lunes, 25 de marzo de 2013

LA LLUVIA EN PONFERRADA





Hoy me despido nuevamente de Ponferrada y lo hago en medio de la lluvia. Ponferrada, mi ciudad, como su lluvia, nunca deja de sorprenderme. Uno tiene su madre, su novia, sus amigos, y todas esas cosas. Y también tiene su tierra. Su ciudad. La ciudad que te parió y que siempre será especial. Por muchas tortillas de patatas que pueda comer a lo largo y ancho del mundo, ninguna será jamás comparable a la de mi madre. Por muchos días lluviosos que haya visto en mi vida, ninguno como con los que de vez en cuando despertamos en esta ciudad.

La lluvia en Ponferrada siempre es distinta. La de hoy se diría que es una lluvia bíblica, colérica, como un azote de Dios. Quizás fueran esas palabras de Juan José Millás advirtiendo que Ponferrada era una ciudad "enferma" lo que ha motivado que el Señor haya lanzado esta lluviosa maldición del día de hoy. Una lluvia puñetera, no tanto por hacer la puñeta, si no por significarse como el aséptico puño del todopoderoso dispuesto a hacer limpieza y borrar de una vez todas las capas de ponzoña que nos constriñen. La ponzoña en la que se empapan los empresarios mafiosos, los políticos corruptos, los acosadores sexuales, o los pequeños caciques en potencia. Una lluvia vengativa, liberadora y regeneradora.  

Y así me despido de nuevo de Ponferrada, sin saber hasta cuando, y sin saber realmente si esta última visita me ha cargado las pilas o me ha desgastado aún más el alma. Y es que la lluvia parece conjurarse con la angustia que me oprime el pecho y me ahoga para hacer todavía más difíciles las cosas de la vida. No lo sé. Pasan los años y sigo sin saber tantas cosas... empezando por quien soy. Lo único cierto es que he estado paseando bajo la lluvia de Ponferrada, esa lluvia distinta, convencido de que es una lluvia única y genuína, como toda esta ciudad. Créeme Ponferrada cuando te digo que no hay otra ciudad como tú en el mundo y no la habrá nunca, y que mi amor por ti es tan puro que te doy hasta la última gota de mi sangre y el último aliento de mi alma, y que por eso me entrego a tu desatada lluvia y a tus precipitaciones incontrolables. Porque también sé, Ponferrada, que cuando luzca el sol y salude el arco iris serán un sol y un arco iris distintos. Una vez más, todo será distinto en Ponferrada. Sólo que esta vez no me quedaré para verlo y como una amante caprichosa y traviesa prefieres despedirte de mi con el azote húmedo de la lluvia. Con lo que sabes que me duele, que me atraviesa el alma cada gota de lluvia más que las flechas o las lanzas. Te gusta hacerme sufrir y en ese sufrimiento sabes que llevo implícito mi amor por ti. Maldita seas Ponferrada, como te amo.  



No hay comentarios:

Publicar un comentario