viernes, 28 de junio de 2013

SOLILOQUIO CIRCUNSTANCIAL DE LOS GRILLOS EN PRIMAVERA


"Los tigres" (Salvador Dalí)



Bajo las palmeras,
Agitando la vida en burbujas de metacrilato
Subyace el veneno de los felinos que no se dejaron domesticar.

No comen de la mano de nadie
Pero beben sobre el abdomen de sus hijos bastardos
Y olisquean el trasero de la necedad. 

“Van como locos”, susurra una vieja
Encerrada en una urna de cristal conectada a un estúpido “reality show”.   

“Tienen un aire descarnado”, afirma un retratista circunspecto.

Mientras tanto preparan una infusión de moscas en sus tazas de té
Y untan de excremento los panecillos de su merienda. 

Uno de ellos desabrocha su albornoz
Y se antoja un coro de mariposas fálicas
Una orquesta que resuena gritos de champán
Y toneladas de semen de tormenta. 

“Esta juventud no respeta nada”, espeta el mayordomo de una secta nudista
Que frota una lámpara de aceite con olor a ricino. 

“Son el sueño de la razón, que produce monstruos”, sentencia un hombre llamado caballo. 

Para concluir la fiesta una por una van desfilando las once mil vergas de Apollinaire, saludando a la audiencia y portando banderas de países exóticos como Sesofralandia, la República Bergumesiana o El Satrapador. 


“Van como locos”… 

martes, 18 de junio de 2013

PAQUITO





Hoy hace ocho años que perdíamos a un buen amigo. Ocho años en los que su recuerdo no ha dejado de cobrar fuerza, pero en los que por otro lado el paso del tiempo ha ayudado a cicatrizar la herida por su perdida. Cada vez que los numerosos seres queridos que nos hemos quedado aquí pensamos en él lo hacemos con una enorme sonrisa en la boca, pero créanme, muchísimo más pequeña que cualquiera de las suyas. 

La muerte, esa maldita compañera de la vida con la que nos debemos acostumbrar a vivir. El Eros y el Thanatos. La dualidad que nos hace humanos. Todos nacemos con una enfermedad mortal: la vida. Estar vivo es estar sentenciado a muerte. Vivir es ir muriendo, que decían los barrocos. Para compensarlo, cada día que vivimos es un día en el que somos inmortales. Todos somos inmortales hasta el día de nuestra muerte. Como ven, nada hay mejor para la divagación que la propia esencia y existencia de la vida y la muerte, ya que la esencia de la vida conlleva la esencia de la muerte, y viceversa. Y con todo ello aún así sabemos que ningún golpe de, volvemos a ella, la vida, puede ser comparable al puñetazo irremediable de la muerte. 

La muerte se instala en nuestra vida cuando perdemos a alguien querido. El resto de nuestros días estarán ya marcados por esa ausencia. Ausencias más dolorosas cuando la persona que se va es alguien que parte demasiado pronto, como si la lógica, si es que existe, de nuestra especie dictase que no tocaba. A mis años ya he visto irse a un pequeño puñado de amigos, y duele. En 1998, en uno de esos veranos que se antojaba inolvidable, perdimos a dos de golpe. La maldita carretera en una noche del estío. Fue entonces cuando decidí que no podría hacer frente a algunas muertes, pero tendría que sobrevivir con ciertas ausencias. Por ello mi mente se puso a trabajar en buscar alguna solución evasiva. Mis amigos no habían muerto, pero es cierto que se habían ido. A un sitio demasiado lejano como para poder volver a verles, pero donde seguirían siendo felices y eternamente jóvenes. 

Paquito Bendito se fue en 2005 y evidentemente no lo he vuelto a ver. Pero no me cuesta imaginarlo envuelto en una toga y bailando rock’n’roll rodeado de despampanantes mujeres en algún remoto paraje donde ningún hombre ha llegado jamás. Y siempre que paso por Orbita en plena A6 camino del noroeste y recuerdo una de sus coñas favoritas (“¡mirad amigos, estamos en órbita!”) pienso: “¿qué andará haciendo el cabrón éste?” 

