de Huston, una más de las aventuras inmortales que llevó a la pantalla.   


Extraños compañeros de cama: Dennis Hopper, John Ford y John Huston.


La novela de Kipling se convierte pues para Huston en un texto quimérico, un sueño dorado en cuyo guión trabaja durante décadas, y para quienes piensa en primera instancia en nada menos que Humphrey Bogart y Clark Gable para los papeles de Dravot y Carnehan cuando estos dos magníficos actores estaban en plenas facultades. Al ir pasando los años, el deterioro físico y finalmente fallecimiento de estos titanes hizo que por la cabeza de Huston fueran pasando otros candidatos a interpretar a los dos granujas masones que protagonizan el relato de Kipling, siempre bajo el condicionante de que se tratasen de dos grandes estrellas, valorizando así el concepto de “buddy movie” tan familiar hoy día, y que cuando Huston finalmente rueda esta película está en un momento de apogeo y plenamente de moda gracias a la pareja Newman-Redford, quienes habían arrasado en las taquillas de medio mundo, conquistado a la crítica, derretido a las señoras, y creado un certero modelo de masculinidad en las célebres “Dos hombres y un destino” y “El golpe”, ambas del malogrado e infravalorado George Roy Hill, quien luego repetiría solamente con Newman en la espléndida “El castañazo” (película injustamente considerada menor, como un simple divertimento cómico, cuando en realidad encierra sabiduría a paladas). Por lo tanto, después de que se barajase otra pareja brutal para el proyecto como eran Burt Lancaster y Kirk Douglas, y ya entrados en los primeros años 70, parecía claro que la pareja de moda, los dos galanes masculinos que mejor podían transmitir esa química de amistad imperecedera que va más allá de la muerte, esa camaradería capaz de resistir ataques y cañonazos y de esquivar las balas rebosando optimismo vital y el mayor sentido del humor posible ante las adversidades y los peligros, eran precisamente los dos efébicos y cincelados varones rubios de ojos azules que en aquellos años tenían la industria cinematográfica bajo sus pies, Paul Newman y Robert Redford. Sería precisamente Newman en otro ejemplo de lo grandísimo tipo que fue, después de recibir el guión enviado por Huston y de contestarle entusiasmadamente llegando a asegurar que era el mejor guión que nunca había leído, quien acertadamente le dijo al director que debía buscar actores británicos para encarnar a estos orgullosos ex –soldados del British Empire convertidos en buscavidas picarescos con afán de supervivencia e ingenio afilado. Y fue el propio Newman, así lo reconoce Huston en su autobiografía, quien rechazó la gloria de uno de estos papeles y le sugirió al director dos nombres sin duda ideales, dos actores carismáticos y con presencia y estilos inequívocamente británicos: Sean Connery y Michael Caine. Ambos intérpretes tardaron menos de una semana en contestar afirmativamente a Huston y su productor John Foreman. La maquinaria se había puesto en marcha. Daniel Dravot y Peachey Carnehan quedarían para siempre inmortalizados bajo la apariencia del fornido y noble Sean Connery y del astuto y vivaracho Michael Caine. La aventura comenzaba, los nervios, como diría Rimbaud, estaban a punto de zarpar. 


Newman y Redford, efebos en acción.


Así pues, y dos años después de firmar el contrato, dos años en los que su carrera siguió subiendo como la espuma y sus honorarios engordaron considerablemente, Caine y Connery comenzaron a rodar bajo las órdenes de Huston, y como la pareja de caballeros que siempre han sido, mantuvieron las condiciones firmadas esos dos años antes y no exigieron ni un centavo más. 

Sobre la película en sí, y esperando que a estas alturas de la historia de la humanidad ya haya sido vista esta obra por el común de los humanos (y si no lo han hecho, ¿a qué esperan?, corran a verla, conserven estas páginas bajo llave, y luego vuelvan y lean), realmente nos encontramos ante una producción colosal, con ese tono grandilocuente y megalómano de un director cuyo empeño en acometer empresas de este calibre le llevó a emprender como adaptaciones a la gran pantalla ambiciosos proyectos como éste, “Moby Dick”, o, en el colmo de la megalomanía… ¡la mismísima Biblia! Es este un trabajo magníficamente rodado por entero en Marruecos (ya saben como es esto del cine, a veces no se rueda donde se quiere, ni donde se puede), con espectaculares exteriores (es una película que no tiene un solo metro de cinta rodado en estudio) alrededor de los pueblos de la cordillera de los montes Atlas. No quiero destripar la historia y hacer de este artículo un traicionero spoiler a quien no haya tenido la suerte de gozar con este placentero trabajo, pero es necesario, al menos, un breve comentario acerca de su sinopsis. 

La acción arranca una noche en la oficina de Rudyard Kipling, el autor de la historia, y por aquel entonces corresponsal para un periódico británico, el cual acertadamente se convierte en un personaje más dentro de la misma (como queriendo hacernos creer la verosimilitud del fantástico relato, en un viejo truco literario tantas veces utilizado), quien recibe la imprevista e inquietante visita de una extraña figura, un hombre demacrado envuelto en harapos, malherido, prematuramente envejecido, enfermo, y marcado física y anímicamente en todos los aspectos… la visita suplica a Kipling un trago, mientras inquiere al periodista si le recuerda… si es capaz de recordar que allí, en ese despacho de aquel periódico, entre libros, mapas y atlas, empezó todo… que allí fue donde firmaron el contrato… a partir de ahí toda la película es un enorme y largo flashback que comienza por llevarnos a una estación del ferrocarril de la India colonial de finales del siglo XIX, donde vemos a un personaje un tanto desaliñado y sin afeitar, pero con un porte muy digno, sin duda alguna británico, observando a los viajeros que entran y salen, caminan, o sacan billetes de tren… enseguida comprendemos que está a la caza de posibles víctimas a quienes desvalijar… se acerca a un hombrecillo distinguido y bien vestido a quien le sustrae el reloj de su bolsillo, cuando nuestro protagonista hace un aparte para observar la pieza sustraída comprueba que acompañando al reloj hay una especia de amuleto, con un símbolo que le resulta familiar, un compás abierto sobre una escuadra y en medio de ello un ojo… ¡le ha robado a un hermano masón! 


