miércoles, 13 de febrero de 2013

TIENE QUE HABER ALGO BUENO EN ALGUNA EMISORA


Hoy se celebra el Día Mundial de la Radio, instaurado por la UNESCO en 2011. Un día mundial más para homenajear algo en concreto, recordar, evocar, o juzgar la importancia de las cosas. Y también una excusa para que servidor de ustedes se ponga un rato a echar unas líneas sobre el asunto.  

¡Wolfman Jack os desea un Feliz Día Mundial de la Radio!


Porque yo soy muy de radio. Y decir que uno es muy de radio es toda una declaración de principios. Los que sean muy de radio sabrán de lo que hablo. De algo que te hace compañía prácticamente las 24 horas del día. Que ha estado ahí en muchos malos momentos de tu vida. Por ejemplo en tiempos de hospital, ingresado o de acompañante. Noches de UVI en vela con la radio haciendo más llevadero el estar al lado de un familiar del que no sabes si va a salir de esa. Pero también en buenos momentos. En días de resaca postrado en la cama incapaz de poner un pie en la calle, siendo capaz de levantarte sonrisas y carcajadas gracias al equipo deportivo de Paquito González y demás “viva la virgen” que se reúnen al tintineo de unos cubitos de hielo mientras te cuentan el partido de fútbol de tu equipo. O en madrugadas etílicas en las que para conciliar el sueño una vez llegado a caso buscaba la compañía del mítico "Si amanece nos vamos" de la Cadena Ser, donde la gente llamaba para preguntar cosas del estilo de porque en Australia el inodoro se desagua en sentido contrario a las agujas del reloj. Algo magnífico. De modo que la mañana de hoy me ha hecho recordar mi larga relación con el mundo de la radio. Años y años enganchándome a programas fantásticos, descubriendo mundos, universos, galaxias, melodías, canciones, libros y demás paraísos. De hecho mi primer recuerdo radiofónico permanece absolutamente indeleble, como un momento que marcaría mi vida, mi educación, o mi manera de afrontar el mundo para siempre. Creo recordar que era un domingo por la noche. Yo era un niño. Cuando digo un niño me refiero a que no iba más allá de los 5, 6 o como mucho 7 años de vida. Una de mis dos queridas hermanas mayores, que me saca 9 años, escuchaba en su cama la radio. El programa se llamaba “El Correcaminos” y la emisora era Radio 3 dentro de nuestra radio y televisión pública que tan buenos ratos nos ha dado. Yo me acurruqué a su lado, buscando ese calor femenino del hogar tan confortable. Del transistor, puedo recordar perfectamente, salía una melodía realmente divertida cantada en falsete. Aquello me gustó mucho. Me parecía un sonido terriblemente fascinante.   

Con el paso de los años, ya siendo entre púber y adolescente, y empezándome a interesar seriamente la música pop, volví a escuchar aquella canción. Era una composición de maneras doo woop y high school, aunque aún no supiese demasiado del tema, pero lo que me sobrecogió realmente fue que fui capaz de ubicar la canción al momento exacto de haberla escuchado años atrás con mi hermana en un programa de Radio 3 llamado “El Correcaminos”. El tema era el célebre “Big girls don’t cry” del gran Frankie Valli y sus Four Seasons. Evidentemente con 5 o 7 años no corrí como un loco a comenzar a coleccionar discos  de rock&roll, pero si que es cierto que cuando pocos años más tarde el gusanillo de esta música me picó con toda su virulencia el recuerdo de aquella tonada activó algo en mí. De modo que doy gracias a la radio y gracias a mi hermana, que sin saberlo le abrió a mi cerebro una puerta de entrada a la música más excitante que cualquiera pueda disfrutar (iba a escribir “cualquier joven”, lo que sucede con el rock&roll es que te mantiene eternamente joven)  por aquel momento que recordaré por y para siempre.    



A partir de ahí un fantástico y fabuloso idilio con las ondas, con Radio 3 como principal protagonista. Comenzar los días con “Jack El Despertador”. Aprender lo que era la subversión con “Caravana de hormigas”. Programa éste que finalmente fue cancelado por el gobierno socialista en los años más oscuros de la presidencia de Felipe González con Barrionuevo de ministro del Interior y el GAL salpicando las noticias. Décadas más tarde la historia se ha repetido con el magnífico e indómito “Carne Cruda”. Programas transgresores que no se casaban con nadie, agitaban las audiencias, y molestaban a los tiránicos mandamases de turno, que siguen sin enterarse de que la radio pública ha de estar al servicio precisamente del público, del ciudadano, no de sus propios intereses.   

Javier Crudo, el último hombre sin miedo a las mordazas.


Siguiendo con Radio 3, el fanatismo lógicamente llegó con “Flor de Pasión”. A día de hoy sigue siendo el programa más titánico e imprescindible en cuanto a la difusión de la música y la cultura pop. El entrañable Juan de Pablos es uno de esos personajes a los que es imposible no amar. Sería innumerable la cantidad de bandas y artistas que por primera vez en mi vida escuché en su espacio, así como el amplio espectro musical que el locutor ha sido capaz de abarcar. Baste decir que grupos como los Hard-Ons o los Handsome Brothers los descubrí en “Flor de Pasión”, dos simples ejemplos que debieran bastar para confirmar que Juan de Pablos ha estado por encima de etiquetas, si acaso sólo le ha movido el gusto por la melodía, y su espacio ha sido también clave para los mejores años del punk-rock o punk-pop en nuestro país. Como sé que ahora está un tanto “de moda” despreciar todo lo público tengo que seguir deteniéndome en Radio 3 y en concreto en “Flor de Pasión”, por todo lo que ha hecho por muchas de mis bandas nacionales favoritas. La explosión de combos como Shock Treatment (felizmente de vuelta a los escenarios) o Depressing Claim, o actualmente Airbag, no podría entenderse sin el empujón recibidos desde las ondas por Juan de Pablos. Esos vigorosos empujones que hoy día procuran programas como “El Sótano” de Diego RJ en la misma emisora, digno alumno del maestro extremeño. 

Y la radio también me procuró una isla donde naufragar cargado de melodías y ensoñaciones. “Islas de Robinson”, dirigido y presentado por Luis dB ha sido otro de los grandes tesoros radiofónicos de los últimos tiempos. Castigado y maltratado con constantes cambios de horario y emisión que hacían de su seguimiento una odisea, su espacio se ha caracterizado por difundir la música más anarquista, libre y rebelde desde los puntos de vista de la estética. Psicodelia, acid-rock, folk americano, Costa Oeste… todos esos sonidos que rompieron cánones establecidos y cambiaron la percepción de la música pop para siempre.  

En fin, son tantos y tan buenos los momentos que me ha dado y me sigue dando este medio que no puedo enumerarlos todos. Y estamos ciñéndonos solamente a la radio musical, y nunca a la infame “radio fórmula”. Como todo lo bello, la radio musical también tiene su reverso tenebroso, y en este caso se trata de ese tipo de subproductos con Los 40 Principales a la cabeza, Kiss FM y demás emisoras de música de consumo rápido, usar y tirar, locutores robotizados y estúpidamente todos ellos cortados por el mismo patrón, como si el justo momento en el que alguien les pone un micrófono delante de sus bocas significase que inmediatamente de sus cabezas deban de salir sus cerebros, si es que alguna vez los tuvieron, porque permítanme dudar de la capacidad intelectual de quien gusta de cierto tipo de músicas que hacen buenas hasta las gitanadas de los coches de choque (siempre me he preguntado que puede llevar a la gente a hacer el ridículo bailando cosas como el “Gansta style” o bazofias similares) Ese tipo de locutores que parecen todos y cada uno de ellos absolutamente el mismo. “Hey amiguito, prepárate a disfrutar esta noche con lo último de Lady Gaga”. Infumable. Quedémonos con el lado luminoso de la fuerza de las ondas, donde también habría que citar el fulgor de los Sami Rodríguez o Manolo Calderón, por citar otros dos grandes.   

Sami Rodriguez y Luis dB, difusores de magia y lisergia.

Pero no sólo de música vive el drugo. Desde niño recuerdo dormirme escuchando estupendos programas de divulgación científica, literatura, cine… ¡cine!, ¿cómo olvidar el mítico “Polvo de estrellas” de Carlos Pumares?, directamente nos regaló momentos inolvidables (algunos que no tenían realmente nada que ver con el cine, como aquello del Fibergran), pero sus ácidos comentarios cinematográficos perdurarán por siempre en la memoria de los aficionados. Una consulta de un oyente podía en ocasiones saldarse simplemente tal que así: 

-¿Sí, buenas noches, digame?
-Hola Carlos (muchas veces eran oyentes que pronunciaban “cal-lo”), quería preguntarte tu opinión por unas películas.
-A ver, dime.
-Rambo.
-Siguiente llamada. ¿Sí, buenas noches, digame?
En otras ocasiones las consultas parecían directamente sacadas de una película de los hermanos Marx: 

-¿Sí, buenas noches, digame?
-Hola “cal-lo”, quería saber que te parecen las siguientes películas.
-A ver, dime.
-“El acorazado Potemkin”
-Obra maestra.
-¿Pero eso que “e” lo que “e”?, ¿qué es buena o mala?
-Hombre, normalmente las obras maestras… ¡SON MALAAAAAASSSSSS! ¡MUY MALAAAAAAAASSSSSSSSSS! Siguiente llamada. ¿Sí, buenas noches, digame?    

Carlos Pumares intentando recordar con que pie se levantó hoy.