Por si acaso, por si realmente está montándose una buena juerga en un sitio realmente tan lejano y tan remoto al que no voy a poder acceder y me quedo con las ganas… sólo por eso, déjame que me eche un trago a tu salud, viejo amigo.  



miércoles, 12 de junio de 2013

GRECIA SE QUEDA SIN VOZ




Sin voz, sin ojos, sin oídos… como los tres monos místicos de la cultura japonesa. Oír, ver y callar. Sumisión a un sistema cada vez más voraz y con armas más afiladas. La voz del pueblo, silenciada. El ojo público, arrancado. 

Tres mil trabajadores despedidos y en la calle es el último sacrificio exigido por la troika a un pueblo al que, como al nuestro, le seguirán mintiendo con el infame mantra de que han vivido por encima de sus posibilidades. No hubo aviso previo. Ni siquiera votación parlamentaria. Tan sólo un decreto ley de urgencia para que el pueblo siga alimentando a los amos del cortijo. Ni en las peores épocas del feudalismo. Europa y su regresiva espiral de autodestrucción. El sueño húmedo de las elites más cruentas parece cada vez más próximo. La desaparición de cualquier tipo de soberanía nacional. De cualquier orgullo e identidad en los pueblos. La extinción de los estados y con ellos, sus servicios públicos. Todo el globo terráqueo convertido en un inmenso tablero de Monopoly para comprar, vender y especular a gusto. 

Fundada en 1938, la ERT (Elliniki Radiofonía Tilerasi), sólo vio interrumpida su actividad durante la ocupación nazi. Ni siquiera claudicó ante la conocida como “Dictadura de los Coroneles” durante las décadas de los 60 y 70 (el régimen creó su propia emisora, la YENED, posteriormente absorbida por el ente público y rebautizada como ERT-2) Ahora, una nueva dictadura, la del Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europa, esa troika salvaje que nos está dejando sin sangre a los ciudadanos del continente para después sin el menor pudor redactar vergonzosos informes afirmando “perdón por las molestias amigos, nos equivocamos en las previsiones”, finaliza con 75 años de radiotelevisión griega al servicio de su pueblo. 

martes, 11 de junio de 2013

AMOR Y ODIO


Harry Powell, inspiración atlética.



Algunos de ustedes ya lo saben. He abrazado una nueva religión. Quizás estén imaginando algo parecido a una secta satánica con vírgenes vestales, sacerdotisas de senos sinuosos únicamente vestidas con capas escarlata, y enormes y negros rottweilers. Lamento desilusionarles. Se trata de algo mucho más prosaico, pero cargado de fervor religioso igualmente. Me estoy refiriendo a la religión del “running”. 

Dicen que es una moda, aunque yo creo que el hombre siempre ha corrido, de igual modo que también se ha corrido. Es cierto que no paro de ver gente corriendo, pero también es cierto que ahora me fijo más que antes y los veo como correligionarios (estupendo vocablo, y proclive al juego de palabras para este caso, “corre”, “legionario”) Es posible incluso que tanta gente practicando este saludable hábito obedezca a la necesidad y la supervivencia debido al suicida estilo de vida occidental que todos hemos abrazado. Un ritmo de vida bestial en el que nos obsesionamos tanto con exprimir el tiempo que al final somos incapaces disfrutar del mismo, lo que viene a ser lo mismo que ser incapaces de disfrutar de la vida. De hecho en mi caso particular fueron una serie de problemas relacionados con esas cosas de la ansiedad, el estrés, la hiperactividad, la angustia y como no, eso que llaman “mala vida” lo que me empujaron a decidirme a quemar adrenalina de este modo tan natural. Por tanto tuve que tragarme muchas de mis convicciones, como la de que “correr es de cobardes” o la de que “que corra el balón” para calzarme las mallas (y consecuentemente marcar paquete) y echar a correr. Fue recuperar aquellos años colegiales en los que fui corredor de fondo, medio fondo y cross. Esas madrugadas en las que sonaba el despertador a las seis de la mañana en pleno invierno berciano para subir por piernas al Pantano de Bárcena mientras mi entrenador se quedaba levantando pesas en el gimnasio con su pandilla. Pero las cosas son muy distintas ahora, y esa magia ochentera (primeras pajas, cassetes de doble pletina, etc) han dado paso a la gris madurez de los cuarenta años, con unos pulmones castigados por dos décadas de nicotina y unas piernas que si responden es gracias al entrenamiento a las que las han sometido las animosas noches bailando “northern soul”. 