Christopher Plummer como Kipling, Huston, y un irreconocible Michael Caine al comienzo de la película


Es así como se produce el primer encuentro entre Rudyard Kipling y el simpático bribón Peachey Taliaferro Canehan, el mendigo y vagabundo de maneras elegantes y porte altivo que sobrevive robando incautos viajeros entre otros y diversos apaños.  
El caso es que nobleza obliga, y una orden dedicada a la fraternidad entre sus hermanos bajo la atenta mirada del ojo que todo lo ve, no puede consentir el hurto entre sus miembros, de modo que el bueno de Peachey busca desesperadamente entre los viajeros a aquel hombrecillo hasta que finalmente lo encuentra ya montado y acomodado en un vagón. Carnehan está decidido a devolverle el reloj (eso sí, sin que el incauto hermano masón se de cuenta), por lo que no duda en montar en el tren a pesar de que esté se pone en marcha… su intención de meterle el reloj en la chaqueta cuando Kipling parece quedarse dormido no resulta, por lo que Peachey aprovecha vilmente la subida de un hindú gordo provisto de una generosa sandia para acusarle del robo del reloj a la vez que de un puntapié echa al hindú del tren. Los dos hombres, de este modo, comienzan a entablar amistad a través de la conversación y de su filiación masónica, rogándole Peachy a Kipling un favor muy importante, que trastoque la fecha de su viaje de vuelta para coincidir con un amigo suyo al que necesita hacerle llegar un críptico mensaje: ese amigo responde al nombre de Daniel Dravot. 

Kipling accede, quedando patente la fascinación y el impacto que le ha producido el encuentro con aquel locuaz y caradura individuo, fascinación que aumentará todavía más en su encuentro con Dravot, a quien hace llegar el mensaje prometido. En esta cita el periodista descubre el plan de la singular pareja de extorsionar a un rajá haciéndose pasar precisamente por corresponsales del periódico para el que Kipling trabaja, asegurando tener cierta información comprometida. El periodista pone aquello en conocimiento de las autoridades inglesas, no tanto para desbaratarles el plan, si no para protegerlos, temiendo alguna terrible reacción nativa ante el chantaje inglés. 

Así pues, en cierta manera, Rudyard Kipling ya ha unido su destino al de este par de temerarios personajes, los cuales, y de improvisto, se presentan un anochecer en el despacho del corresponsal. Como ya hemos visto en las anteriores apariciones de la pareja (hay una genial escena anterior en la que son conducidos ante el gobernador cuando Kipling ha dado aviso de sus intenciones para con el rajá, en la que advertimos ya la naturaleza vital, bufonesca y desenfadada de esta pareja, así como su estoica y en cierta manera nihilista actitud ante la vida), ambos personajes destilan un rebosante optimismo y se muestran de un espléndido humor. Han acudido a ver a su hermano Kipling para que les asesore en un fantástico viaje que piensan emprender, y para que además sea testigo y notario de un sorprendente contrato, un pacto entre caballeros en el que se comprometen a no probar alcohol ni tener ningún contacto carnal con mujer alguna durante toda su aventura hasta que consigan su objetivo, contrato el cual es firmado por ambos aventureros y por un atónito Kipling como testigo. El objetivo del que hablan, el propósito de la aventura, no es otro que llegar hasta el reino perdido de Kafiristan, un terreno inhóspito e inexplorado poblado por tribus hostiles y guerreras que tienen 32 reyes. Su objetivo es ser los reyes 33 y 34. Para ello irán, primero, luchando con algunos pueblos, sometiéndoles, posteriormente entrenándoles para luchar con el resto de pueblos a cambio de librarles de sus enemigos, para luego establecer alianzas entre los distintos pueblos, y finalmente, tenerlos a todos ellos bajo su dominio y mandato. 


A Kipling pongo por testigo...


Rudyard tendrá además el privilegio de ver al día siguiente el comienzo de su aventura, disfrazados de un sacerdote lunático (geniales momentos de Connery) y su sirviente (algo que caracterizará la relación de ambos personajes durante toda la película... Caine siempre accederá a un rol secundario, moviendo los hilos en la sombra, mientras que Connery ejercerá ante los demás una condición impostada de líder), formarán parte de una caravana que emprende camino en dirección a tierras afganas, hacia Kabul, ya que un sacerdote loco puede traer buena suerte, según los supersticiosos hindúes... pero enseguida tendrán que continuar solos cuando los caminos se bifurcan hacia Kafiristan. Con sus camellos y armados con 20 rifles prosiguen el camino, estando a punto de quedarse atrapados bajo una nevada glaciar ante un paso montañoso cortado. Cuando creen que ha llegado el fin de sus días y los dos viejos camaradas rememoran sus andanzas militares y antiguas aventuras, un alud provocado precisamente por las risotadas de los dos hombres que piensan que van a morir forma un camino nevado porque el pueden continuar hacia su objetivo. Paradójicamente es precisamente su actitud nihilista ante la vida y la muerte, su estoicismo ante su posible final, lo que les salva la vida. 

Superadas las nevadas comienzan a divisar las tierras perseguidas... así establecen un primer contacto visual con la población kafir. Apostados tras unos matorrales, ven a unos nativos en actitud pacífica en el río, que de repente son atacados por un pueblo enemigo. Es una gran oportunidad para ellos, de modo que sacan sus rifles Martini y comienzan a disparar a los atacantes que van cayendo uno a uno ante la extrañeza jubilosa de los nativos. Lo han conseguido, ya han aparecido como unos héroes salvadores ante el primero de los pueblos visitados del Kafiristan. No obstante cuando intentan llegar a la fortaleza del poblado cuyos habitantes han salvado, son recibidos a base de flechas por los asustados pobladores. Intentan conversar con ellos desde la distancia, pero nuestros protagonistas sólo hablan inglés, entonces un curioso personajillo aparece tras una almena hablando en su idioma y les dice que saldrá a recibirles. Se trata de un gurka que ha servido a las filas británicas y se hace llamar Billy Fish. Este personaje será crucial en el desarrollo posterior de la aventura, se convierte en su traductor e interprete ante los pueblos que irán conociendo, así como confidente y en ocasiones consejero. Dravot y Carnehan, orgullosos ante su primer triunfo, se presentan ante el jefe del pueblo, quien pregunta si son dioses, a lo que contestan "¡Somos ingleses, que es casi lo mismo!", pero pronto se dan cuenta de que les conviene aprovecharse de la superstición e ignorancia de aquellas pobres gentes, por lo que, a través en todo momento de Billy Fish y con su complicidad, no tienen reparos en afirmar que han caído del cielo para librar a aquel pueblo de sus enemigos. Así comienzan a entrenar a los hombres del poblado para la guerra, es el comienzo de su ejército, de su imperio, de su reinado. 


Con el traje de los domingos.

Tras unos días de instrucción militar y entrenamiento, tratados con mucho humor por parte de Huston, deciden que están listos para la batalla. Por lo tanto se dirigen hacia el pueblo enemigo dispuestos a tomarlo y someterlo, ya que con la estrategia militar de Carnehan, y provistos de armas de fuego las posibilidades de victoria son claras.   

Aquí tiene lugar otro detalle humorístico antropológico por parte de Huston, cuando ambos bandos están frente a frente, separados por unos cuantos metros de tierra y dispuestos a entrar en combate, Dravot y Carnehan observan atónitos como ambos ejércitos se postran al suelo ante el paso de unos monjes ataviados con túnicas blancas que caminan con los ojos cerrados guiados por un niño con una campana... son los hombres santos de Sikandergul (personajes fundamentales como luego veremos), que caminan con los ojos cerrados para no ver el mal del mundo... a su paso no se puede entrar en combate, una vez que han pasado por la línea que divide a ambos ejércitos, comienzan los alaridos, gritos, y toda la locura de la guerra. 

