martes, 11 de junio de 2013

AMOR Y ODIO


Harry Powell, inspiración atlética.



Algunos de ustedes ya lo saben. He abrazado una nueva religión. Quizás estén imaginando algo parecido a una secta satánica con vírgenes vestales, sacerdotisas de senos sinuosos únicamente vestidas con capas escarlata, y enormes y negros rottweilers. Lamento desilusionarles. Se trata de algo mucho más prosaico, pero cargado de fervor religioso igualmente. Me estoy refiriendo a la religión del “running”. 

Dicen que es una moda, aunque yo creo que el hombre siempre ha corrido, de igual modo que también se ha corrido. Es cierto que no paro de ver gente corriendo, pero también es cierto que ahora me fijo más que antes y los veo como correligionarios (estupendo vocablo, y proclive al juego de palabras para este caso, “corre”, “legionario”) Es posible incluso que tanta gente practicando este saludable hábito obedezca a la necesidad y la supervivencia debido al suicida estilo de vida occidental que todos hemos abrazado. Un ritmo de vida bestial en el que nos obsesionamos tanto con exprimir el tiempo que al final somos incapaces disfrutar del mismo, lo que viene a ser lo mismo que ser incapaces de disfrutar de la vida. De hecho en mi caso particular fueron una serie de problemas relacionados con esas cosas de la ansiedad, el estrés, la hiperactividad, la angustia y como no, eso que llaman “mala vida” lo que me empujaron a decidirme a quemar adrenalina de este modo tan natural. Por tanto tuve que tragarme muchas de mis convicciones, como la de que “correr es de cobardes” o la de que “que corra el balón” para calzarme las mallas (y consecuentemente marcar paquete) y echar a correr. Fue recuperar aquellos años colegiales en los que fui corredor de fondo, medio fondo y cross. Esas madrugadas en las que sonaba el despertador a las seis de la mañana en pleno invierno berciano para subir por piernas al Pantano de Bárcena mientras mi entrenador se quedaba levantando pesas en el gimnasio con su pandilla. Pero las cosas son muy distintas ahora, y esa magia ochentera (primeras pajas, cassetes de doble pletina, etc) han dado paso a la gris madurez de los cuarenta años, con unos pulmones castigados por dos décadas de nicotina y unas piernas que si responden es gracias al entrenamiento a las que las han sometido las animosas noches bailando “northern soul”. 

Hubo que desengrasar la oxidada maquinaria, y poco a poco fueron cayendo los kilómetros. De modo que a día de hoy soy capaz de pasar de los diez mil metros con relativa facilidad y mantenerme durante una hora seguida corriendo. No está mal teniendo en cuenta mi más reciente pasado. Evidentemente sesenta minutos corriendo y sudando en soledad dan para mucho. Es un fantástico ejercicio de introspección y conocimiento de uno mismo, quien logra por momentos aislarse de todo lo que le rodea. Desgraciadamente no es fácil lograrlo por completo, y menos en una ciudad como Madrid, donde por mucho que te empeñes en buscar espacios verdes, parques, o calles poco concurridas, te acabas encontrando con infinidad de “enemigos” que por un lado dificultan lo que para el practicante ha de ser tanto un ejercicio físico como mental, pero por otro pueden incluso servir de estimulante y acicate. Así es como he llegado a la conclusión de que mis dos grandes motores a la hora de correr son, cual moderno Harry Powell de nudillos tatuados, el AMOR y el ODIO. En definitiva los grandes impulsos que han movido a la humanidad desde que el hombre es hombre y Bibi Andersen mujer. 

Y sí amigos, siento AMOR. Amor por el viento que golpea mi cara. Por los rayos de sol que acaricia mi cuerpo. Por el cielo que me sirve de techo. Amor por la naturaleza que me rodea. Por los árboles que saludan mi paso. Amor por la vida. Por el cielo azul. Por la salud. Por el regalo de la vida y por esos minutos de total libertad. Amor por todas las criaturas, grandes y pequeñas. Amor por cada gota de sudor que surca mi piel, expulsando los venenos a los que nos sometemos a diario. Amor por la magnífica, grandiosa, inabarcable e infinita comunión entre el hombre y la tierra. 

