miércoles, 27 de marzo de 2013

LAFAYETTE LEVER GOLPEA DE NUEVO

"El Fascinum", Borja González


Otro de los grandes momentos en la travesía vital de nuestro héroe es el acontecimiento que paso a relatarles a continuación, una auténtica muestra de genialidad por parte de este simpático caradura, este pichabrava irredento… sucedió en su época de catedrático de literatura en Yale, y fue una demostración del genio que ardía dentro de este guerrero de las sábanas, una proeza mayestática que deberían conocer generaciones futuras, a pesar de los esfuerzos de CIA y FBI quienes se encargaron de echar abajo, página por página, línea por línea, palabra por palabra, todo el inmenso trabajo, todo el enorme caudal de saber que atesoraba este campeón de la bragueta.

Lafayette, como digo, se encontraba por aquella época en asuntos de saberes universitarios, y había hecho buenas migas con el departamento de psicología, concretamente con la doctora Fe L’adora, responsable del área, ninfómana reconocida y pionera en la aplicación del sexo a la psicología. Lever se hallaba absorto y embriagado del conocimiento de la doctora L’adora, así como, todo hay que decirlo, de sus curvas, su cuerpo y sus artes amatorias. Decidido a demostrarle a su admirada doctora su capacidad analítica sobre el sexo y la psicología,  Lafayette se propuso realizar el mayor y mejor tratado sobre el tema realizado hasta la fecha. 

A tal efecto, nuestro inquieto protagonista consiguió reclutar a 300 universitarias de Yale de entre 18 y 21 años para llevar a cabo su obra “El sexo oral aplicado a la psicología femenina”, o dicho de otra manera, se propuso realizar un ensayo en el que a través de la manera de una mujer de realizar sexo oral podría sonsacar todo un estudio psicológico de la individua, e incluso aventurar cual sería su profesión y cualidades futuras. 

Así pues, con enorme entusiasmo, extraordinaria devoción y evidente placer, nuestro amigo se dispuso a la olímpica tarea de recibir 300 masajes lingüísticos en su entrepierna, cada uno de ellos acompañado de su correspondiente análisis psicológico… Lever fue discurriendo que las jóvenes que realizaban la tarea de una manera más rápida tenían una importante carga de agresividad y nerviosismo, y sugirió que muy posiblemente acabarían siendo ejecutivas y mujeres de negocios… de las lentas y pacientes admiro su esmero y cuidado en la faena y dispuso que en el futuro posiblemente fuesen ejemplares amas de casa y admirables madres de familia… sobre las que no tenían reparos en recibir en sus bocas el disparo seminal de Lafayette en el momento del orgasmo, discurrió que sus oficios estarían en el ámbito de la justicia…  respecto a las timoratas que en cuanto veían asomarse la primera gota finalizaban la tarea las condujo en sus análisis por el camino de las ciencias y la medicina… incluso llegó a afirmar que aquellas que eran capaces de resultar en cierta manera inclasificables, debido a que alternaban en el trabajo felatorio ritmos rápidos con lentos, lametazos con succiones, y todo tipo de bellas artes, aseguró que su futuro estaba precisamente en las artes, preferiblemente escénicas… incluso se dio el caso treméndamente singular (y que habla a las claras de que Lafayette estaba dotado con un extraordinario poder sensitivo) de una estudiante que llevaba aparato dental de la cual afirmó que acabaría siendo una reputada pintora abstracta… y acertó. 