Carnehan, buen estratega, ha colocado una línea de infantería armada con rifles, que comienza a disparar con éxito ante el avance del ejército rival, que poco puede hacer con sus rudimentarios arcos y flechas ante las armas de fuego. Dravot, a caballo, espera con otro puñado de hombres para entrar en acción a espada cuando el ejército rival esté diezmado por el fuego, pero cegado y envalentonado ante la batalla y poseído por un inconsciente ardor guerrero, el inglés decide no esperar y entra en combate a lomos de su caballo seguido por sus hombres. Así en medio de la refriega recibe el disparo de una flecha que se clava en la badana de su pecho sin provocarle herida, por lo que sigue luchando con fiereza y derribando enemigos a espada. Pero aquellos hombres, tanto el ejército de Dravot y Carnehan como el enemigo, no comprenden porque aquel hombre con una flecha sobre su pecho no cae derribado y sigue luchando, por lo que todos, aliados y enemigos, se postran ante él como ante un Dios. El incidente de la flecha (de la que Daniel ya no se desprenderá y llevará siempre consigo como un símbolo de autoridad) es otra jugada maestra del destino, que pone en bandeja de nuestros personajes la posibilidad de seguir aumentando su poder entre aquellas gentes... tanto es así que entre los habitantes comienza a cobrar forma la idea de que Dravot es en realidad el hijo de Sikander (en realidad Alejandro Magno, quien se cuenta que sus tropas pasaron por Kafiristan en su camino hacia la India, y de hecho hay teorías que afirman que los habitantes del antiguo Kafiristan, hoy Nuristan, son descendientes directos de los soldados de Alejandro, ya que son de pigmentación blanca, fisonomía europea, y el color de sus ojos predominante es azul y verde) 

La película va avanzando, y a través de breves elipsis Carnehan sigue narrando como la pareja de aventureros masones fueron sometiendo poco a poco al resto de los pueblos kafirs, obligándolos a establecer alianzas entre ellos y formar parte de un ejército común. Finalmente las andanzas y hechos de los dos hombres llegan a oídos de Sikandergul, la ciudad sagrada de Sikander, y a su máximo sacerdote, quien pide por medio de un mensajero a Dravot que acuda a visitarle a su templo, ante la posibilidad de que realmente sea el auténtico hijo de Sikander, quien prometió que mandaría a su vástago de vuelta a aquellas tierras. Daniel acude con Peachey, acompañados ambos de su inseparable Billy Fish. Allí el sacerdote exige una prueba para comprobar si se encuentra realmente ante un dios o un hombre, por lo tanto coloca a Dravot ante el templo, y frente a él vemos a un arquero dispuesto a dispararle. Esta vez Dravot no lleva ni chaleco con badana ni nada que le pueda salvar, por lo que si la flecha le alcanza será herido mortalmente, sangrará, y esa sangre humana demostrará que no es ningún dios si no simplemente un hombre, un soldado, un guerrero. Peachey al observar el peligro que se cierne sobre su compañero se abalanza sobre el arquero para salvar la vida de su amigo, provocando la reacción de los habitantes del templo quienes comienzan a sujetar y zarandear con aviesas intenciones a aquellos hombres que parecen impostores y no ninguna clase de dioses. Entonces los aventureros sufren otro golpe de suerte, en pleno zarandeo a Dravot le desgarran la camisa, y sobre su cuello se ve un colgante regalo del hermano Kipling justo antes de emprender el viaje hacia Kafiristan... es el símbolo masón al que nos referimos antes en el episodio de la estación de tren. Ante esa visión el sumo sacerdote ordena atajar el intento de linchamiento, abraza a Dravot y descubre una gran piedra bajo la atenta mirada de la gigantesca mirada de una imponente estatua del  dios Imra (el ancestral dios supremos kafir) en la que aparece el mismo símbolo… símbolo dejado hace siglos tras el paso de Alejandro por tierras kafires. 


Dravot y el ojo masónico. Felices coincidencias.


Ya no hay duda para los habitantes de Kafiristan, Daniel Dravot no es un hombre, es el legítimo y auténtico sucesor de Sikander, quien ha vuelto a aquella tierra santa para estar con sus súbditos. El sacerdote conduce a Dravot, Carnehan y Billy Fish a una cámara dentro del templo donde guardan un imponente tesoro custodiado celosamente por sacerdotes y monjes durante siglos. Es el tesoro de Sikander, una colección de joyas, monedas y utensilios de incalculable valor bañados en oro puro que harían sin duda a Daniel y a Peachey los hombres más ricos de Inglaterra, y posiblemente de toda la faz de la tierra, incluso dejando una parte al fiel y leal Billy Fish, quien ha sabido mantener el secreto de la naturaleza humana de Dravot. Como hijo de Sikander, Dravot puede hacer con el tesoro lo que plazca, incluyendo, claro está, llevárselo consigo. Por lo tanto los dos granujas comienzan a tramar un plan para llevarse aquel fantástico tesoro a Inglaterra, una vez haya pasado el invierno y puedan tener un retorno exitoso por el duro continente asiático.

Así van pasando las semanas y meses, con Dravot convertido en Dios y rey, legislador y juez, y Carnehan su consejero, pero siempre subordinado a él. Paulatinamente vemos como Daniel Dravot cada vez va metiéndose más y más en la piel del nuevo Sikander, hasta el punto de comenzar a creer que realmente es un enviado de los dioses, o mejor aún, un dios propiamente. Queda fascinado terriblemente ante la belleza de una mujer kafir que responde al nombre de Roxanna (interpretada por la esposa de Michael Caine, Shakira, un auténtico bellezón quien en realidad no era actriz, sino modelo, Miss Guyana a mediados de los 60), otra señal del destino, ya que Roxanna era el nombre de la esposa de Alejandro. Por lo tanto Dravot no duda que ha sido precisamente el destino quien ha puesto aquella hermosísima mujer en su camino para que la tome y la haga su reina y engendre con ella sus descendientes, quienes continuarán con la saga de Sikander, ya que Dravot ha decidido que no se marchará de aquel reino con su amigo Peachey, está decidido a quedarse, realmente convencido de que es el legítimo rey de todo aquello. Carnehan trata de hacer entrar en razón a su amigo, pero sin éxito, por lo tanto la decisión de ambos está tomada, Dravot se quedará en Kafiristan y se casará con Roxanna, Peachey se marchará y se llevará cuanto quiera del tesoro. 

Los sacerdotes de Sikandergul no aceptan en absoluto la decisión de Dravot de casarse con Roxanna, ya que al considerar que nuestro amigo inglés es realmente un dios, no puede casarse con una humana, con una mortal. Según la tradición la muchacha se convertiría en fuego y aquello desataría la ira del resto de los dioses, especialmente de Imra, pero Dravot, obstinado y cabezota, afirma que como dios que es lo puede todo, y por lo tanto puede también casarse con una mujer humana, por lo tanto la ceremonia nupcial se llevará a cabo justamente en vísperas de la marcha de Peachey, quien a pesar de discutir con su amigo accede a la petición de ser el padrino del enlace, como último favor y símbolo de amistad y camaradería entre ambos.  