Hubo que desengrasar la oxidada maquinaria, y poco a poco fueron cayendo los kilómetros. De modo que a día de hoy soy capaz de pasar de los diez mil metros con relativa facilidad y mantenerme durante una hora seguida corriendo. No está mal teniendo en cuenta mi más reciente pasado. Evidentemente sesenta minutos corriendo y sudando en soledad dan para mucho. Es un fantástico ejercicio de introspección y conocimiento de uno mismo, quien logra por momentos aislarse de todo lo que le rodea. Desgraciadamente no es fácil lograrlo por completo, y menos en una ciudad como Madrid, donde por mucho que te empeñes en buscar espacios verdes, parques, o calles poco concurridas, te acabas encontrando con infinidad de “enemigos” que por un lado dificultan lo que para el practicante ha de ser tanto un ejercicio físico como mental, pero por otro pueden incluso servir de estimulante y acicate. Así es como he llegado a la conclusión de que mis dos grandes motores a la hora de correr son, cual moderno Harry Powell de nudillos tatuados, el AMOR y el ODIO. En definitiva los grandes impulsos que han movido a la humanidad desde que el hombre es hombre y Bibi Andersen mujer. 

Y sí amigos, siento AMOR. Amor por el viento que golpea mi cara. Por los rayos de sol que acaricia mi cuerpo. Por el cielo que me sirve de techo. Amor por la naturaleza que me rodea. Por los árboles que saludan mi paso. Amor por la vida. Por el cielo azul. Por la salud. Por el regalo de la vida y por esos minutos de total libertad. Amor por todas las criaturas, grandes y pequeñas. Amor por cada gota de sudor que surca mi piel, expulsando los venenos a los que nos sometemos a diario. Amor por la magnífica, grandiosa, inabarcable e infinita comunión entre el hombre y la tierra. 

