miércoles, 2 de enero de 2013

LECHE, CACAO, AVELLANAS Y AZUCAR


En el ya lejano año de 1995 nacía en Ponferrada una nueva publicación literaria llamada Spyrogira, amparada en una asociación cultural bajo la misma denominación. La revista no tuvo larga vida, y la asociación a día de hoy desconozco si sigue en pie. Tuve el honor de participar en varios de los números, y esta fue mi primera colaboración en dicha publicación, concretamente en la primera aparición del nuevo artefacto de papel. Un cuento realmente corto, sencillo y directo. Un pequeño divertimento, una perversa travesura, y que para mi sorpresa observé que gustó mucho en ciertos entornos enormemente respetables para mí. De aquella, supongo, estaba buscando mi propio estilo, que habría de basarse en tantas lecturas y visionados psicotrópicos y mi amor por todo lo relacionado con la cultura basura. Deduzco que por aquellos tiempos, a juzgar por el guiño final del relato, debía andar metido en las impactantes impresiones del psiquiatra Joel Norris sobre Henry Lee Lucas publicadas en España, como no, por la editorial Valdemar.

Henry Lee Lucas, un tipo ordenado.


"LECHE, CACAO, AVELLLANAS Y AZUCAR" 

Mamá era una puta. Se lo merecía...
Aquella tarde llovía mucho. Tenía los playeros empapados en barro. Los demás chicos tenían los playeros caros, pero mamá era una puta y se gastaba todo el dinero en botelllas de whiskey.

Yo tenía hambre, porque salía del cole, y al salir del cole todos los niños tenemos hambre.
-Mamá tengo hambre.
-Lo siento cariño. Ahora tengo que atender un cliente. Después te haré la merienda.
-Mamá quiero nocilla. 

Mamá se metió en la habitación con un señor calvo y cerró la puerta. Yo me puse a llorar. Mamá salió muy enfadada y me pegó. Sentí frío. Me quedé sin habla.

Avancé hacia su habitación y abrí la puerta. Mamá estaba encima del señor calvo, lanzaba alaridos y pronunciaba frases feas.
-Mamá, quiero nocilla. 

Mamá salió de la cama y me pegó mucho más que antes. Decía que me iba a matar y me encerró el baño. Lo que mamá no sabía era que yo tenía una horquilla que me había regalado el Rata para abrir puertas. 

Fui a la cocina y cogí el cuchillo que mamá usaba para untarme la nocilla. Después fui a su habitación. Mamá seguía encima del señor calvo, que decía: "¡Cabalga, amazona!" 

Me coloqué detrás de mamá y con el cuchillo le rasgué el cuello, como hacía la abuela con los cerdos en el pueblo. 

Mamá empezó a sangrar mucho sobre el señor calvo que chillaba. A mí aquello me hizo mucha gracia y empecé a reírme. El señor calvo salió de la cama desnudo y echó a correr. Era muy gracioso. Fue hacía la puerta principal, pero no supo abrirla y vino a por mí muy enfadado, diciendo: "¡Está bien! ¡Niño del demonio!". 

Lo que el señor calvo no sabía es que en casa no tenemos ratones, y su pie se enganchó con una trampa que había puesto mamá.

¡Era muy divertido! El señor calvo con su pito al aire, dando saltos y gritando. Le cogí el pito con una mano y con la otra se lo corté, por haber hecho cochinadas con mamá. Se cayó al suelo y ya no fue divertido. 

El profe del reformatorio dice que escribo muy bien las redacciones.
Le gustan mucho.
Todo el mundo le llama profesor Lucas, pero yo le llamo tío Henry. 







Pepe Kubrick. Revista literaria Spirogyra. Nº0. Noviembre 1995 


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