Connery y Caine flanqueando a la preciosa esposa de éste.


Como creo que ya he destripado lo suficiente la película, concluiré esta sinopsis diciendo que la obstinación de Dravot en casarse con aquella mujer desembocará en los terribles acontecimientos que acabarán llevando a Peachey de vuelta a la India con el aspecto casi moribundo al que nos hemos referido al principio, portando además una bolsa cuyo tétrico contenido veremos en el impactante plano final con el que Huston cierra la película: una cabeza humana, prácticamente calavérica, tocada por una corona de oro. La cabeza del hombre que pudo reinar, la cabeza de Daniel Dravot, soldado inglés que llegó a creerse rey y dios de todo un imperio 

Esta es la historia de "El hombre que pudo reinar", película que se asienta sobre todo en el trabajo y la química de Connery y Caine como jamás dos actores principales masculinos han interactuado en la historia del cine, envueltos en las pieles de unos papeles que parecen creados para ellos, como si Kipling cien años antes hubiera imaginado a estos dos colosos capaces de representar a mendigos con ínfulas de reyes cuando escribió este relato. Justo es también reconocer la interpretación de Christopher Plummer en el papel de Rudyard Kipling, presentándose como un periodista vivo y desenfadado, contagiado de la vitalidad y del optimismo de la pareja protagonista, a quienes desde el primer momentos vemos que los contempla con auténtica admiración y fascinación, subyugado ante semejantes personajes ante los que uno no sabe realmente si se encuentra ante dos fantásticos y valerosos héroes o dos rufianes lunáticos e inconscientes cuyo único escrúpulo es la supervivencia. El tratamiento que Huston da a la película es, como hemos apuntado, en muchas ocasiones muy humorístico, pero sin querer aparentar nunca ser una comedia. Si a algún genero pertenece esta obra es al cine de aventuras, y no se puede entender la aventura sin un buen sentido del humor, por eso es fácil reconocer en Connery y Caine a dos claros antecedentes de aventureros "cachondos", como el Michael Douglas de "Tras el corazón verde" o el Harrison Ford de la saga Indiana Jones. Huston desdramatiza las guerras y las batallas, las humaniza, y en cierta manera muestra respeto por estas viejas artes de la guerra casi medievales de pueblos ancestrales que combaten a pie o a caballo, pero siempre cuerpo a cuerpo. Con escenas como la mencionada de los hombres santos de Sikandergul pasando por medio del anticipo de una escena de batalla, o cuando los habitantes de los distintos pueblos que la pareja protagonista va conociendo confiesan que sus enemigos se mean río arriba de ellos para que les lleguen sus orines cuando se bañan, Huston pone una nota absurda sobre las guerras entre pueblos y los presenta casi comos estúpidos hooligans de equipos de fútbol. La película también es interesantísima desde un punto de vista antropológico, con los dos occidentales asistiendo atónitos a algunas bárbaras costumbres de sus nuevos aliados (jugar al polo con la cabeza de sus enemigos, o el incesto por parte de los jefes guerreros como algo normal), pero procuran no juzgarles con severidad y aceptan el lema "otros pueblos, otras culturas". Por otro lado la historia está llena de matices interesantísimos que no pasarán desapercibidos ni dejarán indiferentes a ninguna mente inquieta. La confrontación entre la modernidad de finales del siglo XIX que representan Dravot y Canehan frente a los indómitos pobladores de Kafiristan, una tierra que si ha sido tan enigmática y desconocida a través de los siglos ha sido precisamente por la dificultad que han tenido las dos religiones imperantes, tanto cristianismo como islamismo, de dominarles y acceder a las almas de sus habitantes. También es interesante la relación que establece Kipling de la masonería con la población kafir, quien conoce y venera sus símbolos, ya que se nos insinúa que el mismo Alejandro los introdujo. La interrelación entre religiones y creencias, que acaban siendo las mismas pero con distintos nombres. Y por supuesto la relación de amistad inquebrantable entre los dos protagonistas, sólo enturbiada por las ansias de poder, pero que finalmente prevalece, tanto es así que cuando Dravot reconoce que han llegado a su posible final pide perdón a Carnehan por no haber escuchado sus sabios consejos de abandonar Sikandergul, y el bueno de Peachey le perdona admitiendo que nunca le reprocharía nada y estaría siempre peleando a su lado. Billy Fish se nos presenta en esos terribles momentos como otro soldado fiel y leal que no abandonará a sus amigos, esa entereza nihilista ante una muerte segura que tan bien retrató Peckimpah, por ejemplo, mostrando al "Grupo salvaje" caminando sin miedo hacia el cuartel de Mapache. 

Hay muchas anécdotas referentes al rodaje, que como todos los rodajes de Huston ya fue en si una aventura, pero hay una especialmente deliciosa. El personaje del sumo sacerdote de Sikandergul está interpretado por un vigilante de la zona de 103 años, el debut más tardío sin lugar a dudas de la historia del cine, quien en su ignorancia seguía trabajando por las noches sin saber de que iba aquello del cine, hasta que al ver que se quedaba dormido en varias fases del rodaje descubrieron que había seguido ejerciendo como vigilante. Tuvieron que convencerle de que realmente los emolumentos que iba a percibir compensaban que dejase su trabajo temporalmente, y posiblemente para el resto de sus días. Un anciano inocente que cuando se vio reflejado en la pantalla quedo tan sorprendido ante la fuerza del cine que declaró que sería inmortal para siempre. Aquello era magia para él.    


Desatando la ira de Imra


Quisiera finalizar haciendo un pequeño análisis sobre cine y literatura, ya que estamos hablando de una película basada en un relato de un escritor tan imponente como Kipling. De una manera habitual, y cayendo en cierto esnobismo, se tiende a un tópico bastante poco consistente que a todos les sonará, eso de "está mejor el libro", como admitiendo que la literatura tiene una superioridad intelectual sobre el cine. Nada más lejos de la realidad, el cine es, hasta la fecha, el arte más supremo y completo que existe, ya que es una compilación de diversas disciplinas: literatura, fotografía, música, interpretación dramática, diseño, etc, etc... son muchas y muy diversas las artes individuales que acaban completando el arte total del cine. Pero además es absurdo intentar comparar disciplinas y lenguajes distintos, que se mueven y caminan de manera muy distinta. En este caso el relato de Kipling es un pequeño relato de apenas 40 o 50 páginas, según el formato, que se lee en apenas una hora, pero en cine se transforma en una enorme producción, en algo gigantesco. El texto de Kipling es una pequeña delicia, una joya de buena literatura con una gran historia y unos grandes personajes. La película de Huston es un canto a la vida, al riesgo y a la aventura. Recientemente volví a verla para preparar este artículo, la sensación que me produjo fue la misma que en las anteriores ocasiones, de inmediato me ví poseído por un fantástico sentido del humor, me sentí alegre y optimista, y me mantuve con una enorme sonrisa en la boca durante las aproximadamente dos horas que dura el montaje comercial. Esto es lo que provoca "El hombre que pudo reinar". Recuerdo una estupenda escena de una hermosísima película de John Ford, "Que verde era mi valle", (otra adaptación literaria, por cierto), en la que el pequeño Huw, enfermo en cama, recibe la visita de uno de los personajes que le lleva un regalo para pasar mejor su tiempo de enfermedad. Es un ejemplar de "La isla del tesoro" de Stevenson, y le anima a Huw diciendo que le envidia porque va a leerlo por primera vez. Es lo más acertado que puedo decir para recomendar esta película, envidio a quien aún no la haya visto y vaya a hacerlo por primera vez. Es uno de esos placeres que de vez en cuando se nos regala a nosotros, los hombres. 