¿Y qué hay de los programas de misterio, de terror, de suspense? Que extraño placer el de niño, sintiendo el cosquilleo del miedo bajo las sábanas. Aún me estremezco y procuro de ese gozo cuando escucho “Milenio Tres” en la Cadena Ser o el incombustible “Espacio en Blanco” de Radio Nacional. La fascinación de lo desconocido. 

Y el alcance de la radio como auténtico medio de información a donde la imagen no llegaba mucho antes de que este globo terráqueo se hubiera convertido en un pequeño escenario viviseccionado por multitud de satélites, cámaras y micrófonos, tampoco puede ser pasado por alto para cualquiera de mi generación. En cuántos acontecimientos nos acompañó la radio, en cuantas gestas deportivas inolvidables. Como inolvidable la imagen de mi padre el 23 de Febrero de 1981 pegado al transistor para no perder detalle de las horas más tensas vividas por nuestro país en las tres últimas décadas (y que no se repitan), y llegado a este punto y para finalizar esta colección de recuerdos, déjenme despedirme con uno propio, muy personal y absolutamente impúdico. Era yo muy niño, no recuerdo exactamente la edad, pero sin duda por debajo de los diez años de vida. Todavía daba sus buenos coletazos aquello que llamaban “Guerra fría”. El mundo era un polvorín y las tensiones entre oriente y occidente constantes. Estados Unidos vivía su “crisis de los rehenes” con Irán. La URSS había invadido Afganistán, y el viejo vaquero Ronald Reagan llegaba a la Casa Blanca para iniciar una escalada armamentística que incluía programas como aquel llamado “La guerra de las galaxias”. Las dos superpotencias se armaban hasta los dientes (luego se vería que los soviéticos no disponían de esa capacidad económica y logística una vez que llegó la transparencia, el “glasnot”) y el mundo despertaba cada mañana pensando en lo peor. No sé como a mis manos llegó una publicación de estas serias, de información para adultos. Creía recordar que era un ejemplar de Cambio 16, y rastreando por la red veo que mi memoria no me traiciona. Lo que nunca podré olvidar no obstante es la terrorífica portada que mostraba a un soldado provisto de una sofisticada cámara anti-gas y el escalofriante título sobre que hacer en caso de una guerra nuclear. En efecto, en las páginas interiores se podía encontrar una guía sobre como comportarse en caso de que alguien hubiese apretado el maldito botón rojo. Y no sé si fue sugerencia de esa propia publicación, o la idea nació de mi mismo, el caso es que como todos los niños del mundo supongo que no deseaba ni por asomo morirme, y menos cuando cada semana me esperaba un número de “El asombroso Spider-Man” en el quiosco. Por lo tanto decidí apropiarme de un pequeño transistor que me acompañaría al lado de mi almohada al acostarme para estar en cualquier momento conectado con el mundo. Así, si la noticia de la guerra nuclear se producía de noche, al menos tendría un medio por el que enterarme y no me pillaría desprevenido. Y así fue como empecé a dormir al arrullo de las ondas herzianas. Y así, hasta el día hoy, 30 años después.  

Alguien me dio el cambiazo con el Mortadelo y pasó lo que pasó...



Por lo tanto feliz Día Mundial de la Radio, un medio tan estimulante que hasta yo mismo no me pude resistir a conducir un programa radiofónico (o varios, ya que fui modificando formatos y nombres) en una emisora local de mi ciudad de Ponferrada durante años. Pero esa es otra historia de la que hablaremos algún día. Mientras tanto, y recordando una de las cuñas de otro de los incombustibles de las ondas, mi amigo Carlos Rodríguez con su “Terciopelo Azul” con más de 20 años en antena, movamos un poco el dial, ya que… siempre tiene que haber algo bueno en alguna emisora. 

¿Te acuerdas del rock&roll en la radio?


3 comentarios:

  1. venga va, me has picado en el amor propio, comento la entrada ;-)
    Estoy de acuerdo en prácticamente todo, aunque pondría un "pero" y echo a faltar un programa y locutor. Empiezo por esto último:

    El programa "Vuelo 605" de Angel Alvarez. Imprescindible.

    El "pero". La música es como la religión. Cuando eres crío te bautizan y luego al crecer continuas en ese credo u optas por otras (o ninguna) creencia. Igualmente cuando eres un chavalín escuchas la radio formula. En mis tiempos había grupos en radiofórmula fráncamente buenos. Hablo de los años 80. Gracias a alguno de ellos descubrí otras músicas. Si, la RF es mala, pero necesaria.
    un saludo

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  2. He oído hablar mucho de ese programa de Angel Alvarez, pero nunca lo caté... siempre tiene que haber alguna asignatura pendiente.

    La radio fórmula claro que es necesaria, de hecho el r'n'r comenzó en las radio fórmulas, Alan Freed y todo eso... pero la manera en la que ha derivado el tema, uf...

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