Pasados los años se pudo comprobar que Lever había acertado en un extraordinario 89% en sus predicciones y análisis. Lamentablemente las autoridades, y los citados organismos CIA y FBI se pusieron manos a la obra para que las hazañas de un tipo tan peligroso como Lafayette no fuesen difundidas ni su perversa influencia llegase todo lo lejos que podría tratándose de un apóstol de la lujuria, un emisario del deseo, un heraldo del placer. La obra fue retirada de las librerías en cuanto fue publicada, y tanto Lafayette como la doctora Fe L’adora fueron perseguidos e investigados durante un tiempo, por lo que hubieron de cambiarse de nombre durante una temporada. Nuestro paladín del hedonismo siguió tratando de exprimirle el jugo a la vida desde la sombra, luchando contra la incomprensión generalizada, rompiendo moldes, rompiendo reglas, rompiendo culos, rompiendo bragas… y es nuestra labor, ahora que estas memorias han llegado a nuestras manos, el tratar de hacerle justicia y difundir una de las vidas más extraordinarias que ha conocido la historia de la humanidad, y que ha permanecido en el anonimato gracias a la negra y alargada mano de los poderes fácticos… es ahora, en pleno siglo XXI, gracias a la imparable libertad de expresión y pensamiento que nos proporciona la red de redes, que podemos conocer, comprender, y, ¿por qué no?, disfrutar, con las andanzas y experiencias de este colosal pichichi, este granujilla saltimbanqui que tanto buscó el gozo propio y ajeno, eso sí, con mucho amor y sentimiento.  

lunes, 25 de marzo de 2013

LA LLUVIA EN PONFERRADA





Hoy me despido nuevamente de Ponferrada y lo hago en medio de la lluvia. Ponferrada, mi ciudad, como su lluvia, nunca deja de sorprenderme. Uno tiene su madre, su novia, sus amigos, y todas esas cosas. Y también tiene su tierra. Su ciudad. La ciudad que te parió y que siempre será especial. Por muchas tortillas de patatas que pueda comer a lo largo y ancho del mundo, ninguna será jamás comparable a la de mi madre. Por muchos días lluviosos que haya visto en mi vida, ninguno como con los que de vez en cuando despertamos en esta ciudad.

La lluvia en Ponferrada siempre es distinta. La de hoy se diría que es una lluvia bíblica, colérica, como un azote de Dios. Quizás fueran esas palabras de Juan José Millás advirtiendo que Ponferrada era una ciudad "enferma" lo que ha motivado que el Señor haya lanzado esta lluviosa maldición del día de hoy. Una lluvia puñetera, no tanto por hacer la puñeta, si no por significarse como el aséptico puño del todopoderoso dispuesto a hacer limpieza y borrar de una vez todas las capas de ponzoña que nos constriñen. La ponzoña en la que se empapan los empresarios mafiosos, los políticos corruptos, los acosadores sexuales, o los pequeños caciques en potencia. Una lluvia vengativa, liberadora y regeneradora.  

Y así me despido de nuevo de Ponferrada, sin saber hasta cuando, y sin saber realmente si esta última visita me ha cargado las pilas o me ha desgastado aún más el alma. Y es que la lluvia parece conjurarse con la angustia que me oprime el pecho y me ahoga para hacer todavía más difíciles las cosas de la vida. No lo sé. Pasan los años y sigo sin saber tantas cosas... empezando por quien soy. Lo único cierto es que he estado paseando bajo la lluvia de Ponferrada, esa lluvia distinta, convencido de que es una lluvia única y genuína, como toda esta ciudad. Créeme Ponferrada cuando te digo que no hay otra ciudad como tú en el mundo y no la habrá nunca, y que mi amor por ti es tan puro que te doy hasta la última gota de mi sangre y el último aliento de mi alma, y que por eso me entrego a tu desatada lluvia y a tus precipitaciones incontrolables. Porque también sé, Ponferrada, que cuando luzca el sol y salude el arco iris serán un sol y un arco iris distintos. Una vez más, todo será distinto en Ponferrada. Sólo que esta vez no me quedaré para verlo y como una amante caprichosa y traviesa prefieres despedirte de mi con el azote húmedo de la lluvia. Con lo que sabes que me duele, que me atraviesa el alma cada gota de lluvia más que las flechas o las lanzas. Te gusta hacerme sufrir y en ese sufrimiento sabes que llevo implícito mi amor por ti. Maldita seas Ponferrada, como te amo.  