Quiero finalizar con unas palabras del propio Huston en su ya mencionado (y que vuelvo a recomendar como la mejor autobiografía que jamás he leído) libro "Memorias", que definen perfectamente el espíritu aventurero de la obra: "La película tiene sus defectos, supongo, pero ¿a quién le importa? Se lanza sin miedo hacia adelante. Nada hacia la catarata" 

Espero que hayan disfrutado la lectura de este artículo como yo con su escritura, rememorando con auténtico placer este milagro explosivo de vitalidad. Sin más, se despide de ustedes este humilde contrabandista de la Isla de Thule... 

PEPE KUBRICK  


Hasta el infinito... ¡y más allá!

miércoles, 27 de febrero de 2013

APUNTES SOBRE LUIS CIFER

Así se despidió del aroma de los flujos literarios...  

"Dandy" (Honoré Daumier)


 
¡Salud y anarquí­a, amigos! 

En estos duros momentos de retirada de la literatura activa, os dejo unas palabras para que no os falte el aliento en ningún momento, para que me recordéis como siempre fui, alegre, vivaracho y con recortado mostacho, o quizá triste y taciturno cual gigantesco Saturno. 

Os recuerdo que debéis aprender a amar el arte, y por encima de todos los artes, el arte de amar la vida, el arte de mezclar la bebida, y también el arte de morder a diario de fruta prohibida... entregaos sin pudor alguno a todos los vicios, porque sólo en lo más profundo de la corrupción os encontraréis a vosotros mismos. No le digáis que no a nada, pero no dejéis que nadie os obligue a decir si. Poned siempre la otra mejilla, pero aseguraros que os golpean con guantes de terciopelo. 

Mirad en el espejo e insultar en cada momento su reflejo, maldecid las canas y las arrugas, destrozad los relojes a hachazos... 

Usad el teléfono para escuchar la respiración de la persona a la que amáis... si esa persona no ama, apiadaos de ella por no saber lo que se siente... 

Enamoraos, sorprendeos, embriagaos... leed con delei­te todo tipo de poesí­a, incluso los prospectos de los medicamentos, poesí­a quí­mica, hallazgos de verdad psiconáutica... 

Salid a la calle desnudos y sentid el soplido del aire corrupto, las caricias del sol tóxico, el abrazo del ozono sobre vuestros erectos pezones de homí­nidos del siglos XXI... 

Pasead con orgullo vuestra condición de descendientes del mono y ascendentes de los ángeles... abrid bien los ojos, no para ver a vuestro alrededor, si no para que los demás se puedan mirar en ellos... 

Comprometeos con la estética, admirad a los camareros de los bares y tendedles siempre un vaso vacío... dad las gracias cada vez que notéis el beso cálido del alcohol sobre vuestras gargantas... entregaos a todo tipo de placeres, regalaos los oí­dos con hermosas melodí­as y los ojos con bellas palabras... 

Afinad hasta el fondo la punterí­a de vuestro bolsillo, calentaos quemando billetes de 10 euros, montad fiestas en el Ministerio de Hacienda, organizad orgí­as en la Iglesia más cercana... 

Desprendeos de todos los pensamientos vanos, de los lastres inconclusos de la necedad, caminad ligeros y erguidos como galanes de comedia... si no os queréis cruzar con alguien, no crucéis la acera, echad a volar y sentiros orgullosos de vuestras alas... 

Y nunca, nunca, me deis de comer después de medianoche... pero si de beber... 

LUIS CIFER 2.004

viernes, 22 de febrero de 2013

VENENO DE COLA DE CISNE


"With&without" Señor Salme




“VENENO DE COLA DE CISNE” 

Así llamaba a la poesía aquella noche en la que te conocí
y entre tus párpados escupí unas oraciones.
Bebí un poco de la miel de tus labios y me enamoré,
y las risas se clavaron en mis sienes como flechas encendidas,
como martillos blandidos por malditos cabrones,
como astas.

He recorrido muchos países a tu lado
y siempre fui esclavo de tu aroma,
de tus pies alados de princesa
y de tu único ojo ciclópeo.

Me gusta haberte conocido
y haber besado tu boca ponzoñosa
y reposar mi cabeza en tu espalda mojada mientras me recitabas un haiku. 

Grande como la primavera y pequeño como el sol.
Grande como tu alma y pequeño como tu boca.

Y ahora viajo en un caballo alado y me reflejo en las estrellas…
…y te susurro,
apenas imágenes,
apenas lágrimas,
apenas vivimos,
mi veneno,
mi vida…  


Pepe Kubrick, escribiendo desde la pila bautismal de la primera iglesia abierta una vez cerrados los bares de la ciudad.

jueves, 21 de febrero de 2013

LA INTELECTUALIDAD TRAICIONERA



“Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, la profesión de actor” (Oscar Wilde, prefacio de “El retrato de Dorian Gray”)


Levantando goyas... y ampollas.






“Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia”.



 Con estas palabras rompía su silencio Miguel de Unamuno el 12 de Octubre de 1936 ante la sarta de estupideces fascistas que estaba pronunciando el profesor Francisco Maldonado de Guevara en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, “el templo de la inteligencia”, como el propio Unamuno la refirió, provocando las iras del fundador de la Legión Española José Millán-Astray, al punto de que el enfervorizado militar acabó mostrando su más agrio talante dejando para la solemnidad las proclamas definitivas que a día de hoy sirven todavía de definitivo y diminuto (como diminuta es la mentalidad de quienes sostienen estas ideas) glosario sobre el pensamiento de ciertas ideologías patrias sobre nuestro mundo de la cultura. Los “¡muera la cultura!”, “¡muera la inteligencia!”, “¡muera la intelectualidad traidora!”, parecen resonar con la misma viva fuerza siete décadas y media después en cuanto alguno de nuestros hombres de arte o cultura alza la voz contra las injusticia, cada vez mayores, a las que estamos asistiendo sin excepción el común de españoles. Pocos enfrentamientos más antitéticos pudieran producirse en la España de 1936 que el llevado a cabo entre un gigante de nuestro pensamiento a todos los niveles (filosófico, religioso, político, etc) como Unamuno y un monstruo grotesco en todos los sentidos como Millán-Astray, cuyo razonamiento lo comenzaba por la empuñadura de su gatillo.  