Pero ese AMOR pronto se torna en ODIO. Odio por los coches y su frenético devenir que destrozan la natural comunión antropológica. Odio por sus estúpidos conductores que necesitan el vehículo para ir de Arturo Soria a Chamartín mientras engordan su maldito culo. Y entonces recuerdo al inolvidable Profesor Avenarius que Milan Kundera creó en “La Inmortalidad”, y su cruzada contra los automóviles, a los que acusaba de destrozar la belleza arquitectónica de las ciudades. ¡Cuánta razón amigo Avenarius!, no en vano fuiste creado bajo la inspiración de Richard Avenarius, padre del empirocriticismo. Y es que el bueno de Kundera siempre fue un filósofo disfrazado de novelista, o un novelista con vocación filosófica, lo mismo es. El caso es que ese pensamiento me llena de alegría, y recuerdo el descubrimiento que supuso para mí leer “La Inmortalidad”, y de inmediato me vuelvo a sentir henchido de AMOR. Amor por la literatura, por las novelas, grandes y pequeñas, por el verbo y la palabra. Amor por el arte que enriquece el espíritu. Por la creación intelectual. Por la música pop. Por el cine. Por los comics. Por todo lo bueno que es capaz de salir de las manos y las mentes de los seres humanos. Y amo por consiguiente a mis semejantes y a la especie humana a la que pertenezco. Pero luego pienso que esas mismas manos son las que fabrican armas, bombas, y como no, coches. Coches horribles para horteras orgullosos. Coches veloces para bacaladeros de mandíbula apretada y rechinar de dientes. Y pienso que esas mismas mentes son las que crean spots televisivos de San Miguel o canciones de David Bustamante, y entonces vuelve el ODIO, con mayor fuerza que antes, que se acrecienta cuando me enfrento a algunos congéneres a la vez que corro. Y odio a ese cartero despreocupado que casi me arrolla con su carrito por caminar despreocupado comiendo pipas y dejando las calles llenas de suciedad. Y odio también al niñato gilipollas que en un barrio rico se las da de rebelde consumiendo su tiempo entre porros y litronas de cerveza. Y odio, y a estos por encima de los demás, a los figurines trajeados que lucen gomina cuando salen de los inmensos edificios de sus grandes empresas para fumar y contaminar ese aire puro que yo trato de disfrutar. Odio sus trajes, sus corbatas, sus trabajos, y todo lo que representan. Porque en ellos está lo peor de nuestra sociedad. En ellos está esta NO filosofía de vida, esta NO vida, este NO tiempo. En ellos está el materialismo, el consumo desaforado, y el sentido de la vida en base a la acumulación de riqueza. Apóstoles del “tanto tienes tanto vales”, han asesinado sin piedad el regalo de la vida como experiencia de conocimiento entre el ser humano y su natural entorno. Han destruido toda esperanza de riqueza del tiempo con un ritmo de vida infernal y toda belleza vital con un mundo cada vez más tecnológico, artificial y esclavizado. Malditos. Y sigo corriendo y odiando, tropezando y esquivando cuerpos de congéneres, muchos de ellos, seguro, muertos por dentro. Y surgen de repente las madres empujando amenazantes coches de bebes a mi paso y mi tentador primer impulso vuelve a ser el del ODIO, pero de inmediato reflexiono. Una madre y su hijo. Pocas imágenes tan poderosas para explicar al mismo tiempo la grandeza y la simpleza de la vida. Y aparecen los ancianos de renqueante paso que entorpecen mi camino, y también amenaza el primitivo deseo del ODIO, pero de nuevo reflexiono. Y pienso, y comprendo, y respeto, esa sublime ancianidad plena de sabiduría del ser humano. Y cuando veo esos ancianos en pareja la emoción se acrecienta y casi deja asomar el llanto. Los imagino toda la vida juntos, compartiendo alegrías y desdichas por igual apoyados el uno en el otro, intentando derribar la realidad existencialista y solitaria del ser humano y tratando de ser un mismo ente y no dos. Y me enternezco tanto cuando veo y pienso todo ello que lo único que siento es AMOR. Amor de nuevo por la vida, por las mujeres, por los hombres, por los amigos, por los compañeros. Amor por mi pareja. Amor por la posibilidad de vivir una vida juntos. 

Y así continúo balanceándome entre el AMOR y el ODIO como el Asombroso Spider-Man se balancea entre los edificios de la ciudad de Nueva York, y cuando me doy cuenta ya llevo corridos diez kilómetros.  

Y este, amigos, es el verdadero motor de mi pasión por el “running” y mi auténtico impulso a la hora de correr, y no, como algunos habíais pensado, llevar a Chiquetete en el ipod. 



viernes, 7 de junio de 2013

EL EYACULADOR DE CANASTAS


Hoy hacemos "trampa". Traigo aquí un texto de mi última entrada en mi otro blog. El Eyaculador de Palabras nació como un rincón mucho más personal, pero hoy tocaba mirar hacia dentro y hacer introspección. El blog del Tirador Melancólico cumple dos añitos. Déjenle que se pegue un buen revolcón con su blog hermano.  


