martes, 7 de mayo de 2013

ALGO HUELE A PODRIDO EN PENSILVANIA


Hace tiempo que tengo en mente hablarles acerca de una reciente teleserie de la productora Cinemax (filial de la todopoderosa HBO) que supuso para mí todo un descubrimiento y como no podía ser de otra manera me devoré su primera temporada (diez episodios) en menos que Mourinho monta un incendio en el vestuario del Real Madrid. Vaya por delante que hablamos de un programa enteramente integrado en los parámetros de la acción policíaca y el género detectivesco y criminal, con lo cual si no es usted aficionado a estas temáticas dudo mucho que el producto capte mínimamente su atención. Hablo de la excesiva, salvaje y violenta “Banshee”, estrenada en Enero de 2013 en Estados Unidos y que de momento no conoce proyección en nuestro país. Se trata de una serie explícita en violencia y sexo, y sucia, muy sucia, una suciedad, podredumbre y corrupción que se respira en cada momento de todos y cada uno de los capítulos. Ahí es donde radica la auténtica violencia de “Banshee”, más allá de la continua exhibición de peleas, tiroteos, persecuciones y auténticos baños de sangre. La violencia y suciedad de unos personajes moralmente corrompidos y cuyo hedor a mezquindad es capaz de traspasar las fronteras catódicas y llegar hasta las mismas narices del espectador.     


En "Banshee" nada es lo que parece.


La acción se desarrolla en una pequeña y en principio apacible población de carácter rural del noreste estadounidense, concrétamente en el estado de Pensilvania. Una pequeña villa con un importante predominio de población amish que convive (o malvive) junto a toda clase de “white trash”, “rednecks”, borrachos y demás gentes poco recomendables cuya subsistencia se basa trabajando en la industria cárnica para un amish renegado y expulsado de los suyos, descendiente de inmigrantes holandeses, y que responde al impactante nombre de Kai Proctor. En realidad se trata de un cacique criminal quien con puño de hierro y gracias al lenguaje del miedo maneja a su antojo todo lo que sucede en el pueblo pese a los intentos del joven e idealista alcalde y del fiscal del condado (los dos únicos personajes con cierto sentido ético en toda la trama) de acabar con su dictadura de sangre y terror. Bajo la pacífica y luminosa apariencia de una idílica aldea en la que todo el mundo se conoce y podrías dejar abierta la puerta de tu casa por las noches subyace todo un mundo de miseria moral, depravación y delincuencia. Un sheriff que en realidad es un ex –presidiario; la ejemplar ama de casa, madre de familia y esposa del fiscal, quien no es otra cosa que la ex –novia del citado sheriff, además de una hábil ladrona y experta en artes marciales, hija a su vez de un peligroso ganster ucraniano (acertada recuperación del célebre actor británico Ben Cross) al que ambos han tenido la desafortunada idea de estafar. ¿Les parece poco? Pues tenemos también a una jovencita amish (sobrina de Proctor) que por las noches se quita su recatado vestido para ceñirse minifaldas y buscar la cama de nuestro amigo el falso sheriff; un ex –campeón de los pesos welter que regenta un bar salpicado de whisky y sangre; un jefe indio y su hijo dispuestos a meterse en el mundo de los negocios a través de la construcción de un casino; la rebelde hija de dicho jefe que vuelve al redil con su padre moribundo; un hacker travestido; el inquietante subordinado de Kai Proctor, una especie de Waylon Smithers que no duda hasta en asesinar por su amo, e incluso una viuda capaz de acostarse con el asesino de su marido en el calentón de una noche. Tampoco faltan, como no, los menores problemáticos, en este caso gentileza de la pareja formada por el fiscal y la ladrona regenerada. Una adolescente en plena edad del pavo con ganas de rebelarse y flirtear con la mala vida y un chaval en pubertad aquejado de una enfermedad pulmonar y respiratoria que parece ser una fibrosis quística (muy de moda en las teleseries, vean si no “Bates Motel”)   


Las chicas amish también saben divertirse


Este viene a ser el paisanaje humano que deambula por “Banshee”, todo ello envuelto en una atmósfera negra negrísima no tanto en las formas (absolutamente explicitas y excesivas) si no en un fondo en el que apenas se distinguen líneas de separación entre villanía y heroicidad y en la que todos los personajes adquieren en algún momento un semblante ciertamente tenebroso. La serie gustará a los amantes de los excesos, que disfrutarán de los tics tarantinianos y peckimpahianos que ofrece el espacio. El sexo palpita de modo salvaje a cada fotograma, impelido por la fuerza de la protagonista Ivana Milicevic, cuya sola presencia en pantalla enerva cualquier pulsión sexual. A su lado una diosa carnal como la joven Lili Simmons asegura la excitación catódica, y el neocelandés Antony Starr cumple como atormentado antihéroe de mirada quebradiza pero férreos músculos erectos. A través de los diez episodios de esta primera temporada lógicamente se suceden los altibajos, decepcionando terriblemente el final, que prometía una especie de revisión de “Grupo Salvaje” y acaba tornándose en un remedo de “El Equipo A” con una fiesta de balas y metralla en la que milagrosamente apenas hay heridos. Una pena. Aún así no ha logrado quitarme el magnífico sabor de boca general que permanece en mí después de haber disfrutado de este pantagruélico banquete de sexo y violencia, con imágenes que perduran todavía en mi retina pese a hacer ya varias semanas que finalicé el visionado de la temporada. Una de las más poderosas es aquella en la que después de una impresionante pelea entre Kai Proctor y el falso sheriff Lucas Hood (el personaje principal, interpretado por Antony Starr, y de quien en realidad no sabemos su auténtico nombre en ningún momento), ambos contendientes exhaustos y desangrados cesan su combate para hablar de negocios y ayudarse mutuamente en ciertos asuntos. El acuerdo es sellado a través de una botella de Chivas Regal que Proctor cede a Hood para que eche un trago tras el monumental reparto de puñetazos. Entonces vemos al jadeante protagonista beber de la botella en cuyo interior la sangre que mana la boca de Hood se mezcla con el alcohol encerrado en el cristal. Puro asco, pura fealdad, pura suciedad, pura vida. Esa sangre que se abraza religiosamente al whisky metaforiza la calaña a la que pertenecen los protagonistas de “Banshee”, tanto el héroe como el villano. Y es que parafraseando al soldado Marcelo de “Hamlet”, una vez conocidos los entresijos del pequeño pueblo amish de Banshee, no cabe duda de que algo huele a podrido en Pensilvania.    


Si no te chivas te paso el Chivas.


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