Unamuno entre las hienas.





La España de 1936 era una triste sombra gris sumida en una guerra civil del luminoso país que pocas décadas antes había sido. Nuestro país no fue ajeno al culturalmente tumultuoso movimiento de “fin de siecle”, ese mágico periodo entre finales del siglo XIX y comienzos del XX,donde las más excitantes vanguardias artísticas luchaban contra la apolillada y aburrida vida burguesa. Tiempos de simbolismo, modernismo, dadaísmo, ultraísmo, vanguardia y bohemia. La España de Valle-Inclán que era capaz de parir soñadores dionisiacos y eternos como Max Estrella. La misma España que había recibido como auténticos hijos de sus entrañas a radiantes visitantes como Rubén Darío, poeta de la luz, o años más tarde a Vicente Huidobro, “el que trajo las gallinas”, como escribió Cesar González Ruano, el genial periodista de la calle Ríos Rosas. La España de Cansinos Assens, del gigante Juán Ramón (más que un poeta, toda la poesía encerrada en un solo hombre) La España del Gómez de La Serna que daba conferencias a lomos de un elefante. La España de los Machado, el delicado Antonio y su alma lánguida y plácida como los mansos campos de Castilla, y el vitalista Manuel, amigo de las putas, los bares y los alcoholes. La España de Vicente Aleixandre, Nobel y maestro de las nuevas generaciones. Esas nuevas generaciones que encarnaban los jóvenes Lorca, Buñuel y Dali, alegre camarilla unida por el Bartleby español, Pepín Bello. La España del psicalíptico Hoyos y Vinent, o la España parnasiana de Antonio de Zayas. Nombres algunos más ilustres, otros menos, pero todos ellos personajes que configuraban un paisaje cultural puntero en Europa, pese a que, como se vería años más tarde, el país iba camino de acabar en manos de quienes para la cultura importaba tanto como el título de la primera novela de Brett Easton Ellis. Esa España vanguardista, moderna, cosmopolita, cultivada y avanzada, quedará sepultada para siempre bajo el yugo, las flechas y las armas. 




Desde entonces y hasta nuestros días el pensamiento propagandístico de los vencedores tan obsesionado en los "buenos y malos españoles" ha calado generación tras generación. Cierto es que todo aquello parece un mal sueño, pero no es menos cierto que en muchos hogares aún se sigue denigrando de manera cruenta absolutamente todo lo que tenga que ver con nuestra maltratada cultura. Se sigue disparando contra esa "intelectualidad traidora" representada y representante en cualquier arte escénica y cultural, pero con especial inquina hacia un sector de sobra por todos conocidos y posiblemente el que nos resulta más familiar, cercano y accesible, por todo lo que hemos compartido con ellos: los actores. 



Desde el comienzo de los tiempos se ha denigrado la dura y abnegada profesión actoral. Tanto es así que parafraseando a Jorge Luís Borges podríamos hablar de una "historia universal de la infamia" al referirnos al mundo de los escenarios, las tablas y los actores. Todo ello a pesar de que al arte dramático, como todo el mundo debería saber, nace en esa Grecia clásica que sigue siendo en mi opinión paradigma de civilización y cultura. Esa cultura helenista y humanista de la que este mundo ha ido alejándose con fatales consecuencias para embrutecer a un ser humano incapaz de evolucionar todo lo que hubiera debido por potencial. Efectivamente, en términos intelectuales, desde el hombre de la Grecia clásica hasta el hombre del siglo XXI, la evolución es absolutamente nula. Cero. Con el advenimiento del tiránico Imperio Romano comienza literalmente la infamia. Estudiando los textos clásicos y la legislación romana vemos que principalmente hay tres estamentos que, vistos como paradigmas del deshonor, reciben el calificativo de “infames”: los gladiadores, las prostitutas… y los actores. “Infamia was an inescapable consequence for certain professionals, including prostitutes and pimps, entertainers such as actors and dancers, and gladiators” (“Unspeakable Proffesions: Public Perfomance and Prostitution in Ancient Rome”, Catharine Edwards) Con el actor degradado a lo más bajo de la escala social en Roma, la llegada del cristianismo no supuso ningún alivio para la profesión, más bien al contrario. Los textos de los primeros padres de la cristiandad y los diversos concilios suponen ataques sin piedad contra todo lo relacionado con el arte escénico. San Juan Crisóstomo define el teatro como el “templo del Maligno”, y advierte que quienes lo frecuentan lo reconocen como su maestro. En el hispano Concilio de Elvira (cerca de la actual Granada) se establece que si un actor desea recibir el bautismo ha de renunciar a su oficio. Por supuesto, actores ya bautizados fueron excomulgados durante aquellos tiempos de beligerancia eclesiástica (siglos IV y V principalmente) y durante centurias han tenido prohibido el recibir sacramento alguno. Dicen incluso que a la actriz Mercedes Sampedro, fallecida en 1928, le negaron el entierro cristiano. Una de las nietas de Mercedes Sampedro, por cierto, es la conocida actriz sevillana Pilar Bardem, a quien el año pasado las autoridades del PP le retiraron la calle que había en su honor en su ciudad natal para sustituirlo por un mucho más cristiano “Calle Nuestra Señora de Las Mercedes”. 



Por lo tanto los miserables ataques mediáticos producidos desde medios que en su pobreza espiritual son hasta capaces de rastrear en expedientes académicos de alumnos para sacarlos en portadas de sus diarios (medios como La Razón o Intereconomía, auténticos cómplices de todo lo que está pasando en este país con su capacidad para desunir al país y desviar la atención sobre los verdaderos culpables) hacia el gremio actoral no debieran extrañar a nadie. Más bien son una lógica y coherente continuación de la inquisición que en este país ha padecido la profesión desde siglos. Profesión a la que se busca continuamente denigrar con calificativos como “titiriteros” o “payasos” (muy nobles oficios por otro lado, y ambos relacionados con el arte dramático, ya que a pesar de la ignorancia y los rebuznos que estamos escuchando estos días pocas disciplinas más completas y sacrificadas hay que la del arte dramático tanto en lo físico como en lo intelectual) Efectivamente, el actor ha de ser titiritero, ha de ser payaso, clown, malabarista, acróbata, bufón, mago, y mil cosas más a las que sólo se accede desde la vocación y el esfuerzo. La jornada de un joven estudiante de arte dramático, normalmente un chaval de clase media al que le pica el gusanillo del teatro en el instituto, puede discurrir de manera que a las 8 de la mañana esté en mallas haciendo ejercicio, estiramientos, colocación corporal… a la hora siguiente leyendo algún texto de teatro clásico, un poco más tarde tomando apuntes sobre historia del teatro, al rato teniendo que realizar algún ejercicio de improvisación escénica, poco después algún trabajo vocal, algo de canto, alguna clase sobre técnicas de respiración, ejercicios de acrobacia, y acabar la mañana repasando algún texto de un personaje que en breve ha de interpretar. Posiblemente dedique el resto de su jornada a poner copas en algún bar para con ello poder pagarse sus estudios. Todo esto para acabar una carrera de la que sabe que un buen número de practicantes se quedan en el camino y para los que no habrá sido nada más que una excitante aventura de juventud. Ello sabiendo que aunque alcance su sueño de poder vivir de su pasión y su vocación, lo más probable es que lo único que logre sea sobrevivir a base de patearse castings y más castings y conseguir pequeños papeles alimenticios con los que mantener la nevera mínimamente llena. Esta es la realidad del arte dramático, trabajo que engloba disciplinas físicas, intelectuales, musicales, y de todo tipo. Todo ello para escuchar como auténticos iletrados y analfabetos incapaces de escribir dos líneas seguidas con sentido generalizan con su oficio en la mejor tradición de este país, esa que les hemos estado relatando unos párrafos más arriba.   