Hoy cumplimos dos años en la red. De nuestro estado de salud debieran opinar los lectores (si es que existen, más allá del irreductible Marcos de Gijón al que enviamos un fuerte abrazo por su incondicional apoyo) Lo único cierto es que aquí seguimos, escribiendo sobre nuestro deporte favorito y procurando tener una actividad más o menos continuada.

Si hablamos de cifras, éstas hablan de 301 entradas publicadas y más de 40000 vistas. Creo que no está mal. Nuestro texto sobre Steve Nash sigue siendo el favorito de los lectores, y es el único que ha superado las mil vistas. 

Ahora un poco de autocrítica y exhibicionismo impúdico. Creo que en este segundo año el nivel del blog ha bajado, sobre todo en cuanto a la calidad de los textos se refiere. ¿Razones? He de sacar al aire una intimidad. No es fácil de explicar, pero digamos que en los últimos meses mi vida ha cambiado. Supongo que toda la vida es una constante transformación y el paso de los años consiste en enfrentarse a dichos cambios y saber adaptarte a las nuevas situaciones. A día de hoy sigo sin saber exactamente que me ha sucedido, pero hace meses las cosas empezaron a ir mal. No me resulta sencillo poder describirlo. Por mucho que piense que puedo manejar la palabra con cierta destreza, sigo siendo incapaz de encontrar la manera de definir sensaciones y sentimientos que nunca antes había padecido, o al menos diría que no me había percatado de ello. Pasé ratos realmente infernales, y tras consultas médicas de todo tipo y sin todavía poder tener un diagnóstico claro han encauzado mis problemas a eso que llaman “ansiedad”. Nunca pensé que pudiera sucederme algo así, el caso es que hubo momentos en los que la simple existencia se convertía en una especie de tortura, como si fuera incapaz siquiera de poder vivir conmigo mismo. No me soportaba. Sentía claustrofobia de mi propia piel. Aquello me afectaba tanto que había días en los que era incapaz de sentarme a escribir durante quince minutos seguidos, ya que enseguida sentía un maldito relámpago que me partía el alma por la mitad. Un desesperante ahogo para el que no conocía solución, simplemente tenía que dejar de escribir, salir a la calle, respirar… y aprender a vivir con esto. 

Se imponía entonces un cambio de vida, de hábitos, y de modos. Tuve que cuidar el sueño. La NBA, por lo tanto, en cierta manera restringida (por eso esta temporada hemos escrito mucho más sobre ACB y Europa que sobre la liga profesional estadounidense), realmente sólo me dediqué a seguir a los  Minnesota Timberwolves, porque sigo viendo este deporte como un ejercicio de magia e ilusionismo y no concibo mago más supremo hoy día que Ricky Rubio. Cambios en la alimentación, vida sana, largos paseos, y últimamente “running”. De mis timoratas carreras iniciales a poder meterme una decena de kilómetros de una sentada y sin apenas sentirme especialmente castigado. Adiós al tabaco, a la cafeína, a mi litro de Coca-Cola diario. Adiós a estimulantes de todo tipo y habituales compañeros de viaje que siempre estaban ahí cuando el fin de semana comenzaba a asomar. A partir de ahí el blog tuvo ciertas dificultades de encontrar hueco en mi rutina, y prácticamente ha tenido que conformarse con ser alimentado en los ratos libres que me deja el trabajo, en la oficina donde a fuerza debo pasar ocho horas al día. Y en ese contexto la literatura se resiente. 