viernes, 15 de marzo de 2013

LA VERDAD SOBRE LAFAYETTE LEVER

No recuerdo exactamente, ya que los recuerdos se disipan entre la bruma de mi ya quejumbrosa memoria, pero creo que Lafayette Lever surgió al final de una disparatada madrugada en Ponferrada hace ya varios años. En compañía de mi viejo amigo El Viejo Zorro, degustábamos unas raciones de callos y mollejas empapadas en whiskie en el conocido antro llamado el Davicín, uno de esos locales donde rematar la noche y dar la bienvenida a la mañana en el que se juntaban prostitutas, yonquis, camellos, taxistas, e incluso gente como nosotros. Habíamos acabado allí con unas docentes a las que acabábamos de conocer, y con mi proverbial labia comencé a embaucarlas con todo tipo de embustes y fantasias. Una de ellas fue hablar del imaginario escritor Lafayette Lever, tomando rápidamente desde los armarios de mi cerebro un nombre realmente "cool" que pertenecía a un viejo tirador de los Denver Nuggets de la NBA. A partir de ahí y con el paso de los años fui pergeñando falsas historias y anécdotas dentro de la imaginaria existencia del oscuro y desconocido Lafayette Lever. Si con Luis Cifer tenía mi "alter ego" maldito y simbolista, Lafayette Lever me ofrecía la posibilidad de inventarme un personaje contracultural al estilo de un Richard Brautigan o un Neal Cassady. Un mendigo vividor y hedonista en el que se pudiesen mezclar los más variopintos aspectos de la cultura underground del siglo XX. Aquí les dejo una de las muchas aventuras que inventé para el personaje... en próximas entregas les haré partícipes de más.  



Brautigan, el Rey Pescador.  





Una de las situaciones más estrambóticas y sorprendentes que vivió nuestro protagonista tuvo lugar en su época de cronista del San Francisco Bay Guardian, de aquella, para situarnos y comprender mejor la historia, disfrutaba de su quinto matrimonio con Elisabetha Reinalda Sputter McWigan heredera de la dinastía de las bolsitas de te Pompadour. Pues bien, una tarde nuestro amigo Lafayette tuvo que coger un autobús, uno de esos coches de línea, para acudir a un evento deportivo que tenía que cubrir... ya hemos hablado de Lever y su búsqueda del amor, sus impulsos, y sus pulsiones... bien, una vez que hubo subido al autobús Lafayette se quedó absolutamente prendado de una muchacha que iba sentada un asiento más atrás, no podía separar la vista de ella y la obsesión comenzaba a ser tan grande que se dijo a si mismo que tenía que entablar contacto con ella fuera como fuera... para ello le pidió a la persona que estaba sentada al lado de la muchacha que le cambiara el sitio, que el no podía ir en ventanilla bajo ningún concepto o sufriría un ataque de pánico bastante desagradable para el resto de los viajeros. Cumplió su objetivo y logró sentarse al lado de la bella muchacha, una joven de poco más de 20 años con un inquietante aire ninotchkiano, cabello rubio y liso, ojos claros, y cierto aspecto gélido que le daba un aire enigmático, como un acertijo imposible de descifrar... en definitiva, un reto para el intrépido Lafayette. 


Nuestro hombre no se anduvo por las ramas, con ese tono sereno ensayado tantas veces y cierta languidez en la mirada, le dijo a la muchacha que había sentido un irrefrenable deseo de sentarse a su lado, de hablar con ella, de conocerla... el torrente de palabras comenzó a surgir de la boca de Lafayette como sólo podía surgir de semejante boca, expresando esas emociones subyugantes que funcionan como certeros dardos en el arte del cortejo, palabras que, aunque dichas a muchas veces, cada vez que Lafayette las pronunciaba era porque lo sentía de verdad... no hablaba Lafayette, hablaba un volcán que erupcionaba dentro de su pecho... y ese volcán estaba dispuesto a derretir el iceberg de aquella Greta Garbo de cabellos dorados.

Las tácticas seductoras de Lever volvieron a funcionar con acierto, la gentil muchacha accedió a ser acompañada a su apartamento una vez que llegasen a su destino, evidentemente Lafayette no se conformó con acompañarla a su apartamento y despedirse de ella en el portal, y consiguió que la ingenua muchacha le invitase a subir a tomar un Manhattan. 

Lafayette se sabía triunfador, su experiencia como vendedor de picadoras de carne ambulante le decía que una vez que conseguía entrar en un apartamento, el éxito estaba conseguido. 