Pero ese AMOR pronto se torna en ODIO. Odio por los coches y su frenético devenir que destrozan la natural comunión antropológica. Odio por sus estúpidos conductores que necesitan el vehículo para ir de Arturo Soria a Chamartín mientras engordan su maldito culo. Y entonces recuerdo al inolvidable Profesor Avenarius que Milan Kundera creó en “La Inmortalidad”, y su cruzada contra los automóviles, a los que acusaba de destrozar la belleza arquitectónica de las ciudades. ¡Cuánta razón amigo Avenarius!, no en vano fuiste creado bajo la inspiración de Richard Avenarius, padre del empirocriticismo. Y es que el bueno de Kundera siempre fue un filósofo disfrazado de novelista, o un novelista con vocación filosófica, lo mismo es. El caso es que ese pensamiento me llena de alegría, y recuerdo el descubrimiento que supuso para mí leer “La Inmortalidad”, y de inmediato me vuelvo a sentir henchido de AMOR. Amor por la literatura, por las novelas, grandes y pequeñas, por el verbo y la palabra. Amor por el arte que enriquece el espíritu. Por la creación intelectual. Por la música pop. Por el cine. Por los comics. Por todo lo bueno que es capaz de salir de las manos y las mentes de los seres humanos. Y amo por consiguiente a mis semejantes y a la especie humana a la que pertenezco. Pero luego pienso que esas mismas manos son las que fabrican armas, bombas, y como no, coches. Coches horribles para horteras orgullosos. Coches veloces para bacaladeros de mandíbula apretada y rechinar de dientes. Y pienso que esas mismas mentes son las que crean spots televisivos de San Miguel o canciones de David Bustamante, y entonces vuelve el ODIO, con mayor fuerza que antes, que se acrecienta cuando me enfrento a algunos congéneres a la vez que corro. Y odio a ese cartero despreocupado que casi me arrolla con su carrito por caminar despreocupado comiendo pipas y dejando las calles llenas de suciedad. Y odio también al niñato gilipollas que en un barrio rico se las da de rebelde consumiendo su tiempo entre porros y litronas de cerveza. Y odio, y a estos por encima de los demás, a los figurines trajeados que lucen gomina cuando salen de los inmensos edificios de sus grandes empresas para fumar y contaminar ese aire puro que yo trato de disfrutar. Odio sus trajes, sus corbatas, sus trabajos, y todo lo que representan. Porque en ellos está lo peor de nuestra sociedad. En ellos está esta NO filosofía de vida, esta NO vida, este NO tiempo. En ellos está el materialismo, el consumo desaforado, y el sentido de la vida en base a la acumulación de riqueza. Apóstoles del “tanto tienes tanto vales”, han asesinado sin piedad el regalo de la vida como experiencia de conocimiento entre el ser humano y su natural entorno. Han destruido toda esperanza de riqueza del tiempo con un ritmo de vida infernal y toda belleza vital con un mundo cada vez más tecnológico, artificial y esclavizado. Malditos. Y sigo corriendo y odiando, tropezando y esquivando cuerpos de congéneres, muchos de ellos, seguro, muertos por dentro. Y surgen de repente las madres empujando amenazantes coches de bebes a mi paso y mi tentador primer impulso vuelve a ser el del ODIO, pero de inmediato reflexiono. Una madre y su hijo. Pocas imágenes tan poderosas para explicar al mismo tiempo la grandeza y la simpleza de la vida. Y aparecen los ancianos de renqueante paso que entorpecen mi camino, y también amenaza el primitivo deseo del ODIO, pero de nuevo reflexiono. Y pienso, y comprendo, y respeto, esa sublime ancianidad plena de sabiduría del ser humano. Y cuando veo esos ancianos en pareja la emoción se acrecienta y casi deja asomar el llanto. Los imagino toda la vida juntos, compartiendo alegrías y desdichas por igual apoyados el uno en el otro, intentando derribar la realidad existencialista y solitaria del ser humano y tratando de ser un mismo ente y no dos. Y me enternezco tanto cuando veo y pienso todo ello que lo único que siento es AMOR. Amor de nuevo por la vida, por las mujeres, por los hombres, por los amigos, por los compañeros. Amor por mi pareja. Amor por la posibilidad de vivir una vida juntos. 

Y así continúo balanceándome entre el AMOR y el ODIO como el Asombroso Spider-Man se balancea entre los edificios de la ciudad de Nueva York, y cuando me doy cuenta ya llevo corridos diez kilómetros.  

Y este, amigos, es el verdadero motor de mi pasión por el “running” y mi auténtico impulso a la hora de correr, y no, como algunos habíais pensado, llevar a Chiquetete en el ipod. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario