martes, 5 de febrero de 2013

TARANTINO ENCADENADO


¡Por mis pistolas!

 La historia y el papel de Quentin Tarantino en el cine contemporáneo creo que es de sobra conocido por todos. Una especie de "enfant terrible" que antes de los 30 años deslumbraba a crítica y público con su ópera prima "Reservoir Dogs". Un auténtico "boom", lo cual viene a decir que se daban todos los condicionantes para que estuviéramos ante un nuevo "bluff" o "hype" de éxito fácil y posterior carrera mediocre. No obstante había razones para creer en el cineasta de Tennessee. No hablamos de ningún pedante presuntuoso convencido de ser el nuevo Godard (a pesar de que su primera productora, "A band apart", rinde tributo con su nombre a uno de los trabajos de la primera época del director francés), ni de ningún niño de papa al que le pagan su capricho de estudiar en las siempre costosas escuelas de cine. Tarantino era un estudiante de clase media aficionado al teatro cuya mejor escuela de cine fue, como siempre ha reconocido, el video club donde trabajaba de joven. Allí desarrolló una impresionante cinefagia compulsiva que le hizo ser capaz de apreciar y admirar trabajos de todo tipo, presupuesto, calidad y género. Se cuenta que "Reservoir Dogs" es un plagio absoluto de un film de bajo presupuesto homgkonés, "City on fire", que personalmente no he visto. Lo que si tengo claro es que el debut de Tarantino como director es magnífico. Siendo aún un adolescente aquel trabajo me impactó desde el primer fotograma hasta la lustrosa banda sonora que ipso facto corrí a encargar a la tienda de discos más cercana (nadie tenía ni idea todavía de lo que estaba hablando cuando pregunté por ella al dependiente) La película, apadrinada por una estrella como Harvey Keitel, puso a Tarantino en la senda correcta hacia el "star system". Así no tardaron en llegar los grandes presupuestos, y con ello, las grandes estrellas (Bruce Willis, Uma Thurman, Robert De Niro, Kurt Russell, Brad Pitt, Leonardo Di Caprio...), alguna de estas estrellas no cayó sólo en los brazos de los impactantes guiones propuestos por Tarantino, si no directamente en los brazos del director (Uma Thurman), también aprovechó su cinefilia para recuperar actores y actrices de culto (John Travolta, Robert Foster, Pam Grier, David Carradine, Don Johnson), y sobre todo, descubrir para el gran público a intérpretes que de no haber pasado por las manos de este director a buen seguro no gozarían de su estatus actual (Tim Roth, Steve Buscemi, Samuel L. Jackson, Cristoph Waltz, Eli Roth, Daniel Bruhl)... incido tanto en el tema de los actores porque creo que es donde radica realmente el punto fuerte de Tarantino, por encima de sus en ocasiones repetitivos golpes de efecto o de sus diálogos a veces brillantes pero otras forzados y falto de toda sustancia. Como director de actores me parece no sólo el mejor hoy día si no posiblemente uno de los mejores de la historia. Y eso no es cosa baladí, estamos hablando de sacar el mejor rendimiento posible a la auténtica materia prima que da brillo al fulgor de una película: las estrellas cinematográficas. Esos repartos corales plagados de héroes, anti-héroes y heroínas (otro punto a favor, el haber sabido dar a las intérpretes femeninas algunos de los más sustanciosos papeles de los últimos tiempos… cosa que no sucede no obstante con su última obra, pero ya hablaremos de ello dentro de unos párrafos), personajes que en pequeñas apariciones de cinco minutos son capaces de dejar huella indeleble en el espectador. No me cabe duda, Tarantino es un magnífico director de actores.  


Y Travolta volvió a bailar.

La cinefilia de Tarantino es sana, inocente, de puro amor y de amor puro por el cine y por el siempre denostado cine de género. Tiroteos, persecuciones, peleas, puñetazos, explosiones, mutilaciones, violaciones, saqueos, guerras, batallas, sangre… y todo tipo de aberraciones que en la vida real uno prefiere no tener que enfrentarse a ellas, pero que en una pantalla de cine te pueden hacer pasar un rato de auténtico cachondeo. Hablamos de un auténtico expoliador (o mejor dicho, “explotador”, por acercarnos al término cinematográfico “exploitation” tan afín al director) con talento (no olvidemos que hablamos de un tipo cuyo cociente intelectual supera nada menos que el 160 y que pertenece a la exclusiva sociedad MENSA) Un hombre sin estudios superiores, sin estudios cinematográficos, pero que ha mamado puro cine. Tarantino se aleja así de los directores academicistas, técnicamente muy dotados para rodar anuncios de desodorantes o video-clips, pero con poca raza de cineastas. Recordemos que antes del auge de las escuelas de cine los grandes directores de la historia fueron unos auténticos autodidactas que aprendieron el oficio desde dentro, como esas historias que contaban nuestros mayores en los que un chaval entraba de botones en un banco y a base de trabajo podía acabar siendo director de una sucursal. Kubrick era un brillante fotógrafo, Fritz Lang pintaba cuadros… o más curioso aún es el caso de Hitchcock, cuya entrada en el cine fue haciendo rótulos para películas de cine mudo. El propio Kubrick llegó a vanagloriarse de no haber ido nunca a la universidad mientras trataba de vender sus fotografías, asegurando que de haberlo hecho posiblemente hubiera acabado en cualquier oficio aburrido y no dedicado a la aventura cinematográfica. De todos modos ocurre con Tarantino, como en tantas ocasiones en el mundo del arte y la cultura (o si prefieren, simplemente, el ocio) que uno puede disfrutar de su trabajo, pero le cuesta tragar con legiones de fans tan dispares y tan dadas al retorcimiento argumental a la hora de hablar de un tipo de cine al fin y al cabo tan sencillo como el del cineasta que estamos tratando. Ese cinéfilo caído para siempre en las garras del esnobismo que disfruta con producciones pakistaníes sobre el crecimiento de los girasoles, pero para no perder cierta condición “cool” afirma pasárselo pipa con películas de kung-fu, con cintas de terror de bajo presupuesto, o la más inmunda serie Z (aunque ni vea una película de ese tipo, ni tenga pajolera ideal del asunto) Y luego está el cinéfilo que intenta ver hasta guiños a Tarkovsky en las películas de Tarantino, como si todo fuera un gigantesco collage cinematográfico hecho a base de retales (un 20% de Godard, otro 20 de Peckinpah, un 15 de Kurosawa, misma proporción para Monte Hellman, unas gotitas de Eric Rohmer dando un 10%, y el 20 restante a partes iguales entre por ejemplo Bergman y mismamente John Woo) 

Kubrick, fotógrafo del pánico.


Digresiones aparte, vayamos al meollo del asunto. Tarantino ha estrenado nueva película. Y tengo que volver sobre mis pasos, en este caso sobre mis líneas, y recordar a ese director que me atrapó en el asiento con esa violenta historia sobre un atraco frustrado por una serie de perdedores de gatillo fácil llamada “Reservoir Dogs”. La grandeza de aquella cinta residía en su crudeza y su simpleza, no había fuegos de artificio ni pajas mentales ni onanismo camarográfico, simplemente un tipo contando una sangrienta historia sobre un atraco y sus catastróficas consecuencias. “Pulp Fiction”, como continuación de la obra de este nuevo apóstol de la violencia en el celuloide (y por supuesto muy por encima del infame y mediocre Oliver Stone), nacía ya como obra de culto antes incluso de su estreno. No recuerdo cuantas veces seguidas pude llegar a verla en el cine. Y por si fuera poco, el surf instrumental comenzó a sonar con fuerza en todo el globo terráqueo como nunca antes. Llegó “Jackie Brown” y comenzó el hastío. Un correcto trhiller con buen pulso, magnífica banda sonora, y poco más. El efecto Tarantino me empezaba a exasperar. Simplezas del tamaño de partir la pantalla para mostrar varias secuencias a la vez se hacían pasar por genialidades, o lo que es peor, innovaciones del “maestro”. Es posible que yo no tenga ni idea de cine, pero les aseguro que he visto muchísimas películas. El pobre recurso de mostrar varias secuencias partiendo la pantalla había sido usado en numerosas ocasiones durante las décadas de los 60 y 70 siendo un “modismo” recurrente en aquella época (“El estrangulador de Boston”, 1968, de Richard Fleischer, quizás sea uno de los trabajos más conocidos), aunque en realidad su uso se remonta hasta prácticamente el nacimiento del cine (el monumental “Napoleón” de Abel Gance de 1927 ya usaba esta técnica) Si me refiero a este efecto como “pobre” es porque, salvo en contadas ocasiones (por ejemplo he de reconocer que en “Carrie”, 1976, Brian de Palma, si funciona en la hemoglobínica secuencia en la que la protagonista desata toda su vengativa furia), no muestra si no una incapacidad por parte del cineasta para la narración de la trama ciñéndose a los cánones clásicos de la cinematografía. Dicho de otro modo, “contar” visualmente un atraco por medio de una pantalla partida en cuatro no sugiere ningún mérito como narrador al director de la cinta. Ni John Huston en “La jungla del asfalto” ni Stanley Kubrick en “Atraco perfecto” (dos películas de las que es deudora “Reservoir Dogs”) necesitan ni por asomo una argucia de ese tipo, y consiguen plasmar las posiblemente dos mejores obras sobre atracos frustrados jamás rodadas, sin abandonar en ningún momento un único plano, un único ojo, un único punto de vista, cambiante, pero siempre un único punto de vista. 

Fleischer, partiendo la pana y la pantalla


De modo que a partir de “Jackie Brown” mi interés en Tarantino decayó considerablemente, como un producto de entretenimiento más al que poca mayor chicha de la ofrecida en sus dos primeras obras se le podría sacar. Por si fuera poco sus colaboraciones, apadrinamientos, y participaciones en bodrios de diversa índole (“Asesinos natos” por encima de todo… o chorradas del calibre de “Four rooms”) no ayudaban en nada a recuperar la confianza en un globo que tan pronto se hinchó parecía desinflarse. “Kill Bill”, con esa Uma Thurman lanzando un guiño al eterno Bruce Lee de “Juego con la muerte” confirmaba la condición de “corta y pega” del director americano. “Death Proof” no pasaba de ser una simpática y cachonda puesta al día del clásico de Russ Meyer “Faster, Pussycat! Kill! Kill!” (1965) De modo que para mí el amigo Quentin estaba prácticamente sentenciado. 

Y en estas llegó “Malditos bastardos”, y me tragué todas mis palabras. Volvió el hechizo. El engancharse a la butaca del cine. El quedarse boquiabierto durante dos horas y media de gozoso espectáculo con actores sembrados, brillantes, relucientes. Un excepcional manejo de la ucronía que lleva a cargarse a Hitler en medio de un cine envuelto en llamas, un Brad Pitt genial como orgulloso héroe yanqui dispuesto a romper el orto a cuanto nazi se ponga en su camino (sí, amigos, me encanta ver como joden a los nazis), el inolvidable Oso Judío y su afición por el baseball…  ¡qué gozada! Después de haber crecido viendo este tipo de sucias películas sobre la segunda gran guerra, tipo “Doce del patíbulo” o “Los violentos de Kelly”, con personajes capaces de cagar granadas de mano mientras leían el “Playboy”, tenía muchas ganas de enfrentarme a estos bastardos cuyo concepto del honor militar se basaba en dar por culo a los nazis cuanto más mejor, pero he de decir que la película mejoró tanto mis expectativas que recuperé la fe perdida en el viejo zorro Quentin. Había vuelto a prender la chispa.    

Beat on the brat



No me extenderé más sobre “Malditos bastardos” (para mí, la mejor obra de Tarantino), ya que en su día escribí un explícito texto (totalmente colocado, borracho y de doblete) que cualquier día subiré a este blog. Si el paciente lector ha sido capaz de llegar hasta aquí, he de decir que es en este punto donde arranca la idea que tenía para este artículo (pero las digresiones, ya saben, que al final acaban ocupando líneas y pidiendo sitio): la última y esperada película de Quentin Tarantino, “Django desencadenado”.  De entrada, y como suele ser habitual en el de Knoxville, las cartas parecen estar encima de la mesa y uno ya sabe por donde van a ir los tiros, nunca mejor dicho. El director recupera un personaje clásico del spaghetti western, cuyo título más célebre es la cinta homónima de Sergio Corbucci estrenada en 1966 protagonizada por Franco Nero. Hay decenas de películas que retoman el personaje de Django. Una de las últimas y de las más curiosas precisamente cuenta con el propio Tarantino entre sus protagonistas, se trata de la producción japonesa “Sukiyaki Western Django” (Takashi Miike, 2007), en realidad un remake del film de Corbucci, con la misma trama de los dos bandos enfrentados y en medio un Django que va por libre y trata de aprovecharse de todos. Argumento que remite al célebre “Yojimbo” de Akira Kurosawa, que a su vez inspiró la película que sirvió de punta de lanza al género del “spaghetti western”, “Por un puñado de dolares” (Sergio Leone, 1964), y que conoció un convincente remake no hace muchos años de la mano de otro especialista en acción de alto octanaje como Walter Hill (“Last man standing”, 1996), con Bruce Willis a tiro limpio. De modo que en cierta manera podemos decir que en realidad el “spaghetti western” no nace si no en la tierra del sol naciente.  

Django en Japón, dispuesto a cargarse a los guionistas de "Humor amarillo".



El Django de Tarantino es un esclavo negro interpretado por un limitado Jamie Foxx (aún así al lado de The RZA, al que maldito el día en que se le ocurrió que podría dedicarse al cine, parece Sir Laurence Olivier) liberado por un cazarrecompensas interpretado por Cristoph Waltz y al que propone hacer su socio. A partir de ahí casi tres horas de una trama demasiado alargada y tediosa. Si se pretendía rendir homenaje al “spaghetti” se consigue, volviendo a ese tipo de cine lento y plomizo que tanto gustaba a Leone, pero a mí personalmente se me hizo soporífero. Finalmente cuando uno espera ese auténtico momento Tarantino, donde se respira la tensión más que el olor a alcohol en el metro la madrugada de un sábado, y a pesar de que el duelo Di Caprio-Waltz es el momento de mayor calidad del largometraje, acaba siendo de las situaciones de “callejón sin salida” peor resueltas por Tarantino. Después de más de dos horas que uno no sabe bien a donde le están llevando, los últimos 30 minutos son un atropello por intentar buscar un final más o menos feliz, o al menos un final donde los héroes triunfen y salgan airosos. Por si fuera poco hay que aguantar a uno de los fetiches de Tarantino, Samuel L. Jackson, en una interpretación patética, cargante y revulsiva por parte de un actor tremendamente sobrevalorado. La incontinencia fílmica del director en este caso le juega una mala pasada, siendo incapaz de meter tijera a un metraje con muchísimo relleno (la aparición de Franco Nero como guiño al Django original sin ir más lejos… minutos de película absolutamente inútiles) Sabemos que a Tarantino le gusta tirarse años hasta realizar un nuevo trabajo, pero eso no significa que tenga que fabricar un ladrillo de casi tres horas cada vez que vuelve a ponerse tras las cámaras. En definitiva el resultado, viniendo de una maravilla como fue “Malditos bastardos”, resulta un tanto decepcionante. Cuando parecía que el director alcanzaba su madurez como cineasta con aquella deslumbrante cinta del 2009 cargada de un cine vigoroso y palpitante, en esta ocasión nos enseña su peor cara de nuevo, la de un director autocomplaciente que recurre a viejos clichés, propios y prestados, y al compadreo con su cuadrilla. No quiero parecer demasiado crítico, ya que eso sería ser demasiado injusto con una película cuyos momentos buenos relucen con luz propia mostrando el talentoso director que hay detrás, pero hay que insistir en que este Tarantino desencadenado que no ha sabido condensar la historia y simplificar la trama acaba siendo un director encadenado a sus propios errores. No obstante sigue siendo quien mejor sabe filmar la épica de la venganza, y si en “Malditos bastardos” ajustaba la historia a su gusto para darle una generosa patada en el trasero al oprobio nazi, en esta ocasión no puedo por menos que aplaudir su desprecio hacia la esclavitud y las costumbres de los pomposos y estúpidos “caballeros” del Sur de los Estados Unidos a mediados del siglo XIX. El problema, insistamos en ello, es que debido al exorbitante metraje al final uno no sabe si está viendo un sucio y desaliñado “spaghetti western”, una película de época, o un docudrama sobre la esclavitud.

El látigo de la venganza

2 comentarios:

  1. sin animo de ofender , no tienes ni puta idea de cine ,pones por las nubes Malditos Bastardos , una pelicula con una idea principal estupida pero que debido a sus dialogos y sus actuaciones se convierte en una pelicula aceptable , y en cambio criticas Django , un guion por el que gano el Oscar ,¿ y encima tienes lo huevos de criticar a Samuel L. Jackson diciendo que es un actor sobrevalorado y que hace mal su papel en esta pelicula? no tienes ni puta idea, encima diras que actua mal cuando veras sus peliculas dobladas al español sin esuchar su voz real , Samuel L Jackson lo borda a cada toma en Django , si no puedes percatarte de eso deja de dar tu opinion porque se nota que no tienes ni puta idea de cine amigo, encima pareces el tipico pedante que le gusta escuchar su voz

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  2. Es una opinión, amigo "unknown", gracias por tu comentario y por la lectura de la entrada (la vi en VOS, por cierto)

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