"Make them laugh" Donald O'Connor. Titiritero multidisciplinar.




Como uno de los ataques más frecuentes desde los medios de comunicación a los que me refiero versan sobre las subvenciones que recibe el cine español, les dejaré un par de datos que ellos nunca querrán arrojar, en su habitual hooliganismo y dobleraserismo. El actual record en una subvención a una película con dinero público en nuestro país lo ostenta la adalid del neo-liberalismo patrio Esperanza Aguirre. En 2008 a través de la Comunidad de Madrid otorgó 15 millones de euros a José Luís Garci para la realización de la película “Sangre de Mayo”, que por cierto recaudó poco más de 700000 euros. Record absoluto, no sólo en cuanto a dinero otorgado, si no posiblemente en cuanto a dinero perdido. Otro dato fascinante y reconocido por el propio presidente de la Academia de Cine Española: las mayores ayudas a nuestro cine fueron durante el mandato del ínclito José María Aznar, otra especie de ídolo, al igual que Aguirre, para las nuevas corrientes neoliberales que tan de moda están en nuestro país. No es de extrañar el doble lenguaje o las dobles actitudes de este tipo de personajes, simplemente recordando que Aznar llegó a definir a la banda terrorista ETA en su momento como “el ejercito de liberación del pueblo vasco”, en uno de los mayores ejercicios de cinismo, hipocresía y manipulación lingüística que podemos recordar en la clase política de nuestro país (y mira que hay casos y ejemplos donde elegir) 



Como digo es comprensible, totalmente comprensible, lleno de lógica y coherencia el ataque por parte de algunos medios a lo sucedido la noche del pasado domingo. Va intrínseco a su miserabilidad. Lo que me preocupa enormemente es ver gentes de ciertos entornos que creía más inquietos culturalmente y más ávidos por pedir a nuestros personajes públicos compromiso, caer en los tópicos sobre la profesión actoral y sobre la actividad artística en general. Sabemos que el mundo de la cultura se ha devaluado en general, que es difícil encontrar fuertes convicciones en defensa de elementos fundamentales y que para mí, personalmente, me han ayudado a forjar mi educación sentimental. El mundo de la música pop, la producción discográfica, la literatura, el cine… todo ello devaluado en este mundo virtual en el que ya no se valora la creación artística… ¿cómo se va a valorar entonces al chaval que comete la locura de dedicarse al mundo del teatro, cuando puede emplearse en cosas más productivas económicamente que a subirse a un escenario a hacer “el payaso”?



Y ahora hablemos de un tema que a mí, personalmente, me da lo que se dice “repelús”. La política. Lo diré una y mil veces. La política no me interesa. Los temas sociales sí. No obstante hablemos de política y de esa dicotomía tan corta de miras y que tanto nos ha empequeñecido a todos: la derecha y la izquierda. Parece preocupar mucho el hecho de que un buen número de artistas e intelectuales españoles ideológicamente se escoren más hacia la izquierda, signifique lo que signifique eso, ya que al menos en España difícilmente hemos visto movimientos izquierdistas de verdad ostentando el poder. Lógicamente también los hay de derechas. Algunos muy respetables, como el desaparecido y admirado Luís Sanchez Pollack, “Tip”, un auténtico genio e ídolo personal de quien esto escribe. Otros, unos plumillas que sólo viven del insulto, como el lamentable Alfonso Ussía. Pero me inquieta que exista esta preocupación sobre la tendencia izquierdista de nuestras gentes de las artes, y por supuesto, que se utilice como arma arrojadiza dentro de la sarta de topicazos cavernarios que desenfundan de inmediato una de las palabras más apolilladas de nuestro hablar: “progre”. Un vocablo tan oxidado como su némesis “facha”. Como ven, apenas hemos evolucionado. No sé si realmente y por lo general nuestros artistas o intelectuales son de izquierdas, no lo tengo tan claro. Si me parece más claro que por lo general es gente inquieta y comprometida socialmente. ¿Por qué? No lo sé, pero quizás tenga que ver el hecho de que estamos hablando de gente que ha orientado su formación, educación y profesión dentro de unos parámetros humanísticos. El actor, el cineasta, el escritor, el escultor, el pintor, el músico… suelen ser por lo general personajes leídos e instruidos. No se trata de ningún tipo de superioridad intelectual (y aprovecho aquí para hacer una digresión; cuando escucho hablar sobre algo tan vago como la “superioridad moral de la izquierda”, pienso que en caso de existir tal superioridad, sólo podría ser comparable al “complejo de inferioridad de la derecha”, siempre tratando de justificarse por todo, asomando quizás cierto sentimiento de culpabilidad por pensamientos tan paleolíticos como prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo o la adopción de niños por parte de parejas homosexuales, por citar dos ejemplos), no es una superioridad intelectual como digo si no simplemente una distinta formación que hace que afrontes la vida con una perspectiva distinta de quien en su corazón alberga sueños materialistas. Quien haya leído a Dostoievski tiene un conocimiento sobre la moral que no posee quien no haya accedido a tal lectura. Quien haya leído a Dickens tiene una visión sobre la sociedad distinta de quien no haya catado su prosa. Quien haya leído a Baudelaire adquiere un sentido sobre nuestros propios infiernos desconocido para quien no se haya atrevido a descender a tales profundidades. Y quien haya leído a ese Unamuno del que comenzábamos hablando en esta entrada, es capaz de hacerse preguntas mucho más profundas que “¿ganará el Madrid en Old Trafford?” Esto no es ningún tipo de superioridad, si no una lógica tan aplastante como la que dicta que quien se levanta cada día a las doce del mediodía y acude a cualquier lugar en transporte público o privado, jamás podrá correr una maratón como quien cada mañana se levanta a las ocho en punto para correr durante una hora o dos. Lo mismo sucede por tanto en los temas de la intelectualidad, sensibilidad y pensamiento.


