martes, 18 de junio de 2013

PAQUITO





Hoy hace ocho años que perdíamos a un buen amigo. Ocho años en los que su recuerdo no ha dejado de cobrar fuerza, pero en los que por otro lado el paso del tiempo ha ayudado a cicatrizar la herida por su perdida. Cada vez que los numerosos seres queridos que nos hemos quedado aquí pensamos en él lo hacemos con una enorme sonrisa en la boca, pero créanme, muchísimo más pequeña que cualquiera de las suyas. 

La muerte, esa maldita compañera de la vida con la que nos debemos acostumbrar a vivir. El Eros y el Thanatos. La dualidad que nos hace humanos. Todos nacemos con una enfermedad mortal: la vida. Estar vivo es estar sentenciado a muerte. Vivir es ir muriendo, que decían los barrocos. Para compensarlo, cada día que vivimos es un día en el que somos inmortales. Todos somos inmortales hasta el día de nuestra muerte. Como ven, nada hay mejor para la divagación que la propia esencia y existencia de la vida y la muerte, ya que la esencia de la vida conlleva la esencia de la muerte, y viceversa. Y con todo ello aún así sabemos que ningún golpe de, volvemos a ella, la vida, puede ser comparable al puñetazo irremediable de la muerte. 

La muerte se instala en nuestra vida cuando perdemos a alguien querido. El resto de nuestros días estarán ya marcados por esa ausencia. Ausencias más dolorosas cuando la persona que se va es alguien que parte demasiado pronto, como si la lógica, si es que existe, de nuestra especie dictase que no tocaba. A mis años ya he visto irse a un pequeño puñado de amigos, y duele. En 1998, en uno de esos veranos que se antojaba inolvidable, perdimos a dos de golpe. La maldita carretera en una noche del estío. Fue entonces cuando decidí que no podría hacer frente a algunas muertes, pero tendría que sobrevivir con ciertas ausencias. Por ello mi mente se puso a trabajar en buscar alguna solución evasiva. Mis amigos no habían muerto, pero es cierto que se habían ido. A un sitio demasiado lejano como para poder volver a verles, pero donde seguirían siendo felices y eternamente jóvenes. 

Paquito Bendito se fue en 2005 y evidentemente no lo he vuelto a ver. Pero no me cuesta imaginarlo envuelto en una toga y bailando rock’n’roll rodeado de despampanantes mujeres en algún remoto paraje donde ningún hombre ha llegado jamás. Y siempre que paso por Orbita en plena A6 camino del noroeste y recuerdo una de sus coñas favoritas (“¡mirad amigos, estamos en órbita!”) pienso: “¿qué andará haciendo el cabrón éste?” 

Por si acaso, por si realmente está montándose una buena juerga en un sitio realmente tan lejano y tan remoto al que no voy a poder acceder y me quedo con las ganas… sólo por eso, déjame que me eche un trago a tu salud, viejo amigo.  



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