Dicho y hecho y a los primeros tragos del cocktail, y en menos que canta un gallo, nuestro protagonista se encontraba desnudo frente a la grácil señorita (es conocida la facilidad de Lafayette para desnudarse en muy pocos segundos una vez que una mujer le invita a su apartamento), la cual comenzaba a tener un gesto, digamos, más alegre y divertido... lo que antaño parecía una oficial caucasiana se tornaba de repente en una traviesa gatita que afilaba sus uñas dispuesta para arañar el torso tarzánico de nuestro amigo Lafayette. 

La muchacha se dirigió hacia un cajón y sacó... ¡unas esposas!, um, aquello se ponía interesante, pensó Lafayette. No era el amigo Lafayette hombre timorato para este tipo de cuestiones... de hecho a lo largo de sus escritos encontramos situaciones, anécdotas, y multitud de reflexiones propias en las que claramente se ven sus gustos por diversas parafilias y perversiones sexuales. Era Lafayette, lo que en nuestra puritana sociedad se conoce por un "pervertido", pero yo prefiero definirlo bajo los eufemismos de "aventurero del amor" o el también propicio "gimnasta sexual", ya que no es tan pervertido el practicante de este tipo de travesuras adultas en la intimidad de una habitación, como el agrio censor que señala con el dedo lo que uno debe y no debe hacer con las alegrías de su carne. 

Así pues se encontraba Lafayette desnudo y esposado a la cabecera de la cama en la habitación de aquella enigmática amazona que parecía dispuesta a devorarle como quien devora la cabeza de una gamba... la muchacha vivió a dirigirse al cajón del cual había sacado las esposas, ¿cuál sería el juguete que entraría en escena en aquel momento?, Lafayette fue levemente cegado por el resplandor del brillo de la hoja de acero inoxidable de un cuchillo de cocina del tamaño de un bate de baseball que la joven dominatrix blandía bajo una muy inquietante sonrisa... aquello parecía demasiado fuerte incluso para un auténtico picha brava de la vieja escuela como el zorro Lafayette. 

La muchacha se inclinó sobre el pecho de Lafayette, pasó su lengua sobre su torso, lamió sus pezones, y sonriendo de una manera cada vez más diabólica trazó una sanguinaria línea desde un costado a la altura de la ingle hasta prácticamente el hombro de nuestro sufrido héroe. 

El dolor era intenso, punzante, una delgada línea roja se asomó sobre el atlético cuerpo de Lafayette, quien empezaba a pensar que aquel era su fin... que sus devaneos y su conducta indecorosa finalmente le habían llevado a la perdición... 

...pero no llegó tal fin para nuestro protagonista, debido a que cuando el malvado súcubo se disponía a realizar la segunda incursión del acero en la piel de Lafayette, una figura envuelta en una gabardina y con una cámara de fotos colgando de su cuello se abalanzó sobre la bella maligna y la desarmó salvando la vida del pobre Lafayette. 

Sí amigos, Elisabetha Reinalda Sputter McWigan heredera de la dinastía de las bolsitas de te Pompadour, aconsejada por su familia y sobre todo por su padre, Eliberto Reinaldo Sputter McWigan propietario de la dinastía de las bolsitas de te Pompadour, había contratado a un detective privado para que siguiera las andanzas de Lafayette en sus viajes periodísticos, debido a los rumores de vida disoluta del protagonista de esta historia, y en quien no acababan de confiar como heredero de la dinastía de las bolsitas de te Pompadour. Pronto reconoció Lafayette el rostro del detective, ¡era el hombre al que había cambiado su asiento en el autobús para poder entablar conversación con la que estuvo a punto de ser su asesina!, el detective no sólo siguió a ambos hasta el apartamento, con discreción y una mastercard entró en el habitáculo y se apostó a realizar las fotos que probarían el tipo de depravado (nosotros preferimos decir "aventurero del amor" o "gimnasta sexual") que era Lafayette Lever... evidentemente la escena del cuchillo y la sangre no acabó de cuadrarle al investigador, quien llamó a la policía y antes de su llegada actuó por su cuenta, como hemos narrado, salvando la vida de Lafayette. 

La muchacha resultó ser una peligrosa asesina en serie que tenía de cabeza a la policía de San Francisco, despellejando salvajemente a sus amantes, quienes aparecían totalmente mondos y lirondos en apartamentos entre un baño de sangre y esposados a la cabecera de una cama... era conocida como Blade Female, y hasta el momento contaba ya con 17 víctimas, todos varones de mediana edad.

Asi fue como Lafayette consiguió otro divorcio y perdió la herencia de la dinastía de las bolsitas de te Pompadour, pero ganó la admiración pública por contribuir a la detención de una peligrosa asesina, y una rampante cicatriz que a partir de entonces enseñaría con orgullo, siempre recordando, eso sí, porque Lafayette era un hombre muy sentido, que las cicatrices de verdad las tenía por dentro. 

Espero que les haya gustado la historia, y se animen ustedes también a unirse al culto al genial Lafayette Lever. 

Yo me voy, que por cierto me espera un viaje en autobús. 

martes, 12 de marzo de 2013

DOS TRAVESURAS


“EL ÚLTIMO REFUGIO DE LA SOLEDAD” 

Decían que no había ningún sitio a donde ir,
hasta que te encontré mirando absorta un escaparate de ositos de peluche
que algún malnacido usa para tráfico de cocaína.

No me importan los desplantes,
ni las afrentas,
ni las muelas del juicio,
pero si el viento se sigue permitiendo la libertad de tocarte así
voy a partirle la cara.  


Ilustración de Guido Crepax sobre su personaje "Valentina"



“EL ÚNICO JUGUETE” 

Ahora que mi paraíso está roto como una promesa de invierno
y mi mirada se torna en vidrio,
propongo un brindis por los malos tiempos,
tu mirada y la tortura.
Tus senos agitándose y la espuma seca.
El camino, amigo mía,
¿te has sentado alguna vez a contemplarlo? 



Pepe Kubrick... cuando en las redes sociales el pescado era fresco.

viernes, 8 de marzo de 2013

LOLA

Hoy ha sido el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y yo me he acordado de Lola. Uno de esos días para recordar algo que nunca debemos dejar de olvidar. Para que nunca dejemos de pensar en las mujeres como Lola. Lola ni siquiera sabe lo que se celebra hoy, nunca lo supo, a pesar de trabajar todos los días de su vida desde el alba hasta el ocaso de cada jornada.   

Lola vino al mundo en 1940, en la cruel España de la posguerra negra. Nació en un pequeño pueblo de las montañas lucenses. De esos pueblos tan chicos que ni siquiera salen en los mapas. Sus padres trabajaban el campo de sol a sol. Lola y sus hermanos pronto harían lo propio. Siete hermanos, como siete soles de una galaxia. Siempre juntos, siempre unidos, hasta que la desaparición de Virtudes, una de las estrellas que más resplandecía, dejo un poco más oscuro su particular universo. Lola apenas tuvo estudios. Lo básico. Leer, escribir, y las más elementales matemáticas. Pequeñas herramientas para desenvolverse por una vida dura pero siempre animosa.

Lola se casó, y para poder formar su propia familia y vivir su propia vida, tuvo que emigrar con su marido, como hicieron tantos compatriotas suyos. Se fueron a Venezuela, a trabajar a destajo. A ese país que estos días miramos desde la distancia y la ignorancia buscando cargarnos de razones en uno de los episodios más maniqueístas que recuerdo en mucho tiempo, como si todo hubiera de ser o blanco o negro y no pudiéramos ser capaces de comprender los matices. En ese país Lola parió por vez primera, en el barrio de Sabana Grande de la ciudad de Caracas. Una niña llamada Isabel, hoy una brillante abogada en Ponferrada, además de abnegada esposa y cariñosa madre. Volvió a España y en Lugo tuvo su segunda hija, Marta, discreta ama de casa que renunció a su carrera profesional en favor del confort del hogar, la familia, y la tranquilidad de la vida rural en un pequeño pueblo berciano al lado de su hombre y sus hijos. Años después, Lola ya asentada definitivamente en Ponferrada volvió a dar vida por tercera y última vez. En esta ocasión un varón. Un bala perdida, buscavidas sin oficio ni beneficio que con casi cuatro décadas de vida aún trata de encontrar su lugar en el mundo.   

Y Lola sacó adelante a esos tres hijos a los que amó como sólo se ama con el amor verdadero de una madre. Y siguió trabajando de la única manera que sabía. Desde que sonaba el despertador hasta que había acabado todas y cada una de sus tareas diarias. Y ese despertador sonaba todas las mañanas, fuera igual lunes que domingo, pues Lola nunca conoció en su vida el significado de la palabra vacaciones. Ni tampoco supo de días libres, o jornadas de asueto. A las siete de la mañana de cada día de cada mes de cada año Lola se levantaba para trabajar en el pequeño negocio que había abierto con su marido. Un pequeño bar plagado de abrupta clientela que se llenaba de humo, alcohol, café, y más juramentos, maldiciones y defecaciones verbales que en cualquier pelea de gallos organizada en Ciudad Juarez. Y allí Lola se dejaba la vida y los jirones del alma para ganar ese dinero con el que sacar adelante una familia a la que no dejaba de atender en ningún momento, vaya a usted a saber como era capaz de compaginar el tiempo. Y al final de la noche, Lola, molida y apaleada por los golpes diarios de la vida, se acostaba a la hora que podía, ya fueran las doce, la una, o las dos de la mañana. Y al día siguiente, vuelta a empezar, a abrir un negocio que permanecía abierto 16 horas seguidas, pues había tres bocas que alimentar. Y en medio de esas 16 horas preparar desayuno, comida, merienda y cena para todos. Y en medio de esas 16 horas lavar la ropa de los cinco miembros de la familia. Y en medio de esas 16 horas limpiar la casa y limpiar el bar. Y en medio de esas 16 horas visitar a sus padres y sus hermanas. Y en medio de esas 16 horas, en definitiva, vivir la vida que le había tocado sin una mínima queja y sin el menor reproche. Y así Lola, a veces enferma, callaba y seguía trabajando. Sin saber ni por asomo que pudiera haber un día como el de hoy, dedicado a todas las mujeres como ella. Si acaso las hubiera, porque después de conocerla dudo de que haya nadie como Lola

Lola tiene ahora 72 años. Vendió el negocio cuando las fuerzas que le quedan tuvo que guardarlas para cuidar de un marido cuya vida ya no es vida más allá de un caparazón físico. Un esposo que jamás hizo daño a nadie y ahora se ve condenado a padecer una existencia que no merece. Y Lola pasa los días cuidando de él, manteniendo la fe, rezando, visitando a su hermana Mercedes, recibiendo la visita de sus hijas, sus yernos, y sus nietos. Esperando las esporádicas llegadas de su hijo, ese bala perdida del que les hablé que ahora está a casi 400 kilómetros de Lola… 

…ese bala perdida, quizás ya lo hayan adivinado, soy yo. Y todos los días me acuerdo de Lola, y la fuerza de su recuerdo hace que a veces, en las situaciones más insospechadas, broten de mis ojos las lágrimas evocando simplemente cualquiera de los muchos momentos vividos a su lado. Cuando en las muy pocas ocasiones que tenía tiempo libre me llevaba a visitar la feria en las fiestas de La Encina, y me dejaba beber vino quinado en el que mojábamos barquillos. Cuando me llevaba al circo y nunca nos quedábamos al final porque tenía que volver al bar o a la casa, que al fin y al cabo lo mismo era, a seguir trabajando. Cuando muy de niño rezábamos juntos, y yo le confesaba que no quería morir, y ella me decía que no moríamos nunca puesto que existe la vida eterna… y aquello, confieso, me asustaba más, puesto que no podía concebir nada en términos infinitos. Ya ven ustedes, conversaciones metafísicas entre un niño de apenas siete u ocho años, y una mujer que sabía y sabe poco más que leer y escribir. Pero que feliz fui… gracias a Lola.  