Por si fuera poco, y buscando en parte ahuyentar algunos de mis fantasmas, tanto como apoyarme en la escritura más allá de las limitaciones de este deporte, puse en marcha otro blog. Un lugar donde recopilar viejos textos y parir nuevos pensamientos. Pero El Tirador sigue su camino. Por muchos problemas a los que nos tengamos que enfrentar y pese al decaimiento habitual que sacude tu conciencia cuando arbitras el valor de tu tiempo. Es entonces cuando te preguntas si esto merece la pena o no (si pienso, por ejemplo, que esas más de 300 entradas publicadas darían sin duda para haber escrito un libro… otra cosa es que hubiera encontrado interés por ser publicado). Y mi respuesta es que amo el baloncesto tanto como para que sea un sí. Y escribir sobre este deporte me sigue permitiendo estar más cerca de él y disfrutarlo. Me obliga a estar al corriente de su actualidad, y me procura placeres como poder sumergirme en historias, biografías, anécdotas o vivencias de este deporte que posiblemente si no fuera por el blog dejaría pasar por alto. En definitiva, este espacio virtual sigue teniendo sentido porque el baloncesto sigue teniendo sentido. Me sigue haciendo feliz el pasado, presente y futuro de este deporte. Y ahí aparecen motivos de sobra. Las finales de la NBA comenzadas esta pasada madrugada, nuestras finales de Liga Endesa, y a medio plazo ya vislumbramos el ilusionante Europeo de Eslovenia donde acudimos a defender nada menos que dos oros consecutivos con la ausencia de nuestro gran líder Pau Gasol. Y esta sigue siendo la gran noticia. El juego sigue, y con él la vida.   

La casualidad (ya que no fue premeditado) quiso que aquel 7 de Junio en el que decidí que el Tirador echase a andar fuese el decimoctavo aniversario de la muerte del gran Drazen Petrovic, el Mozart de las canchas de juego. Se cumplen hoy por tanto dos décadas sin el halo genial del quizás mayor talento ofensivo europeo que ha dado este deporte. La historia ya es conocida pero no por ello no ha de ser recordada una vez más. El 6 de Junio de 1993 Drazen jugaba en la localidad polaca de Wroclaw un partido clasificatorio para el Europeo de Alemania de ese mismo año con su selección croata, la misma a la que había llevado al subcampeonato olímpico un año antes en Barcelona (lo cual equivalía casi a ganar el oro, dada la sideral distancia que establecía el llamado Dream Team USA sobre el resto de selecciones) En su línea, el escolta croata alcanzó la treintena de puntos. Sus últimos treinta puntos. Aquella noche Drazen no cogería el avión de vuelta a Croacia con sus compañeros. Aprovechando que disponía de unos días de asueto quiso disfrutarlos en compañía de su romance por aquel entonces, una modelo alemana llamada Klara Szalantzy (actualmente esposa del ex –futbolista Oliver Bierhoff), cuyo nombre quedaría para siempre ligado a la tragedia. Klara y Drazen, acompañados de la jugadora turca Hilal Edebal emprendieron un viaje en automóvil por las carreteras europeas. Pasadas las cinco de la tarde del 7 de Junio circulaban por la autopista de Deggendorf, cerca de Munich. Drazen dormía mientras Klara llevaba el volante. Un camión se cruzó frontalmente en su camino y cambió la historia del baloncesto para siempre. Murió el hombre, nació la leyenda. Tenía 28 años y venía de promediar 22,3 puntos en la mejor liga del baloncesto del mundo vistiendo la camiseta de los New Jersey Nets. Sus números adquieren mayor relevancia cuando se comprueba que eran logrados con un 52% en tiros de campo. Una barbaridad para un base-escolta acostumbrado a jugar (y tirar) lejos del aro. Su 45% en triples, simplemente inhumano. A donde hubiera podido llegar el Petrovic de sus 29, 30, 31 o 32 años, las mejores edades para un baloncestista entra ya en el terreno de la cábala y la conjetura. 


Inevitablemente cada aniversario del blog del Tirador no puede sino ir acompañado de un recuerdo hacia la figura del jugador que como dijo LeBron James preguntado sobre quien había sido el mejor baloncestista europeo de la historia, “nunca tenía miedo”. Brindemos por los genios.