Gentes de sensibilidad exquisita.


La desproporcionada caza de brujas a la que hemos asistido estos días hacia los actores españoles promovida por esos medios manipuladores (esos que te desmontan la legitimidad de toda una huelga general con un argumento tan “contundente” como un sindicalista tomando una caña) deja en ridículo una vez más a estos intoxicadores mediáticos rebuscando en el pasado de los artistas buscando contradicciones e incoherencias con las que atacarles, y lo que es peor, toma descaradamente el pelo a sus lectores, aunque diría que dichos lectores están encantados de vivir con la venda de talibán en los ojos y siendo incapaces de pensar por ellos mismos. Una de las tretas más absurdas ha sido recurrir al hecho de que Javier Bardem y Penelope Cruz (por cierto, actores que ya hace años ni viven ni trabajan en España) dieron a luz a su hijo en un conocido hospital judío de Los Angeles (recordemos que California es el segundo estado en número de población judía en Estados Unidos por detrás de Nueva York, con lo cual las probabilidades de que acudas a un hospital judío en Los Angeles son tan altas como las de que Mariano Rajoy incumpla una promesa electoral), este hecho, para estos fabricantes de escarnios, es un oprobio debido a que Bardem se ha declarado partidario de la defensa de los derechos del pueblo palestino. Baste con buscar un poco de información sobre el hospital en cuestión, el Cedars Sinai, para ver que no sólo no tiene ningún tipo de implicación política ni sionista, si no que incluso en ocasiones ha destinado médicos de su centro a poblaciones palestinas para ayudar en programas de atención infantil. El ridículo y la desverguenza de periodistas como Francisco Marhuenda (jefe de gabinete de Mariano Rajoy cuando era ministro de Educación) no conoce límites. La poca capacidad de análisis propio de sus lectores parece que tampoco. En 2003 el 91% de los españoles, según las encuestas, nos declaramos contrarios a la invasión de Iraq por parte del ejercito de los Estados Unidos de América presididos por George Bush Jr. ¿Significó eso que ese 91% de españoles debíamos volvernos por ende anti-americanos y dejar de beber Coca-Cola o ver películas de Bruce Willis? Yo mismo me reconozco afín al reconocimiento de los derechos de Palestina como estado, y por otro lado soy capaz de respetar y admirar muchísimas cosas de la cultura y pueblo judíos. ¿Me convierte eso en un falso, un hipócrita o un incoherente? Apelo a la inteligencia del lector y a su criterio propio para dictaminar si un “pro” ha de venir acompañado siempre de un “anti”.



Créanme si les digo que esta entrada, madurada y meditada durante estos días de tiroteo indiscriminado y ataques salvajes hacia nuestro cine y sus artesanos, no pretende ser tanto una defensa del noble oficio actoral como un desesperado y agónico intento de ayudar a acabar de una vez con esa sombra oscura que se abate sobre nuestra intelectualidad desde el día en que un personaje tan oscuro como Millán-Astray decidió calificarla como “traicionera”. Cada cual es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios, y cada uno es libre de utilizar el altavoz que crea conveniente para expresarse. Si algunos de nuestros actores han decidido “socializar” (que no politizar)  la gala de los Goya, como en otras ocasiones han hecho conocidos homólogos suyos en los Oscars (desde Marlon Brando hasta Richard Gere), suyas y sólo suyas son sus razones y sus consecuencias. Libre también es la crítica hacia ellos de quien así lo disponga, como igual de libre es la crítica hacia este pequeño y humilde blog. Simplemente, como en todos los órdenes de la vida, se trata de hacerlo con cierto criterio y no seguir la vieja tradición de la infamia sobre el teatro. La agresividad actual hacia los actores no es nada más que la continuación de una vieja tradición que como habrá podido leer quien haya tenido la paciencia y curiosidad suficiente se remonta a la antigua Roma. No se crean, por tanto, tan originales. Los insultos que hoy día padecen los Willy Toledo o Bardem de turno los padecieron antes que ellos José Sacristán o Fernando Fernán Gómez. El genio Berlanga, recordemos, era para Franco literalmente un “mal español”. El Marhuenda de hoy día no es más que la continuación, disfrazada de periodismo, de esa fúnebre tradición de nuestra España más oscura, rancia y casposa. Tradición que parece perpetuarse ante el aplauso de algunos jóvenes que lejos de saludar el compromiso de los nuestros se apuntan al tiroteo hacia el pianista. La mayoría de los animales al nacer, aún siendo cachorros, sin recibir ningún tipo de enseñanza, tienen desarrollados una serie de instintos que conforman su conducta. Es lo que en biología se conoce como “memoria genética”. Si un gato doméstico recién nacido acude de inmediato a hacer sus necesidades sobre un montón de arena sin necesidad de ordenárselo, es simplemente por que millones de gatos a lo largo de años hicieron lo mismo mucho antes de su nacimiento. De igual modo en este país somos presos de nuestra propia “memoria genética” que influye en nuestro pensamiento y manera de ver las cosas. Cuanto más en los casos de quienes se eduquen en casas en las que constantemente la referencia a artistas e intelectuales se establece en términos del estilo de “vagos”, “chupócteros” y similares, y cuya única lectura permitida sea el As o el Marca. Hablamos entonces de casos prácticamente perdidos, por mucho que con los años estas personas se crean poseedores de un criterio y pensamiento propio. Se engañan a si mismos pues su pensamiento no es más que una herencia recibida (por recurrir a otro término muy de moda hoy en día)  

"El mal español", Caudillo dixit.




La virulencia desencadena estos días hacia los actores pone de manifiesto una vez más el cainismo de un país en grave crisis económica e incapaz de hacer unión ante un presente que no anticipa si no un futuro aún más negro debido a la precariedad laboral que nos dejan las últimas reformas y a la baja calidad de vida que nos ofrecen los recortes sociales. Los actores en el punto de mira como hace unos meses pudieron ser los mineros, los funcionarios, etc…  “Divide et impera”, divide y vencerás, dicen que era uno de los lemas de Julio César para conquistar batallas. Bien lo saben quienes no paran de asfixiarnos ayudados por esos medios de comunicación cómplices que buscan enfrentar a los españoles de continúo para que en ningún momento seamos la masa granítica que acabe con este estado de miseria al que nos han llevado. Tristemente también permite la continuación de un juego equivocado en el que todos estamos cayendo. El de la reivindicación “verdadera” que parecen poseer unos pocos elegidos (curiosamente, los que menos ponen un pie en la calle pero hacen la “revolución” desde el teclado de un ordenador), críticos con todo el que critica, y sinceramente, así no se puede. “La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero”,  escribió Antonio Machado en su papel de Juan de Mairena. Quedémonos con la verdad y no critiquemos tanto quien la ha dicho. Escuchemos el discurso, abstraigámonos del orador. De lo contrario, y como dice el sabio proverbio oriental, no seremos más que los necios que mientras el sabio señala la luna, se quedan mirando el dedo.