Todos los días me acuerdo de Lola… y hoy, en el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, escucho esas palabras y me acuerdo más que nunca de Lola… 


"Madre e hijo", Pablo Picasso, 1905.

miércoles, 6 de marzo de 2013

EL LENGUAJE SECRETO DE LOS ESTORNINOS


Hoy desperté a las seis de la mañana. No es una noticia de gran impacto. Ni siquiera creo que sea un hecho que merezca abrir una entrada de este pequeño blog de pensamientos y divertimentos esculpidos en palabras. Mucha gente se despierta a las seis de la mañana, otros incluso antes, los hay incluso que se están acostando a esa hora, o que viven el apogeo de una pletórica noche de farra a dicha hora.

Tampoco es para mi inusual el hecho de despertar a las seis de la mañana o cualquier hora intempestiva, a pesar de que mi despertador dictaba que aún debían quedarme dos horas de sueño. No suele suponer mayor problema que el de aprovechar para visitar el mingitorio y acto seguido volver a coger el sueño mientras pienso en algo agradable. Pero esta mañana no sucedió así. Un ruído incesante comenzó a martillear mi cerebro sin dejarme caer en los suaves y dulces brazos de Morfeo. Un ruído por otro lado milenario, mantenido en el tiempo por los siglos de los siglos amanecer tras amanecer. El sonido de los pájaros de la ciudad. El canto de los estorninos.  

Nunca había reparado en ello, quiero decir, por supuesto que había escuchado una y mil veces a estas criaturas piar y trinar, pero nunca habían sido capaces de interferir en mis biorritmos vitales ni en mi actividad diaria (o en este caso aún nocturna), enseguida me acordé de mi amigo Edgar, y sus tribulaciones sobre estos pájaros en la añorada lista de correo barrueco "stayfree", los cuales al parecer le hacían la vida imposible. Esta mañana le comprendí, vaya que sí.  

El caso es que ahí estuve escuchando a estas ratas del aire incapaz de volver a conciliar el sueño mientras ellos, a lo suyo, cantaban, piaban y trinaban lanzándose los unos a los otros esos mensajes cifrados, ese alfabeto morse de los seres alados. Vaya usted a saber que se decían. Quizás hablaban sobre si la expulsión del jugador Nani del Manchester United ayer en Old Trafford era justa o no. O debatían sobre si quien era más cagón, si Ferguson o Mourinho. A lo mejor, quien sabe, indagaban sobre el futuro del Vaticano y quien debiera ser el nuevo Papa de Roma (y en ese caso, no me cabe duda que por razones obvias, optarían por un Santo Padre que adoptase el nombre de "Pío", ¡qué menos!) También es posible que discrepasen sobre la figura del recientemente desaparecido Hugo Chavez, puesto que los estorninos no son ajenos a las noticias del día y desde su privilegio de ser dominadores del aire lo pueden ver todo. O peor todavía, he de admitir que incluso llegué a imaginar en mis desvelos mientras daba vueltas en la cama en mi estado de crispación ornitológica que en realidad estaban tramando un ataque contra la humanidad, tal y como sucede en el relato "Los pájaros" de Daphne du Maurier llevado al cine de manera magistral por nuestro gordinflón favorito Alfred Hitchcock, ¡malditos ellos! ¿Acaso no es suficiente ataque castigarnos cada mañana con ese picoteo sobre nuestras neuronas que significa su estridente canto?  

Lo peor es que van pasando las horas y lo sigo escuchando... mezclado con los sonidos de la gran ciudad, con los martillos eléctricos de las interminables obras de esta embotellada urbe, con el agresivo tráfico, con el parloteo de los caminantes... diafanamente puedo apartar el canto del estornino del resto de los ruídos, como un técnico de sonido capaz de aislar un instrumento musical con tan sólo subir una línea de su mesa y mantener el resto bajadas. Es como descubrir de repente el sonido de una gotera que llevaba existiendo meses, pero de repente una noche, sin saber por qué, te importuna, aparece en tu vida, se cuela por una rendija de tu cerebro, y sabes que ya no te abandonará en tu vida para siempre... para siempre... para siempre...  

Ahora que la pesadilla estornina se ha apoderado de mí, al menos intentaré descifrar el significado de su lenguaje secreto.       


Terror puro